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Por Marcelo Justo desde Londres No es capitalismo ni mucho menos comunismo. No es thatcherismo neoliberal pero tampoco encubierto dirigismo estatista. Se define mucho más por lo que no es que por lo que es. El Third Way, la tercera vía del primer ministro británico Tony Blair, se ha convertido hoy, gracias a su elusividad, en uno de los conceptos más debatidos y escurridizos de Gran Bretaña. Y como las crisis financieras, contagia: del Third Way habla Bill Clinton, el primer ministro francés Lionel Jospin, el italiano Romano Prodi, y seguramente, muy pronto, el nuevo canciller alemán, Gerhard Shroeder. Son como los caballeros de la mesa redonda arturiana, todos en busca de un nuevo decálogo ideológico que defina una alternativa de centro izquierda en este fin de milenio poscomunista y globalizado. La Biblia de la tercera vía son dos pequeños textos publicados el mes pasado: The Third Way: new politics for the new century y The Third Way: the renewal of social democracy. El primero es un panfleto escrito por Blair, el protagonista de la película. El segundo tiene las dimensiones de un libro y está a cargo de su mentor teórico, el director de la London School of Economics, Anthony Giddens. El texto de Blair se inicia con una frase sintomática: Siempre he sostenido que la política se trata antes que nada de ideas. Sin un fuerte compromiso con ciertos valores y metas un gobierno es ineficaz. Imposible estar demasiado a favor o en contra. Son palabras agradables, resbaladizas: suenan bien, pero no dicen demasiado. Los valores que componen la tercera vía son cuatro: comunidad, oportunidad, responsabilidad e igualdad. Los enemigos de estos valores son también cuatro: el cinismo, el fatalismo, el prejuicio y la exclusión social. Somos una democracia social moderna en su objetivo de justicia social pero flexibles e innovativos en los medios para alcanzarla, dice Blair. La tercera vía no es ni el desenfrenado neoliberalismo (primera vía), ni el estatismo socialdemócrata (segunda). Es una síntesis que rescata los mecanismos de mercado que pone en juego la primera y los objetivos de fondo de la segunda. Siguiendo una política adecuada, los mecanismos de mercado son la clave para alcanzar los objetivos sociales, el espíritu empresario sirve para llegar a la justicia social y la tecnología es un instrumento, no una amenaza. A medida que el panfleto avanza, la tercera vía se asemeja cada vez más a los mundos felices de los slogans publicitarios: unas sonrisas anchas donde hasta el más sangriento de los conflictos de intereses desemboca en un final feliz. No sorprende entonces que superar las contradicciones entre el neoliberalismo y la socialdemocracia no sea más que un paso en el camino del blairismo. Mi proyecto para el siglo XXI es crear una visión política que supere conceptos erróneamente considerados antagónicos: derechos y responsabilidades, patriotismo e internacionalismo, espíritu de empresa y ataque a la pobreza y discriminación. Las 164 páginas del libro de An-thony Giddens no aportan muchas más precisiones a esta mezcla de efusividad retórica y piadoso sermón dominical. Giddens comienza por trazar un panorama del mundo tras el colapso de la Unión Soviética y plantea los cinco dilemas que a su juicio enfrenta una alternativa socialdemócrata: la globalización, el nuevo individualismo, los problemas que escapan a la división izquierda-derecha (como la contaminación o los bloques económicos), la naturaleza cambiante del estado y el medio ambiente. El proteccionismo es indeseable, dice el sociólogo británico, pero tampoco se puede dar un cheque en blanco al librecomercio. Hay que controlar los excesos de las finanzasinternacionales pero esos controles son problemáticos. Esta vaguedad llevó a algunos como el primer ministro francés Lionel Jospin a preguntar de qué se trataba la Tercera Vía exactamente. Si se sitúa entre el comunismo y el ultraliberalismo, estoy a favor. Si en cambio se encuentra entre el liberalismo y la social democracia, estoy en contra, dijo Jospin. Muchos sin embargo piensan que en los hechos el gobierno laborista es mucho más claro que en las 20 páginas del panfleto del primer ministro o en las 164 del libro de su gurú teórico Anthony Giddens. Dentro del mismo laborismo, el diputado Alan Simpson fue categórico: La tercera vía es una ilusión que se usa cuando los gobiernos no tienen ideas propias sobre cómo manejar la economía y, por lo tanto, se dedican a manejar a la gente. Esta semana un analista político del conservador matutino The Times lo resumió desde otra óptica. La Tercera Vía de Blair no existe. Su política económica es básicamente thatcherista. Cuando tiene que resolver disputas internas lo hace en favor de los poderosos. Le horroriza la idea de aumentar el gasto público o los impuestos, rechaza un incremento de los beneficios sociales, no tiene problemas con nuevas privatizaciones. ¿Es eso la Tercera Vía?, señaló Simon Jenkins.
HABLA JULIAN LE GRAND, UNO DE LOS TEORICOS DE
LA THIRD WAY Por M.J. desde Londres |