Las arrugas del mito
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Por Joseba Elola Desde Nueva York
La verdad es que tiene una barbilla casi de anciano, con unos surcos profundos que empiezan a agrietarle los labios. De no ser por eso, se diría que apenas supera los 50 años, con esa mirada viva y ese cuerpo ligero, pequeño y delgado. Su carisma trasciende su condición de mito de Hollywood, hay algo más, algún tipo de aura. Cuando entra en la habitación del hotel Royal Rhiga de Nueva York no hace falta que se enciendan los focos ni suene la música: es él. Acude con cara de hombre inquieto y un poco estresado, celoso de su tiempo. --¿Cómo se lleva usted con Robert Redford? --Depende. A veces soy impaciente con él, a veces me aburre ... --¿Y ahora? --Estoy cansado de él. --¿Por qué? --Acabo de tirarme un año viéndolo todos los días en la sala de montaje (se ríe) y estoy harto, necesito escaparme por un tiempo para volver a ser el que realmente soy. Su voz suena grave, ronroneo suave. Mide las pausas con temple y sabe que cuando tuerce la sonrisa, entre cómplice y canalla, se le ilumina la cara. Parece mucho más joven en persona que en la última película que dirigió, El hombre que susurraba a los caballos, donde los filtros para recuperar a un seductor en su tercera edad difuminan la fuerza de sus rasgos. --Usted debe de tener bastantes cosas en común con Tom Booker, el protagonista de la película. --Sí. Me gusta la vida en el rancho como a él, tengo caballos, los educo ... Estoy rodeado de animales y tengo una conexión muy fuerte con la tierra, con la naturaleza. --¿Hay algo que él tiene que a usted le gustaría tener? --Tiene una vida mucho más sencilla que la mía, eso es lo mejor. Mi vida es mucho más complicada, y no siempre para bien. Es un hombre que está más centrado que yo porque sabe exactamente para qué está en este mundo, qué es lo que tiene que hacer y a qué lugar pertenece: está en un sitio haciendo una cosa. Yo estoy en muchos sitios haciendo muchas cosas distintas. Me da envidia la simplicidad de sus intenciones y de su existencia. --Pero usted podría tener eso si lo quisiera. --No lo creo. --¿Por qué? --Primero, porque he creado demasiadas cosas por las que ahora tengo que preocuparme. Y me gusta el movimiento demasiado. A pesar de que hay temporadas en las que me voy a Utah y me tomo mi tiempo para relajarme un poco y estar a solas conmigo mismo, mi vida, en general, es movimiento.
Las cosas de las que tiene que estar pendiente son varias: el Instituto para la Gestión de Recursos, una organización que lucha para salvar los paisajes del oeste norteamericano; el festival de cine de Sundance, motor del cine que se hace al margen de Hollywood (cuando se creó, en 1980, se hacían 50 películas independientes al año; ahora, 700); el cañón de 5000 hectáreas que posee en Timpanogos, ubicado en un antiguo territorio de pesca indio. Amén de su productora, Wildwood Enterprises. --La revista Time lo colocó hace poco entre los 25 hombres más poderosos de Hollywood. ¿Puede usted usar ese poder? --Tengo poder por el festival, y ahora por el canal de películas de Sundance y los centros de cine Sundance: vamos a abrir un circuito de salas para el cine independiente en toda América y también en Europa, así que, en ese sentido, probablemente sí he utilizado el poder. --¿Podría haberle sacado más partido? --Podría haberlo utilizado más, pero llega un momento en el que también querés disfrutar de tu propia vida. Si no, entrás en un ritmo absurdo, como la gente que quiere ganar dinero y tiene todo el dinero del mundo pero no pueden salirse de la rueda, están tan acostumbrados a hacer negocios que no pueden parar. En algún momento hay que bajarse de la noria. --Usted partió desde cero; hijo de un lechero, se convirtió en una estrella, se comprometió con toda una serie de causas. ¿Alguna vez ha pensado en qué habría sido de usted si no hubiera llegado ese éxito, qué hubiera hecho de sus inquietudes? Redford empieza a reírse.
