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Por Fernando DAddario El estadio Luna Park, que le regaló a la leyenda su condición de referente ineludible del boxeo criollo, se reservó el derecho de estirar hasta hoy otro mito que admite connotaciones épicas: el de haber sido, a través de los años, el gran escenario para los grandes encuentros de la música popular, acaso desde los conciertos del Adiós a Sui Generis en adelante. Víctor Heredia pertenece a esa elite. Entre 1983 y 1988 tocó allí 17 veces. En 1987 llegó a hacer cinco funciones, quedó gente afuera y debió actuar en Ferro. Eran los tiempos del disco Sólo quiero la vida, es decir, los de Sobreviviendo, cuando convivían la euforia democrática y el dolor por las heridas que no cerraban. Otra época. El 16 de octubre, Heredia volverá a actuar en el Luna Park, esta vez para presentar su nuevo CD, Marcas. De lo que pasó en todo este tiempo y de lo que pasa hoy, con la euforia como recuerdo y las heridas abiertas, habló Heredia en una entrevista con Página/12. Es un desafío personal y una respuesta para algunos que dieron por muerta a mi generación. Los artistas populares argentinos somos muy maltratados. No es de ahora, le pasó a Yupanqui, a Piazzolla. Por eso, recurro al pueblo. Y no necesito decirle a la gente que estoy por morirme para que vaya a verme. Más allá de que los tiempos cambiaron, ¿bajó el nivel de sus canciones? No es que perdí calidad, sino que las canciones empezaron a tener otro sentido. No volví a escribir temas como aquellos que tuvieron tanto éxito, pero ocurre que volvió la democracia, cambió el país, cambió todo. Hubiese sido un facilismo de mi parte seguir escribiendo lo mismo, que además, había sido parte de un contexto. Después de 30 años de trayectoria no es fácil mantenerse allá arriba. Lo importante es poder conservar un nivel de reconocimiento, y creo que en ese sentido no me puedo quejar. Tuve períodos de mayor o menor éxito. En los comienzos de los 70, cuando El viejo Matías, me acuerdo que no tenía agenda libre. Después llegaron los problemas con la Triple A, la censura ... ¿En algún momento pensó que se acababa su carrera? En ese momento pensé en dedicarme a otra cosa. Uno no sabía cuánto podía durar la dictadura. Si era como en España con el franquismo, me iba a pasar 40 años sin poder cantar. Me puse a vender libros, o a escribir música para propagandas sin que apareciera mi nombre, hice cualquier cosa y cuando podíamos tocábamos en casas particulares, para 30 o 40 personas. Esa gente nos salvó. Se corría la noticia, de boca en boca, y con esos shows nos manteníamos. Usted suele contar que a pesar de las amenazas y de la desaparición de su hermana, se quedó en el país para cuidar a su madre. ¿Temió por su vida? En mi inconciencia pensaba que tenía la vida comprada. Quizá lo que pasaba era que como tenía que buscar a mi hermana María Cristina, desaparecida, necesitaba creer que a mí no me iba a pasar nada. Y, la verdad, lo que no podía hacer era actuar, pero por lo menos podía caminar. A mi hermana y a mi cuñado no sabía qué les estaba pasando. Buscando noticias sobre ellos me entrevisté con militares, y más de una vez me tiraron una carpeta en la que estaba detallado quién era yo y me decían ve, por eso está prohibido usted. Si ni siquiera estuve en el festival ese que hicieron por lo de Malvinas ... En ese festival actuaron en su mayoría rockeros. ¿Ellos eran menos peligrosos? No, lo que ocurre es que nuestra militancia era explícita. En cambio, tenés a tipos como Charly, que hacía canciones con un mensaje impresionante, pero en código. Los milicos no lo entendían, por suerte. En ese momento usted estaba afiliado al PC. ¿Después se hizo radical? Estuve en el PC hasta el 78, cuando renuncié. No soy radical, ni voté a Alfonsín en el 83. Simplemente apoyé al gobierno democrático, como creo que correspondía después de la dictadura. Y ahora creo en la Alianza, pero no como partido, sino en una Alianza con mayúsculas, una coalición que pueda hacerle frente a esta globalización terrorífica. ¿Las viejas utopías pierden sentido frente a esta situación? No, al contrario. Cuando derribaron el Muro lo que cayó fue un símbolo, pero para mí no significó la conclusión de un sistema, sino la prueba de que un campo, no pudo detener el avance de otro, el encarnado por el neoliberalismo. Las injusticias, el hambre, el FMI están demostrandolo bueno que era aquello que se demonizaba. Sigo estando a favor del socialismo, pero sin muros. Hoy, en democracia, ¿le cierran las puertas? Sí. Lo nuestro molesta. Pero hace quince años también molestaba Por entonces, la democracia era un bien común. En ese contexto de euforia y de rechazo a todo lo que tuviera que ver con la dictadura, lo nuestro no era peligroso. Hoy, ya sea porque molesta o porque consideran que no somos negocio, lo real es que no figuramos. A mi generación la quieren desaparecer Es una alianza perversa entre el capital y lo ideológico. Y yo no puedo amoldarme. No puedo hacerle una sonrisa al sistema para que me perdone.
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