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politico
Escola do samba
Por J. M. Pasquini Durán
Las
elecciones presidenciales de mañana, domingo 4, en Brasil serán las más globalizadas de
cuantas se han realizado en América latina desde que la ola democratizadora cubrió esta
región. Aparte de los 106 millones de votantes, los 27 gobernadores, los cinco mil
intendentes, y los candidatos a los poderes Ejecutivo y Legislativo, la campaña electoral
incorporó un arco de opiniones internacionales, que incluyó desde el presidente
argentino Carlos Menem hasta funcionarios de organismos financieros internacionales, todos
ellos a favor del actual presidente Fernando Henrique Cardoso, que va por la reelección.
Brasil, que pierde en promedio 500 millones de dólares diarios desde hace dos meses por
fuga de capitales, ha sido presentado por estos pronunciamientos como el último eslabón
de la cadena de desbarajustes financieros en el mundo, iniciada hace más de un año. Si
se cae el coloso sudamericano, que representa el 43 por ciento del producto bruto de toda
América latina, el efecto contagio para el resto de la región sería
devastador, opinó, entre muchos otros, Peter Hakim, director del Diálogo
Inter-Americano, un centro de estudios en Washington DC.
Debido a la dependencia de Brasil del comercio exterior argentino en el Mercosur, hay
opiniones coincidentes en que el impacto recesivo sobre la economía nacional será
inevitable. También los eventuales perjuicios golpearían duro sobre los intereses
económicos de Estados Unidos, por lo menos en tres áreas: la inversión bancaria de esa
bandera, que tiene préstamos invertidos por valor de 34.000 millones de dólares (cuatro
veces más que los comprometidos en Rusia), la industria turística, sobre todo en Miami y
el resto de la Florida, y las exportaciones agrícolas, no sólo las actuales sino
también las del inmediato futuro.
Los estados agrícolas del medio-oeste norteamericano necesitan abrir nuevos
mercados en América latina, porque están siendo golpeados por la sequía, la caída de
sus exportaciones a Asia, y la caída general de los precios de las materias primas,
aseguró David T. Hirschmann, director de la Cámara de Comercio de Estados Unidos durante
un debate organizado por el matutino The Miami Herald a fines de setiembre. En esa misma
oportunidad, Isaac Cohen, de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América
Latina, agregó: Brasil, la mayor economía de la región, comercia con Estados
Unidos apenas 20.000 millones por año, cerca de la mitad del comercio norteamericano con
Puerto Rico. Es una vergüenza.
De acuerdo con la opinión de Luiz Inácio Lula Da Silva, por segunda vez en cinco años
principal opositor de Cardoso, durante su gobierno la deuda externa subió de 53.000
millones a 273.000 millones de dólares y el valor de los productos agrícolas importados
asciende a 8000 millones de dólares, mientras la producción nacional naufraga entre
créditos caros y falta de mercados, además de la baja de precios internacionales.
En todo caso, el Consejo Empresarial BrasilEstados Unidos, que agrupa a las grandes
corporaciones norteamericanas, ha pedido públicamente medidas de apoyo a Brasil, que
a diferencia de otros mercados emergentes, merece un aval internacional. Los
lectores del periódico especializado The Wall Street Journal habrán leído esta semana
un anuncio de esta entidad con el respaldo de empresas como IBM, Coca-Cola, Xerox,
Purina, Ford, GM, Caterpillar y Goodyear, que son parte de sus cincuenta miembros,
pidiendo a los legisladores del Capitolio la formación de un fondo de emergencia
controlado por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Aparte de estas intrusiones internacionales, otro dato llamativo de la campaña electoral
fue la alineación de las grandes cadenas de televisión detrás de Cardoso. En 1989 la TV
creó la presidencia de Fernando Collor de Mello, destituido después por corrupto, lo que
provocó el arrepentimientopúblico del propietario de TV Globo, una de las mayores
emisoras del continente.
En esta oportunidad según denunciaron los opositores y constataron cronistas
independientes, la parcialidad se expuso de tres modos: 1) la televisión atribuyó
la crisis al efecto dominó, sin culpas para Cardoso; 2) exaltó la continuidad como un
factor indispensable para eludir la hecatombe, y 3) ignoró a la oposición. La cadena
Globo ha sido implacable, no tanto por sus críticas al candidato Lula, sino por
ignorar su existencia y silenciar durante buena parte de la campaña el impacto de la
tormenta financiera en Brasil, escribió el jueves pasado el enviado especial de El
País de Madrid.