--¿QQQué habría sido de mí? Eso es muy difícil de contestar. Sólo puedo remitirme a lo que mucha gente pensaba de mí hace tiempo. Hace treinta y cinco años, muchos de mis familiares pensaban que yo iba a ser un holgazán, un vagabundo (se ríe), muchos temían que lo que yo estaba haciendo era una pérdida de tiempo. --¿Por qué? --Porque era vago, porque era irreverente, porque en algunos momentos violé las leyes, porque estuve metido en muchos líos y porque no parecía ser una persona motivada ni con una sola idea clara sobre qué hacer en esta vida. Esas son las razones (y se vuelve a reír, como diciendo: ¿le parecen pocas? Al poco, se serena). Yo fui un chico muy difícil. Personalmente, cuando miro hacia atrás (esto es algo que no podría haber dicho hace 35 años), veo que siendo joven, ya había algo dentro de mí que me decía que yo iba a conseguir algo. Y lo logré. Puede sonar arrogante, pero también es la verdad. Yo no sabía qué era, pero sí sabía que haría algo que tendría algún impacto. Suena raro decir esto, porque la gente me preguntaba por aquel entonces: "¿qué hacés?", y yo no estaba haciendo nada realmente, no había ninguna evidencia de que las cosas me fueran a ir bien. Pero muy en el fondo de mí mismo había una cierta seguridad y confianza en algo. Sabía que necesitaba viajar por el mundo y ser libre, tener experiencias para desarrollar aquello que debía ser desarrollado; no debía quedarme en el colegio, ni empezar a trabajar demasiado pronto. Y así lo hice. Dejé el colegio a los 18, me fui a estudiar Bellas Artes a Europa, fui a Francia, España e Italia. Durante un año y medio me dediqué a viajar, a hacer distintos trabajos, viví de lo que iba ganando y poco a poco me desarrollé. Entonces volví a Nueva York, arruinado, y me fui a una escuela de arte en Brooklyn, pero allí había también una academia de interpretación. Al final, la interpretación se impuso.
--Usted dijo que pensaba que iba a morir joven. --Porque yo estaba que quemaba, era una persona voraz, y como no me había encontrado a mí mismo, ni había encontrado mi lugar, me empujaba a mí mismo siempre hacia el borde, al límite. Y el mundo de ahí fuera es peligroso. Yo bebía mucho, con sólo 19 años ya bebía muchísimo y tomé demasiados riesgos, intentaba llegar hasta el final de las cosas para ver qué pasaba. Algo en mí dijo: no creo que vivas mucho tiempo si seguís haciendo esta vida. Todo cambió cuando me casé y decidí formar una familia. Una vez que tuve mi familia ya no volví a tener la sensación de que moriría joven. --¿Esos años en Europa dejaron alguna huella en usted? --Desde luego. Huella es la palabra adecuada. Y no lo he sabido hasta hace muy poco, cuando alguien llamó mi atención al respecto. Hay ciertos críticos de cine que sostienen que el trabajo que hago como director guarda similitudes con el cine europeo. Yo nunca me había dado cuenta: soy un norteamericano que hace películas norteamericanas y mis películas son sobre la vida norteamericana. Pero la verdad es que nunca tuve la sensación de lo que era la vida realmente hasta que llegué a Europa, con 18 años. Fue como si hubiera estado durmiendo durante mucho tiempo y despertara de pronto en Europa. Las cosas que vi eran frescas, estaban vivas, y supongo que en algún sitio de mí quedaron e influyeron en mi trayectoria. Yo era un artista y tenía muchas influencias de los artistas europeos, sobre todo franceses; los norteamericanos no me interesaban demasiado. Cuando volví a Estados Unidos, año y medio después, traje conmigo mi experiencia europea y un modo de pensar. Empecé a ver mi país desde un punto de vista totalmente distinto: ver América desde fuera es muy distinto a verla desde dentro. Así es como empecé a convertirme en una persona muy crítica con su país, veía lo que veían los demás, nuestra tontería, nuestra vaguería, nuestra infantilidad. --¿Lo criticaron por ello? --Por supuesto. --Hombre comprometido, rico, guapo, que gana un Oscar con la primera película que dirige (Gente como uno), que lucha por el medio ambiente, por el cine independiente ... Un punto flaco, por favor. --Eso sólo responde a lo que se publica sobre mí, así es como han construido mi perfil a lo largo de los años, y la gente acaba pensando que soy un tipo perfecto y guapo, pero no lo soy. No soy ni perfecto ni guapo, ni siquiera pienso que sea tan atractivo como la gente dice que soy. Tengo multitud de defectos: soy una persona contradictoria (se traba tres veces con la palabra contradictoria), llena de conflictos, con una zona oscura, de la que me he alimentado como artista, pero que me impide ser plenamente feliz. No me ha ido bien a la hora de mantener a mis amigos, y eso me hace sentir muy mal. Probablemente mucha gente me critica por no haber sabido mantener mis amistades. Confundo a la gente porque estoy a caballo entre dos mundos, el del arte y el del negocio: los hombres de negocios normalmente no pueden hablar como artistas, ni los artistas como hombres de negocios, y yo estoy en ambas partes ... A veces soy un hombre demasiado atormentado cuando no hago lo correcto o cuando tengo una idea que no funciona: en vez de olvidar y pasar página, me atormento. Siempre me tomo las cosas demasiado personalmente, soy demasiado sensible con temas que no controlo, como el mundo (se ríe) ... y eso no tiene sentido. La culpa me pesa, a veces me siento culpable de mi éxito o culpable por la gente a la que he herido, y ésa no es una emoción positiva ... Todo eso forma parte de una zona oscura de mi personalidad que está ahí, así que estoy muy lejos de ser perfecto. No soy una persona plenamente sana: fumo, bebo; no estoy felizmente casado: estoy divorciado ... Así nos podríamos pasar horas ...
