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Cabeza de hormiga, cuerpo de elefante. Dibujada por una rara comisión compuesta por la señora ineficacia y el señor coima, mucha de la normativa municipal en materia de habilitaciones, verificaciones, clausuras y condiciones de desarrollo de la vida económica, comercial y social de los porteños parece surgida de un cuento surrealista. Un Estado gigante e híper-regulacionista para indicar hasta las dimensiones del papel picado, ha tenido como contracara un Estado bobo e impotente para regular racionalmente los enormes contratos en materia de basura, servicios públicos, comedores escolares, arreglos de veredas y la ejecución de un Presupuesto de más de 3000 millones de dólares. Un Presupuesto que, hasta hoy, es gastado sin la existencia concreta de ningún organismo de control independiente y externo a la administración. La reinvención del gobierno exige un audaz proceso de desregulación y simplificación de normas, a la vez que una valiente capacidad regulatoria sobre los grandes contratistas. Ambos extremos --la hormiga y el elefante-- han conducido a la cartelización del aparato administrativo porteño: --El híper-regulacionismo de sainete, a la corrupción hormiga de inspectores truchos, de gestores y traficantes de influencias. --La falta de control sobre las contrataciones millonarias, a la corrupción realmente estructural de decenas de millones de dólares. Hay dos maneras de cortar esta gangrena: 1) Sólo discutiendo si Juanita Pérez o Pepi o González pidieron 1000 o 2000 pesos de lubricante para agilizar un expediente; 2) investigando a fondo los gastos en el área de producción y servicios (especialmente en recolección de basura --180 millones-- y comedores escolares --60 millones--, donde los supuestos ahorros se desvanecen con sólo mirar la calidad del servicio de comida o el tema de los basureros clandestinos y los servicios extraordinarios). ¿No habrá en dichas áreas un vaso comunicante con muchos despachos del poder nacional? ¿No se entrecruzarán intereses empresarios, financiamiento político, complicidades corporativas? ¿No podrá interpretarse como sospechoso, al menos, el silencio de las autoridades porteñas frente a faraónicas obras como la ampliación del Puerto de Buenos Aires o la aeropenínsula, que busca rellenar con nefastos impactos ambientales el Río de la Plata? Por allí pueden descubrirse muchos indicios de corrupción realmente sistémica. Son negocios (¿para quién? ¿por qué?) de 350, 400 millones de dólares. ¿Por qué no sale esta discusión a la luz? Si la lucha por la transparencia se convierte en una "caza de hormigas" (y
también de brujas), seguramente reirán panza arriba los auténticos elefantes,
beneficiarios del robo estructural. |