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Carlos Menem llegará recién el 27 a Londres para que alguien más que Dios pueda salvar a la reina, pero su visita comienza de verdad este jueves. En Port Stanley y Buenos Aires, un grupo de kelpers y otro de argentinos harán su catarsis delante de Mariano Grondona. En la tele. Una forma de evitar lo que el gobierno de Su Majestad teme: que la catarsis sea en Londres. El fantasma que desvela a la Cancillería y al Foreign Office es una explosión nacionalista argentina que rebote en el Reino Unido y provoque una réplica nacionalista entre los británicos. Algo así como Crónica hablando de los ingleses tratándolos de piratas cosa que efectivamente hace y la Crónica de allá, el amarillo The Sun, recordando qué simpáticos eran los argies en tiempos de Galtieri. Una vuelta atrás que no deje espacio para otra cosa que el choque abierto y termine arrastrando a todos detrás de la caricatura del nacionalismo. La palabra clave que puede desatar los demonios es soberanía. El Foreign Office se niega desde 1982 a discutir sobre lo que esa palabra significa en el fondo, es decir, quién es el propietario de las Malvinas, pero curiosamente admite estos días que debe negociar sobre ella. Que quede claro: negociar sólo sobre la palabra. Discutir sobre si Menem la usará en Londres, y cómo. Acordar delante de quién la dirá. Con cuánto público escuchándolo. Y con qué insistencia. Menem tiene un antecedente propio de cuando esquivó el tema, la discusión de fondo y hasta la palabra. En 1995 se encontró en Nueva York con el entonces primer ministro británico, el conservador John Major, y evitó pronunciarla. Quería conseguir una invitación a Londres para cerrar la parábola de la normalización diplomática con el Reino Unido y todo valía. Incluso el silencio. (Otra frase de la reunión se hizo, en cambio, famosa. Fue cuando Major quiso agradarle con una ironía: ¿Se imagina, señor presidente, un mundo sin periodistas?.) Pero el viaje ya está arreglado y ahora Menem puede permitirse un pequeño lujo verbal. Hasta los británicos que negocian la agenda de la visita con la Cancillería argentina entienden que, esta vez, Menem debe decir la mala palabra, porque de otro modo la visita será interpretada en la Argentina como una humillación. ¿Y para qué humillar cuando se ganó una guerra? Segundo paso, entonces: ¿dónde decir la mala palabra? El miércoles 28 el Presidente almorzará con la reina Isabel II, un símbolo al que los británicos ven, más allá de las flaquezas de la Corona, como una insignia de su propia historia. ¿Se puede discutir de soberanía con un símbolo? Ningún dignatario extranjero lo hace, aunque después la Corona preste alguna de sus caras cuando Inglaterra resigna territorio. Fueron Major, su delegado Chris Patten y después Robin Cook y Tony Blair quienes concretaron la entrega de Hong Kong a China el año pasado. Pero el príncipe Carlos pareció quedar como el encargado único de exhibir el dolor oficial cuando la Union Jack bajó del mástil en la principal base naval de Hong Kong. Ese no es el caso entre la Argentina y el Reino Unido. La soberanía seguirá siendo un problema sin acuerdo por muchos años más, y quién sabe cuándo comenzará a formar parte de una agenda común. Queda el 28 a la tarde. Después del almuerzo con la reina, Menem disertará en Canning House. Allí será el momento. Diplomáticos locales confiaron a este diario que el Presidente reivindicará en ese ámbito con nombre de ministro inglés de la época colonial la titularidad argentina sobre las Malvinas. Por supuesto, recordará que la Argentina sólo las quiere de nuevo por la vía diplomática. Así, el 28 de octubre se abrirá sin reclamos y terminará con una reivindicación. Una cosa compensará la otra, razonó un funcionario de la Presidencia que pidió reserva de su identidad. El 29 Menem almorzará con Tony Blair. La historia (por el caso Major) dice que el Presidente callará. Uno de los argentinos que preparan la visita lo negó ante Página/12. Menem planteará a Blair la soberanía sobre las islas, aseguró. Salvo la conferencia de prensa del mismo 29, el resto de la agenda tiene menos que ver con las Malvinas, así sea en teoría, y por lo tanto habrá más oportunidades de que Menem haga lo que realmente quiere: disfrutar de la pompa de una visita a Londres, hacer propaganda de su modelo ante el establishment financiero, pisar los links de Saint Andrew, donde la leyenda dice que nació el golf, visitar Birmingham, lucirse con la Academia del Tango, atisbar el color de los parques en otoño. Hace unos años también pudo haber soñado con el Nobel de la Paz, pero hoy sonaría a disparate. El mundo ya olvidó la guerra de las Malvinas de 1982, y realmente dispone de escenarios de conflicto mucho más cercanos para ensayar el minué de la guerra y la paz. Irlanda, por ejemplo. Quedaría, para el análisis de quienes deben preocuparse de los riesgos de una visita como un trabajo, la chance de una negociación secreta. Pero este viaje será por definición ajeno a un secreto excitante. Está descartada sobre todo una negociación en torno de la soberanía. Londres la rechaza y, además, Blair no la haría en su país, donde quedaría a merced del humor patriótico estimulado por los conservadores. Hay una posibilidad más: que el nivel de crítica hacia Menem sea apabullante, y que entonces Menem resuelva subir los decibeles para calmar la condena social. Pero aunque la Alianza no participa del viaje a Londres y su diplomático más experimentado, Lucio García del Solar, recomendó que Menem no debe viajar porque la cuestión sustancial no fue abierta, tampoco tomará el nacionalismo territorial como estandarte. El último de los fantasmas es que la emoción de la guerra reaparezca en Londres, y no en Buenos Aires, y esté a cargo de súbditos de Su Majestad. Ocurrió cuando el emperador japonés visitó el Reino Unido y un grupo de 20 o 30 veteranos de la Segunda Guerra reclamó una indemnización y una disculpa. ¿Puede suceder con Menem? Diplomáticos y funcionarios calculan que no y, más realistas, desean que no pase mientras acomodan sus sillones frente al televisor para el test del jueves.
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