--En algún momento ha dicho incluso que el calvinismo de sus orígenes, el de los granjeros del mediooeste, le ha impedido disfrutar del éxito, no hay éxito sin sufrimiento. --Es cierto, esa culpa, esa idea de que hay que sufrir para poder triunfar es un concepto estúpido, pero estoy anclado en ello, no puedo evitarlo, es una herencia de familia. Redford nació un 18 de agosto de 1937, en Santa Monica (California), en el seno de una familia humilde. No tenía grandes antecedentes artísticos, tan sólo un abuelo que tocaba el violón en proyecciones cinematográficas. Su madre murió cuando él apenas tenía 18 años. Su padre, Charles Redford, lechero que más tarde se hizo contable en una refinería de petróleo, murió en 1992. A los 21 se casa con una mujer mormona, Lola van Wagenen y se va a Nueva York a estudiar en la American Academy of Dramatic Arts. A los 23, primer hijo; a los 25, primera película (War hunt). Su matrimonio duró 26 años y tuvo cuatro hijos. La mayor, Shauna, tiene 37 años. Debra Winger, Sonia Braga, Lena Olin y la diseñadora Kathy O'Rear, militante del Partido Demócrata, son algunos de los romances que se le han atribuido en los últimos años. Su última compañera es Sybille Szaggers, artista abstracta. La carrera de Redford como actor (más de 30 películas) se frenó a partir de los ochenta. En los últimos 20 años, 10 títulos. Como director, ha arrastrado las contradicciones que él mismo asume, las del hombre que odia lo artificial pero se ha hecho rico con ello, las del que no quiere ir de guapo pero se resiste a hacer de abuelo, las de niño rubio que quería ser moreno. Sus obras suelen ser críticas con el sueño americano, pero él es un producto típico made in USA. En El hombre que susurraba a los caballos factura una película acusada de lacrimógena por unos; con algunas secuencias que demuestran buen pulso y maestría, dicen otros; una historia retocada en la que se elimina el sexo que reflejaba la novela de Nicholas Evans en la que está basada. Y con un nuevo final. --Usted dijo en varias ocasiones que no le gusta actuar en las películas que dirige, pero esta vez ha roto esa norma. ¿Por qué? ¿Era una cuestión de mantener el control sobre todo? --Más bien. Yo no quería hacerlo, no me gustaba demasiado dirigirme a mí mismo. Como actor, había un personaje muy apetecible, un trabajo interesante que quería hacer. Como director, había una bonita historia que dirigir, así que una cosa llevó a la otra, pero no era algo que yo perseguía. --¿Y cómo ha sido la experiencia? --Parecida a lo que yo esperaba. La verdad es que yo soy dos personas distintas, como actor y como director. Como director, me parezco al pintor que fui en mi juventud: control del cuadro, del pincel, de los colores, de las ideas, de la ejecución. Me preocupo de la luz, de los ángulos, de las distintas alternativas que se me ofrecen para rodar. Como actor, no me preocupo de nada de eso, sólo de estar con la otra persona, con el otro actor o en la situación. Y esas dos naturalezas no casan demasiado bien. No es que lo haya pasado mal haciéndolo, no es que fuera un personaje difícil de hacer, no lo era, pero la verdad es que no lo pude disfrutar del todo. --Su última película está llena de paisajes salvajes, de una naturaleza fuerte, usted es un hombre preocupado por la tierra. ¿Qué opina de la noticia que aparecía hace poco en los diarios de un grupo industrial que está contratando a científicos para desmontar las bases sobre las que se ha construido el tratado sobre el calentamiento global del planeta? --Es triste. Y peligroso. Peligroso, porque tienen poder, el poder del dinero. Pueden hacer campañas publicitarias para persuadir a la gente, pueden lavar el cerebro al público. Las víctimas de esto serán las gentes, y la consecuencia, la destrucción