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Por Juan Ignacio Ceballos La vida tiene extrañas vueltas, inclusive en el mundo del tenis. Basta repasar la historia de Hernán Pablo Gumy para comprobarlo. Hace cuatro años, el muchacho de Temperley estuvo a un solo torneo de abandonar la competencia, ante la imposibilidad de seguir solventándose económicamente sus viajes. Y ayer, el mismo joven que en 1994 salvó su carrera al llegar a la final de ese torneo límite un Challenger en San Pablo y entonces desechó las ofertas para ser modelo o trabajar en el bar de un amigo, se convirtió en el héroe de la primera jornada del match entre Argentina y Eslovaquia, por la Rueda de Clasificación para el Grupo Mundial de la Copa Davis. El triunfo de Gumy (113º del ranking mundial) sobre un extrañamente rendido Karol Kucera (número 6 del mundo) por 6-1, 6-1 y 6-4 sirvió para emparejar la serie en uno, tras la derrota en el primer turno de Franco Squillari (53º) ante Dominik Hrbaty (40º) por otro categórico 6-3, 6-2 y 6-2. De rodillas sobre la cancha, alzando sus brazos al cielo y luego persignándose, la imagen del festejo casi místico del argentino produjo el único gran rugido del estadio y marcó el cierre de un día extraño, donde todo ocurrió al revés. Quien podía ganar Squillari perdió. Quien debía perder Gumy ganó. Y el héroe terminó siendo un hombre con una curita y tres puntos en su pómulo izquierdo (producto de un raquetazo que se dio en la entrada en calor) que hace cuatro años casi cambia los courts por las pasarelas. Lo heroico de Gumy, sin embargo, pasó más por lo inesperado del resultado conseguido que por la resistencia que el argentino encontró en un rival extraño, apagado. Si Kucera no entró en el court central del Buenos Aires con problemas físicos y él mismo negó tener alguna lesión o molestia tras el partido se debe apelar a la frase de cabecera del médico del equipo eslovaco, no sé lo que pasa, no sé lo que pasa, para explicar semejante vapuleo. Porque el pretendido top-ten dejó sus galones bien guardados en el vestuario y, sorprendentemente, se convirtió en el antitenis: casi no se movió durante las 2 horas y 2 minutos de partido; cometió errores groseros; se cansó de jugar alto, especulativo, algo inusual en él; sus tiros jamás superaron en velocidad a los de un jugador de club. Tan obvia pareció la resolución de cada punto durante dos sets error no forzado de Kucera, acierto de Gumy que los 4700 espectadores que colmaron el estadio hasta tuvieron tiempo de prestarle atención al moderno look Backstreet Boy de Bernardo Neustadt vestido todo de negro, echarles un ojo a las banderas de Villa Elisa, Santa Fe y Coronel Dorrego venidas del Interior, y hasta darse cuenta de que la gente VIP curiosamente no estaba en los palcos VIP (50 pesos por día) sino en las ubicaciones de cortesía. Es decir, los lugares con que contaban los sponsors, quienes habían repartido esas entradas gratis. El clima copero más bien, la falta de él comenzó a vivirse desde bien temprano, cuando Dominik Hrbaty demostró, a fuerza de misiles desde todos los ángulos, que sus 20 años y su tenis poderoso le auguran un futuro de top-ten. Al eslovaco le bastó sólo una hora y 29 minutos de juego para liquidar sin piedad a un Squillari nervioso e impotente contra tanto poder. Es que ante cada tiro ganador del argentino, llovían cinco de Hrbaty. Frente a cada ovación del estadio tras un acierto de Squillari, sobrevenían diez !Slovensko! !Slovensko! gritados por el banco eslovaco. Y ante cada silbido del público durante el saque de Hrbaty obviamente, para desconcentrarlo, llegaban los aces y saques inalcanzables. Era mejor callar que incitar a más violencia. Pensé que él iba a aflojar en algún momento, pero no lo hizo. Adentro de la cancha me veía atrapado, sin salida, y Hrbaty era una máquina de atacar, dijo Squillari tras la derrota. Entré a jugar sabiendo que debía tener paciencia y no equivocarme. Por suerte, me salió bien. Este fue mimejor partido en la Davis y, además, mi victoria más importante, reconoció Gumy luego del triunfo.
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