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SI Hay --había-- un Javier Castrilli que por medir mal la relación de fuerzas se quedó solo y se convirtió en francotirador. El viaje siguió hacia el romántico restaurador de las leyes y acabó, como suele pasar, en la estación destinada a los mártires. Sin embargo, el ropaje y el personaje no deberían ocultar la realidad. Castrilli hizo denuncias que como mínimo deben ser investigadas. El artilugio de Julio Grondona exigiéndole "pruebas" es un acto defensivo que no creen ni los televidentes del Cartoon Network, aunque es cierto que en este país la estrategia funciona. Hace unos días, en la revista Noticias, Lourdes Di Natale contó con lujos, pelos y señales el tránsito pesado por las oficinas de Emir Yoma e involucró en robos, estafas y demás yerbas a lo más variopinto del poder menemista, desde su ex esposo Mariano Cúneo Libarona a empresarios, jueces y funcionarios. A nadie que le quepa el sayo se lo ha puesto. ¿Cómo terminarán las denuncias de Castrilli? No alcanza con que los árbitros de categorías menores elaboren un comunicado negando las denuncias de Castrilli. No son creíbles sus firmas después de la reunión con Grondona. El mismo Grondona que hace una semana se refirió a Castrilli y dijo "tiene que entender dónde está el poder y que el poder a veces te lo dan y a veces te lo quitan". Scorsese podría utilizar ese parlamento en la escena previa al tiroteo de un restaurante italiano. Juan Carlos Biscay es un ex árbitro, ahora columnista de Olé. Ayer reclamó que se investigue lo denunciado por su ex colega. ¿Biscay es un traidor a la "causa referil"? o, en su defecto ¿no será que conoce bien de adentro lo que se cocina en ese ambiente y por eso apoya a Castrilli? El dedo benefactor es el gesto que paga la genuflexión con AFA y sus socios. Eso es lo que denunció Castrilli, ése es el Castrilli que se pierde con su renuncia y que era inocuo, lamentablemente, desde la soledad. NO Hay --había-- un Javier Castrilli más personaje que persona, más cruzado que árbitro, más detective que juez, más justiciero que administrador de justicia. Se lo hicieron creer y, seguramente desde la ingenuidad y la buena fe, compró todos los boletos. Castrilli no fue el mejor árbitro porque la Justicia necesita del principio de imparcialidad y la ausencia del prejuicio. En el presunto elogio de que "los equipos chicos estaban protegidos cuando dirigía él", se encuentra su error. Por proteger a "los chicos" perjudicó a "los grandes" en más de una oportunidad. Su lema "el reglamento es uno solo para todos" puede leerse como el derecho constitucional de que "todos somos iguales ante la ley". Castrilli pretendió imponerlo a rajatabla. En su celo por ser justo fue injusto más de una vez y terminó pagando el precio de errores graves. Resultó como esos políticos que en nombre de la democracia alentaron golpes de Estado. O cerraron parlamentos, como Fujimori. ¿Era necesario amonestar a Milito a los 30 segundos del clásico con River? La falta fue fuerte, sí, pero no le dio a Milito la posibilidad de recapacitar y levantar el pie del acelerador. El Castrilli de los últimos dos partidos grandes, Vélez-Boca e Independiente-River, no aplicó el reglamento sino los edictos policiales. Como en esas redadas policiales cuando se llevaba gente "en averiguación de antecedentes", dirigía desde la sospecha: no todo delantero que se cae en el área simula un penal. Paladín de la justicia, Castrilli creyó que Moisés le entregó a él las Tablas de la Ley. Por empecinado, por distanciarse del pernicioso "siga, siga" se acercó a la inflexibilidad. Y como le abonaron el arbolito que plantó, se pensó infalible. Castrilli fue un buen árbitro que intentó hacer respetar la ley y que todos fueran iguales ante ella. No encontró sus propios límites. Quizá porque nadie le sacó a tiempo una tarjeta amarilla.
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