del aire y del planeta. Es triste porque uno tiene tendencia a pensar que la gente tiene más sentido común a la hora de encarar el futuro. Si traés niños al mundo, te preocupa el futuro y hacé algo en el tiempo que te ha tocado vivir para preservarlo. Organicé una conferencia en Sundance, en 1989. Invitamos a las academias de ciencias rusa y norteamericana, tuvimos tres días de debates y quedó patente que el problema del medio ambiente es un problema real. Creo mucho más en esos científicos que en las grandes empresas, para las que es una mera cuestión de beneficios, de dinero. Y otra de las cosas tristes es que están dispuestos a sacrificar vidas humanas por dólares. Pero eso no es nada nuevo, ocurre desde hace tiempo, y además no es un comportamiento exclusivo de Estados Unidos (se puede ver, sobre todo, en países del Tercer Mundo donde se aprecia la brutalidad con la que la gente se mata). Total, que estamos hablando de una muerte lenta, pero de una muerte al fin y al cabo. --En este sentido, ¿qué sensación le produce la perspectiva de que el vicepresidente Al Gore, aparentemente preocupado por temas medioambientales, pueda ser algún día presidente de Estados Unidos? --Creo que es un hombre bueno. He tratado con él y me parece buena persona, un buen político. Pero todavía no sabemos si es un líder, los vicepresidentes no tienen muchas oportunidades de demostrar su capacidad de liderazgo. Eso es lo que queda por ver. Desde luego, es un hombre que está más legitimado que Clinton para hablar de medio ambiente: es sincero, lleva muchos años apasionado con estos temas, y eso te da esperanza. En cualquier caso, detrás de la faceta de un Robert Redford comprometido siempre quedará, aunque le pese, la del sex symbol de toda una generación, el que formó junto con Paul Newman una de las parejas míticas de la historia de Hollywood. --Usted se encuentra en una posición en la que puede hacer casi todo lo que quiere. ¿Ha pensado en la cantidad de gente a la que le gustaría verlo de nuevo junto a Paul Newman en pantalla? ¿Cuándo se los podrá ver juntos de nuevo? --Sé que a la gente le gustaría volver a vernos juntos; a nosotros nos gustaría que eso ocurriera, pero hace falta un buen guión, una buena historia. Y no queremos hacer una secuela de Butch Cassidy o El golpe. La vida es demasiado corta como para hacer secuelas. --¿Y la etiqueta de galán? ¿Todavía tiene que luchar contra esa imagen? --No, ya no. Lo tuve que hacer durante mucho tiempo, me ponía muy nervioso al observar que todo el mundo me juzgaba cosméticamente, tan sólo por mi aspecto. Tal vez me puse demasiado nervioso con este tema, pero es que yo ya llevaba muchos años trabajando en mi oficio, años en los teatros de Broadway, estudiando interpretación, siendo actor. Ver cómo de repente todo eso queda a un lado para ser sólo un sex symbol o una personalidad glamorosa fue divertido al principio, disfruté de ello, me sentía halagado, pero poco a poco sentí que me veían en una sola dimensión. Tenía miedo de que la gente me viera como un decorado de Hollywood, precioso por fuera, pero vacío por dentro, de papel maché. Tenía la sensación de que la gente no aceptaría que yo hiciese determinados papeles. Los diarios y los medios de comunicación parecían obsesionados con mi aspecto. Empecé a hacerme viejo y comencé a luchar contra ello: no concedía entrevistas, luché por tener una vida privada. Ahora, como soy más mayor y este país está obsesionado con la juventud, ya no se preocupan tanto de esto, me siento más relajado. Además, en los últimos años, desde que empecé a dirigir, la gente empezó a ver que yo no era sólo eso. --O sea que el hecho de hacerse mayor le ha venido bien. --Sí, ha sido una especie de alivio.
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