A pesar de sus antecedentes de intelectual ducho en el debate público, Cardoso rehusó
polemizar con sus oponentes sobre la crisis o cualquier otro tema. Su campaña, además,
tuvo momentos muy diferentes. Primero era el candidato puesto, hasta que las encuestas
mostraron que Lula le pisaba los talones en intención de voto. En junio último, cambió
el discurso y salió a prometer que aniquilaría el desempleo así como había terminado
con la inflación. En estos dos últimos meses, con la fuga masiva de capitales, dedicó
su atención a retener el apoyo del mercado. Al mediodía del 10 de setiembre
aseguró que no subiría la tasa de interés (la Constitución prohibe alzas anuales
superiores al 12 por ciento) y a las diez y media de la noche autorizó un aumento en el
precio del dinero que pasó del 29,7 al 49,7 por ciento.
Empresarios y opositores creen que si hay segunda vuelta, el gobierno no podrá soportar
la presión de los capitales y tendrá que intervenir con mano dura, desnudando la
situación que hasta ahora no apareció en público con toda su gravidez. Ayer The New
York Times advirtió que el ajuste que soportarán los brasileños será muy severo. En
efecto, aun si gana mañana, Cardoso recortará un tercio del gasto público, cuyas
consecuencias entre otras desmontará el sistema actual de previsión social y paralizará
la creación de nuevos empleos. De esa contracción y sus efectos en el Mercosur,
Argentina recibirá sin duda descargas negativas.
De todos modos, la crisis no ayudó a la oposición. Mientras más empeoraba, más se
afianzaba la continuidad, sobre todo entre los más pobres (63 % aprueba la gestión
gubernamental), los más viejos (59 %), los de menor grado de escolaridad (62 %) y los
habitantes de ciudades pequeñas (65 %). En promedio, el 56 % de la población lo aprueba
y el 33 % está en contra. Ciro Gomes, a la izquierda de Lula, con un promedio nacional de
nueve por ciento, según las mediciones últimas sobre intención de voto, recibirá el 16
% entre los votantes con ingresos más elevados y mayor grado de escolaridad (donde el
Presidente recauda la mitad de los votos), así como el 11 % de los votos jóvenes (hasta
24 años de edad), entre los cuales Cardoso tendrá el 47 % y Lula el 26 %.
La disputa en Brasil es, en definitiva, entre dos coaliciones, una de centro derecha con
la receta del ajuste, y otra de centroizquierda con un programa más ambiguo debido al
compromiso contradictorio entre la justicia social y las presiones del mercado que quiere
más ajuste. A juicio de los observadores más equidistantes, a Lula no lo favoreció
tampoco la alianza con Leonel Brizola, un dinosaurio de la política brasileña. Por
separado, en 1989, ambos sumados recibieron el 28 por ciento de los votos, mientras que
ahora, coligados, les pronostican poco más del 20 por ciento. Por su parte, Cardoso, ya
sea que tenga que ir a segunda vuelta o, después, para aprobar medidas extraordinarias,
tendrá que recomponer acuerdos, ya que aún ganando mañana es difícil que tenga
mayoría propia en el Congreso.
Por múltiples razones, o sea no sólo por las consecuencias económicas, las elecciones
brasileñas tienen mucho para decirle a la política argentina. En lo inmediato, Brasil no
está recibiendo el influjo de la ola socialdemócrata europea, cuya última expresión
fue la victoria neta enAlemania, aunque los pronosticadores habían augurado un empate
técnico entre Kohl y Schroeder. Quién sabe si la interna de la Alianza, en dos meses,
será más influenciada por Brasil que por Europa, como factor externo, y si las
presidenciales del próximo año tendrán un escenario mundial renovado por efecto del
huracán financiero, cuyo final nadie logra distinguir.
Hace tres semanas, Robert J. Samuelson, defensor de la globalización de los mercados, lo
expuso de este modo: Aunque no pase lo peor, el mundo nunca volverá a ser el mismo.
El capitalismo global no recuperará pronto su aura de infalibilidad. No había nada malo
en la teoría. El libre comercio y movimiento de capital enriquecería a todas las
naciones en un mundo donde todos venerasen la eficiencia y las ganancias. El problema es
que no vivimos en un mundo así.
