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Por Eduardo J. Vior desde Heidelberg Página/12 en Alemania ¿Qué haremos sin ese osito protector contra el miedo al futuro?, pregunta el Abendzeitung de Francfort. ¿Están dispuestos los alemanes a desprenderse de ese tejido protector contra el resto del mundo que Kohl les tejiera en 16 años?, inquiere su biógrafa inglesa Patricia Clough. El viejo canciller se puso melancólico en las últimas semanas: ... fueron unos buenos 16 años, comentó con pleno uso del pretérito. El rearme de la OTAN en 1983, mi amigo Bush, las reuniones con Yeltsin en el Cáucaso y (por supuesto) la reunificación alemana, continuó rememorando con la vista dirigida a lo que fue y nunca más volverá. Un hálito de despedida insufla a Alemania de nostalgia en estos últimos tiempos de la era Kohl. Porque este domingo puede empezar la época postkohliana y nadie sabe qué va a pasar. Empezando con la formación de gobierno: las últimas encuestas preelectorales dan aún la mayoría al SPD (39 al 42 por ciento según los distintos institutos), pero la CDU acortó distancias (36 al 39 por ciento). La última daba sólo un punto de ventaja al SPD. Sin embargo, la formación de gobierno depende de varios imponderables. Si, como se prevé, los Verdes (5,5 al 7 por ciento) siguen en el Bundestag, superando la barrera del 5 por ciento y los liberales del FDP (4,5 al 5,5) se salvan en el último minuto, la distribución de mandatos dependerá de la entrada de los socialistas del PDS (4, al 4,5), que quieren repetir su hazaña de 1994 saltándose la barrera del 5 por ciento mediante tres diputados elegidos directamente en sus distritos. Si repiten ese recurso de excepción con el apoyo de los votantes del Este, reducirán la cantidad de bancas a repartir entre los otros partidos según el sistema proporcional perjudicando especialmente a los más pequeños. Esta vez el sistema electoral alemán aumenta las inseguridades: cada votante tiene dos sufragios, uno para un candidato por distrito y otro para la lista de un partido a nivel de estado federado. Normalmente este sistema favorece a los partidos grandes que cuentan con personalidades conocidas, pero los votantes aprovechan racionalmente el sistema para consolidar coaliciones que les parecen ventajosas. Así, durante años, muchos democristianos dieron su segundo voto a los liberales, que de otro modo no hubieran superado la barrera del 5 por ciento, para asegurarse la continuidad de la coalición gobernante con Kohl. Pero desde la unificación alemana en 1990 cambió el panorama porque el Partido del Socialismo Democrático, PDS, heredero converso del antiguo partido de gobierno de la RDA, consiguió afirmarse en torno del 20 por ciento en el Este y, gracias a personalidades prestigiosas como su líder Gregor Gysi, alzarse con los mandatos directos de Berlín Oriental en las generales de 1994. Además la ley electoral tiene una trampa más al prever una compensación de bancas para el partido que tenga más mandatos directos que los correspondientes por su porcentaje global. De ese modo la CDU recibió doce bancas más en 1994, mientras que el SPD debió consolarse con cuatro. Los democristianos esperan salvarse nuevamente con este truco legal gracias a su hegemonía en algunos estados. La gran incógnita de las encuestas preelectorales está en el Este. Los electores de los cinco nuevos estados no están todavía comprometidos con ningún partido, excepto con el PDS, y sus orientaciones son impredecibles. Tratando de ganar indecisos en el último momento todos se han lanzado en masa sobre esta región. También los neonazis: la Unión del Pueblo Alemán (DVU), del editor multimillonario Gerhard Frey, y el militante Partido Nacional Democrático (NPD) han cubierto los nuevos estados con su propaganda omnipresente, especialmente el nordestino de MecklenburgoPomerania Anterior, que el domingo además elige parlamento regional, convocando al voto de protesta contra los partidos del arco parlamentario. Saben que no van a entrar al Bundestag, pero aspiran a presionar al futuro gobierno desde afuera, también por su garantizada presencia en una legislatura estadual más, y a obligar a coaliciones estabilizadoras que les permitan ocupar el espacio vacío de la oposición radical. Sus votos les faltarán a la CDU, pero también al SPD, porque muchos votantes de extrema derecha son obreros y empleados desencantados con el posibilismo socialdemócrata. Así es que nadie puede predecir qué pasará el domingo ni qué color tendrá el nuevo gobierno. Hay tres alternativas más posibles: primero, que el SPD y los Verdes alcancen mayoría suficiente para formar un gobierno reformista de coalición. Segundo, que sus votos no alcancen y el SPD deba gobernar con la CDU en una gran coalición. En este caso hay dos subalternativas: si el SPD tiene más votos que la CDU, Schroeder sería el Canciller y Kohl se retiraría, dejando el lugar a su sucesor designado Schaeuble, porque el viejo jefe de gobierno no está dispuesto a formar parte de una gran coalición. Si en cambio la CDU tiene más votos que el SPD, sería Schaeuble el Canciller y su segundo sería el jefe del SPD, Oskar Lafontaine. Schroeder volvería a Hannover como ministro-presidente de la Baja Sajonia. La tercera gran alternativa, la continuidad de la actual coalición democristiano-liberal con Kohl como canciller, es la menos posible. Peor aún así, la era de la pera (por sus contornos corporales) llegaría a su fin en el año 2000 por propia voluntad declarada de su regente. De un modo u otro, después de 16 años se termina la época de Kohl y comienza otra llena de incertidumbre. Todos los observadores están de acuerdo en señalar que en su estilo pesado, indeciso, paternalista y clientelar el jefe de la CDU desde hace 25 años expresaba una necesidad colectiva de seguridad ante el futuro y los cambios en el mundo. Era un seguro contra todo riesgo y una excusa para no tener que tomar decisiones. Esta época se terminó con la unificación alemana. Con el fin de la tutoría de los aliados de la Segunda Guerra la fuerza económica de la hoy segunda potencia industrial del mundo debe expresarse políticamente. Ni Kohl ni su pueblo están en condiciones de definir las orientaciones necesarias para ello, porque hace mucho que no hay debate de contenido. Peor el escenario internacional y la unidad europea obligan a Alemania a fijar un curso al que el mundo se pueda atener, para buenas o para malas. Así se va a comenzar un nuevo período histórico, con un papel internacional dirigente sin saber para dónde ir.
LOS PROGRAMAS DE LA CDU Y EL SDP ANTE LOS
COMICIOS Estos son los principales puntos de cada programa. Democristianos:
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