A 30 años de la
masacre de Tlatelolco Dos de octubre
La versión oficial hablaba de 37 muertos, pero en México todos
saben que la represión a miles de estudiantes reunidos en la plaza de las Tres Culturas
el 2 de octubre de 1968, a pocos días de la iniciación de las Olimpíadas, provocó más
de 300. Pablo Gómez, uno de los líderes del movimiento y actual diputado por el PRD, es
uno de los principales impulsores de una investigación de lo ocurrido, incluyendo la
apertura de los archivos oficiales sobre el tema. Ayer miles de manifestantes volvieron a
concentrarse en esa plaza en homenaje a las víctimas de la masacre.
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Un altar popular se levanta en el lugar donde se
produjo la masacre.
Los mexicanos se movilizaron hacia la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
El
Batallón Olimpia se movió exactamente al mismo tiempo que la tropa uniformada, lo cual
evidencia un mando conjunto. Pero los militares armados y vestidos de civil en
contravención de las más elementales normas castrenses de paz y de guerra llegaron
primero por la escalera sur del tercer piso del edificio Chihuahua, donde se encontraba la
presidencia del mitin. Con sus armas amenazantes, los soldados empezaron a someter a los
estudiantes y periodistas. Un hombre alto, rubio, vestido de traje azul, se acercó al
barandal y disparó una pistola automática varias veces. Llegaron entonces a la terraza
los del Batallón Olimpia que venían subiendo por la escalera norte. Corrí hacia arriba
dos pisos y entré a un departamento unos segundos antes de que una ráfaga de
ametralladora penetrara por el ventanal que daba a la plaza y se llenara la estancia de
polvo y esquirlas. Nunca hubo balas de salva. Al suelo todos y, arrastrándose, hacia las
habitaciones que daban al otro lado del edificio para protegerse del fuego ininterrumpido
que, durante horas, se lanzó contra el edificio.
El único estudiante que fue acusado formal y personalmente de haber disparado desde el
tercer piso del edificio Chihuahua fue Carlos Andrade Ruiz, quien nunca estuvo en el
inmueble, sino en la plaza donde la tropa lo detuvo. Desde el Chihuahua no hubo más tiros
que los provenientes de las armas de los militares vestidos de civil y que portaban un
guante blanco. La versión oficial fue que el ejército había sido recibido con fuego
graneado de francotiradores y que los soldados se habían defendido. La prensa dio cuenta
con el parte oficial y el nombre del Batallón Olimpia recién apareció tiempo después.
¿Por qué el gobierno recurrió a la matanza como instrumento de terrorismo de Estado? La
explicación se encuentra en que el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz no podía usar
a los sindicatos oficiales ni a la estructura clientelística clásica del PRI como
instrumentos políticos ofensivos contra el movimiento, tal como había quedado demostrado
en el fracaso de concentraciones previas donde se había intentado utilizarlos contra los
estudiantes. El gobierno solamente contaba con la violencia, que venía usando
reiteradamente, gracias al apoyo incondicional de los jefes militares, pues la policía no
era suficiente para disolver a los estudiantes cuando éstos se encontraban en gran
número y la prensa la otra arma se mostraba incapaz de engañar a todos.
Entre el 2 de octubre y el 12 del mismo mes no habría más que un soplo de tiempo. Pero
esta última fecha no sería solamente el día de la raza, sino la
inauguración de la gran fiesta mundial de la juventud deportista, acto que debería tener
lugar en el estadio olímpico de la Ciudad Universitaria, recién desalojada por el
Ejército.
El presidente tenía que negociar un arreglo con los estudiantes o intensificar el terror.
Evidentemente, Díaz Ordaz y su gabinete optaron por lo segundo, con todo el apoyo del
aparato del Estado. Las Olimpíadas fueron vergonzosamente brillantes y ningún gobierno
siquiera se planteó boicotearlas.
Entre el 27 de agosto y el 2 de octubre no hubo más que dos procesos: las nuevas y
brillantes acciones del movimiento estudiantil, entre ellas la gran manifestación
silenciosa del 13 de setiembre, por un lado; por el otro, la escalada represiva del
gobierno, desde la ocupación militar de la Ciudad Universitaria hasta la matanza de
Tlatelolco.
Por la mañana del día de la matanza se produjeron dos reuniones: en la casa del rector,
entre los recién nombrados emisarios presidenciales y tres miembros del Consejo Nacional
de Huelga, sin que se llegara a ningún acuerdo; y en el Palacio Presidencial de Los
Pinos, entre Díaz Ordaz y Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación y
después presidente de México según consta en los papeles de esa dependencia,
recientementerecuperados por una comisión especial de la Cámara de Diputados, sin
que se conozca el contenido de la conversación.
Las conspiraciones internacionales denunciadas por el gobierno, así como las supuestas
pugnas en el gobierno y otras fantasías justificadoras del crimen, jamás existieron. Los
estudiantes y muchos de sus profesores, así como una creciente cantidad de mexicanos
carentes de instrumentos propios de organización y acción política, buscaban las
libertades democráticas, tal como lo mencionaba el lema del movimiento.
El 2 de octubre fue un crimen de Estado y, como tal, debe ser juzgado con los instrumentos
del derecho y con los de la historia.
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