A pesar de la propaganda oficial y aunque el presidente Menem se invite solo a la tribuna
del FMI, Argentina sigue muy lejos de los países desarrollados. Un ejemplo a la mano:
mientras aquí el Instituto del Cine fue descapitalizado por las necesidades de caja del
gobierno central, el neoliberal Mario Vargas Llosa se asombraba en Berlín porque
descubría que en esa ciudad el presupuesto estatal de este año para cultura es de mil
millones de dólares. Mi sorpresa escribió el peruano fue tan grande
como descubrir, en 1992, que la Universidad de Harvard disponía, ese año, de más dinero
para actividades académicas que todo el presupuesto de educación en el Perú
(Berlín, capital de Europa). Eso se paga en algún momento: esta semana, miles de
manifestantes casi incendian el palacio presidencial de Alberto Fujimori.
Argentina, por si esto fuera poco para marcar diferencias, ha desarrollado una corrupción
estructural muy superior a sus propios vecinos. En la prédica opositora de Brasil el tema
no ocupa la prioridad en los discursos, mientras aquí cada día revienta otra fuente de
pus. Es casi inimaginable, aunque toma cuerpo como evidencia, que puedan haber volado
Fabricaciones Militares en Río III para borrar las huellas del contrabando de armas. Hoy
en día los chicos del pueblo que entonces tenían hasta dos años de edad, manifiestan
síntomas de sordera, entre varias consecuencias nefastas de aquella explosión. Los
radicales de la Ciudad de Buenos Aires que se enojan con sus aliados por las denuncias de
actos ilícitos, deberían mirarse aunque sea en el espejo boliviano.
Después de conocer la calificación de Transparency International, en lugar de
enojarnos y denunciar la lista de países corruptos, decidimos usarla como un catalizador
para la acción, le comentó el vicepresidente de Bolivia, Jorge Quiroga Ramírez,
al periodista Andrés Oppenheimer. Elaboraron un proyecto llamado Plan Nacional de
Integridad que tendrá aportes del Banco Mundial por 180 millones de dólares y la
supervisión de expertos de Transparency.
El Plan incluye reformas al sistema de justicia, reducción de trámites en oficinas
públicas, declaración obligatoria de bienes para todos los funcionarios de la
administración estatal y una campaña masiva para alentar a la gente a denunciar actos de
corrupción. De las reglas propuestas, hay una de verdad renovadora: se llama de
silencio positivo y consiste en que las licencias, legalizaciones o
trámites en oficinas públicas serán considerados automáticamente aprobados a los
quince días de ser presentados, a menos que el interesado sea notificado antes de su
rechazo.
Que tenga éxito o no será cuestión de ver, pero lo que indica desde ya la iniciativa
boliviana es que se puede intentar mucho más que repetir el mismo monodiscurso del
menemismo: Si tiene denuncia, vaya a la Justicia, sobre todo a los tribunales
que están subordinados a la voluntad política oficial. La sociedad de la transparencia
requiere más imaginación y coraje que esas rutinarias y abstractas recetas de
administración. Imaginación ycoraje que no tuvo el Congreso para atender las demandas de
los docentes, porque no tenían permiso, hasta ayer, del ministro Roque Fernández.
También ayer fue hospitalizada Marta Maffei, descompensada por veinte días seguidos de
ayuno.
En realidad, todo lo que pasa en el mundo, sobre todo después que el Consenso de
Washington se resquebrajó, demanda lo mismo, imaginación y coraje, porque la
construcción de otros paradigmas será difícil, atormentada y sin certezas anticipadas.
A veces, hasta lo que parece novedad no es otra cosa que una versión renovada de ideas ya
conocidas. Por ejemplo, la tercera vía de Tony Blair se presenta como
una revaluación seria, que extrae su vitalidad de unir las dos grandes corrientes
de pensamiento del centroizquierda, el socialismo democrático y el liberalismo.
Hace tiempo, antes de morir, el mexicano Octavio Paz ya había escrito eso: El
pensamiento de la era que comienza tendrá que encontrar el punto de convergencia entre
libertad y fraternidad. Debemos repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la
reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo
y el socialismo. Como se ve, no hace falta ser marxista ni de izquierda ni
británico o alemán para pensar en el tema de nuestro tiempo, que es
político, no sólo económico-financiero, que es de ideas, no sólo puro pragmatismo, que
es de ilusión, no sólo de resignado escepticismo. |