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Por Marcelo Justo desde Londres El uso indiscriminado de antibióticos está generando nuevos tipos de bacterias resistentes al tratamiento y es una de las más serias amenazas a la salud del planeta. El sombrío diagnóstico que comparten la Organización Mundial de la Salud (OMS), las principales autoridades médicas de la Unión Europea, y que corroboran recientes estudios del británico Standard Medical Advisory Committee y una comisión especial de la Cámara de los Lores, revela las crecientes dificultades para el tratamiento de la tuberculosis y otras enfermedades, así como la existencia de las bautizadas "superbugs", verdaderos supermicrobios que están "a sólo un paso de ser incurables". Esta situación incumbe directamente a la Argentina que, según la International Markets Audit, una organización que monitorea el mercado farmacológico mundial, se encuentra entre los 20 países de mayor consumo de antibióticos per cápita en el mundo. La negligencia o ignorancia de médicos y pacientes, la indiferencia de autoridades políticas y sanitarias, y los intereses creados de la poderosa industria farmacéutica son los principales responsables del problema. "Si no se actúa con rapidez a nivel internacional, volveremos a la era previa a los antibióticos cuando una operación trivial podía convertirse en un trance de vida o muerte", indicó a Página/12 Lord Sousby, presidente de la comisión especial formada por la Cámara de los Lores para examinar el tema. El informe publicado este mes en Gran Bretaña por el Standing Medical Advisory Committee demuestra la magnitud del problema. Según el máximo órgano asesor del gobierno inglés en temas sanitarios, anualmente se expiden unos 50 millones de recetas de antibióticos, de las cuales 18 millones son innecesarias y contraproducentes. Los epidemiólogos coinciden en que un despilfarro similar se repite en mayor o menor medida en el resto del planeta. "Los médicos recetan antibióticos para enfermedades de origen viral, como resfríos, toses o dolores de garganta, contra lo cual los antibióticos son inútiles. Generalmente lo hacen para calmar a los pacientes que vienen con una dolencia y quieren una solución", explicó a Página/12 uno de los consultores del informe británico, el epidemiólogo Julius Weinberg. A esto se añade un problema científico. En Inglaterra se calcula que la mitad de las recetas son para afecciones respiratorias, la inmensa mayoría de las cuales son de origen viral. Sin embargo, no existen por el momento los medios para diagnosticar de inmediato si esa tos o dolor de garganta que motiva la consulta es de origen viral o bacteriano (ver recuadro). El problema se agrava porque aun cuando los médicos aciertan con el diagnóstico no siempre recetan la dosis adecuada. Y si lo hacen, no cuentan con la oposición de los mismos pacientes, que tienen una tendencia natural a abandonar el tratamiento apenas sienten una mejoría. "En todos estos casos se está alimentando la prodigiosa capacidad de adaptación de las bacterias. Hay que recordar que una bacteria puede dividirse cada veinte minutos y desarrollar nuevas variantes genéticas. Si en vez de eliminarlas se las debilita porque las dosis son bajas o el tratamiento es incompleto, se aumenta su capacidad de supervivencia", alerta Weinberg. Otros factores vienen estimulando esta plasticidad y mutabilidad de las bacterias, en especial el juego de pinzas de la automedicación y el mercantilismo farmacéutico en países donde: * los antibióticos son de venta libre (países asiáticos), * las restricciones son limitadas (España, por ejemplo), * o los controles son laxos y en la práctica muchas veces opera una venta semilibre, como la Argentina, Chile y otros países latinoamericanos. Los expertos piensan que el problema tiene características tan globales como las crisis financieras. En la milenaria batalla entre el organismo humano y los microbios, la explosión del turismo internacional se ha convertido en un enemigo más que disemina nuevas variantes genéticas bacterianas por todo el planeta. El uso indiscriminado de una nación se puede transformar en la enfermedad de otra que, quizás, ha actuado de modo responsable. En una reciente conferencia de las principales autoridades médicas de la Unión Europea en Copenhague se citó uno de los últimos ejemplos de esta globalización de los microbios: el de una enfermedad bacteriana transmitida por un grupo de turistas españoles a Islandia, un país que tiene una población de 241 mil habitantes. El fenómeno es tan antiguo como la humanidad: algo similar sucedió durante el descubrimiento de América. Pero hay signos visibles y cada vez más alarmantes de la celeridad con que está ocurriendo este proceso. Una de las enfermedades que se creía que pertenecía al pasado, la tuberculosis, se ha convertido durante esta década en un creciente problema sanitario mundial (ver aparte). Los "superbugs", supermicrobios conocidos como MSRA, florecen en los hospitales europeos y se han mostrado resistentes a la mayor cantidad de antibióticos. En algunos casos, como en España y Gran Bretaña, las autoridades debieron cerrar temporariamente los servicios de emergencia de algunos hospitales para erradicar el "superbug". En Estados Unidos se calcula que uno de cada diez casos de infección con una bacteria denominada pneumococcus que causa neumonía, meningitis e infecciones de oído, es resistente a la mayoría de los antibióticos. "Estamos viendo un resurgimiento global de las enfermedades infecciosas", señala una de las máximas autoridades médicas de Estados Unidos, David Satcher. Según la conferencia de Copenhague, si en un plazo máximo de 20 años no se revierte esta situación, los antibióticos dejarán de ser efectivos. El mensaje de la OMS, la Unión Europea y de los dos documentos que se publicaron en Gran Bretaña este año no se reduce a encender la luz de alarma. El remedio que proponen es el mismo: campañas educativas para médicos y pacientes. "Los médicos deben resistir la tentación de satisfacer al paciente dándole algo para dejarlo contento. Los pacientes deben dejar de presionar a los facultativos para que los receten", puntualiza Weinberg. La investigación científica, que en la mayoría de los casos va de la mano de la industria farmacéutica, es otro de los caminos. En Estados Unidos, la producción de remedios para combatir enfermedades infecciosas viene aumentando anualmente. La aplicación de la robótica y los equipos de alta velocidad permiten a los investigadores imitar la velocidad de reproducción de las bacterias poniendo a prueba a miles de compuestos en un solo día. Y, como en otras áreas, la revolución genética ofrece grandes esperanzas de que conocidas las llaves maestras de las bacterias --sus secretos genéticos-- se podrá dominarlas.
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