Unidos para pedir por Edith
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Por Alejandra Dandan Poco le falta a Silvia para enloquecer. "Yo no tengo mis lágrimas para llorar. Ni hambre. No puedo estar en la casa." Está seca. La mujer carga una manta antigua boliviana. Hay una cruz dentro, en el mismo lugar donde estuvo su beba Edith hasta hace diez días. Una mujer se llevó de las puertas de la Maternidad Sardá a su hija ahora de 45 días. Ayer peleó frente al consulado de su país, Bolivia, para exigir interés de las autoridades en la búsqueda de Edith. Bolivianos, paraguayos, chilenos y peruanos la acompañaron. Eran unos 100. La mayoría de distintas villas. Fue la primera vez que la comunidad de inmigrantes de países limítrofes levantó la cabeza atreviéndose a gritar su condición de marginales. Saben que para resolverse, el caso debe ser tratado como tema de Estado. Pero no lo dice Silvia, lo repite Johnny, un boliviano de Oruro, con la terquedad de quien "tengo el derecho de hablar". El micro con Silvia y su compañero, Pascual Canchi, dejó la entrada de la parroquia Madre de la Esperanza cargado de inmigrantes en su doble condición: documentados y de los otros. Ese resto, como Silvia, es indocumentado: un estado indefinido que arrastra a condiciones de marginalidad a sus portadores. "Es que la paisana --discursea Juana-- no tiene documentos y aquí no sos nadie sin ellos, no puedes hacer denuncias porque hasta para eso tienes que tenerlos". Esta vez la comunidad sintió un detonante. Algo anestesiados por la ausencia de derechos y prejuicios generales ahora la historia es otra. Doña Juana lo sintetiza: esta vez fue una criatura. "Edith es la hija de todos --interrumpe, en tanto, una vozarrona femenina--, ahora tenemos algo por lo que luchar", termina en proclama. Un grupo de curas lleva adelante el reclamo por la beba. Se llaman "Equipo de sacerdotes para las villas de emergencia". Desde hace diez días, el Padre Mario sale con Silvia Villavicencio y vecinos hasta la Maternidad Sardá. Un colectivo los acerca. Bajan, estiran dos maderos, montan la imagen de una virgen y peregrinan. "Para que Noelia Edith aparezca", dice un papel colgado en la virgen. El reclamo mecánico se repite frente al edificio de la maternidad, entre oraciones y rosarios. Un rosario cuelga también del cuello de Pascual. "Es porque diosito es el único que puede ayudarme". Como lo hizo ante ese Dios, Pascual buscó primero el oído del cónsul de su país, Enrique Vargas Guzmán. Dos veces golpeó pidiendo audiencia en la sede diplómatica de la avenida Belgrano. "Hasta ahora --se queja-- ninguna autoridad se acercó a decirnos nada". Al lado, uno de los curas deshecha eufemismos: "No le hicieron caso". Por eso ayer Pascual no estuvo solo. Frente al consulado los bolivianos exigieron la presencia de Vargas. "Me dijo que él tampoco podía dormir por este tema", concede ahora Silvia sobre el diplomático. Los padres dieron una carta al cónsul. Pidieron colaboración en la búsqueda de la beba. Frente a cámaras Vargas Guzmán agradeció a los medios por la ayuda "en favor de una causa noble como es el rescate de la niña". Ernesto Narcisi es uno de los curas del equipo. Dobla una bandera. Cree que los prejuicios pueden volverse obstáculos en la investigación. "Tal vez las autoridades pensaron que Silvia había vendido a su bebé". No es el único en hablar del estigma de ser extranjero. Laura es hija de bolivianos. Está en la marcha y habla de la cultura como de una zanja. "Aquí no pueden entender que en Bolivia la gente es confiada. Si tú has visto a una persona tres veces, es conocida y puedes darle a tu hijo porque no te lo va a llevar. Ni se te cruza la idea que lo roben". La panza de Verónica lleva un chico de seis meses. "Parece que como somos extranjeros no tenemos derechos a reclamar", dice. La tevé le avisó una noche el caso de Silvia. No sabía que era paisana y ni siquiera que la cuadrícula de chapas en Lugano las volvía vecinas. "Nos callamos de algunas cosas --resuelve--; es hora de que salgamos a la calle a decir lo que vivimos". Silvia pensó en la señora que llevó a su hija. Pensó que si por ahí, la señora la veía por televisión se apiadaría y devolvería a Edith. Pero volvió al barrio sin la beba. Con la cruz en el mantón. Sin llanto. Seca. Como le contó al cura Ernesto: "Se me está secando la leche. Quiero a mi bebita".
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