Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


El escrache de clientes arruina el trabajo sexual en Palermo

Los militantes contra la prostitución callejera salen de noche a filmar a los clientes. En una recorrida con Página/12, revelaron algunos datos. Las travestis ya tienen menos trabajo.

na10fo01.jpg (8397 bytes)
Por Cristian Alarcón

t.gif (67 bytes)  La última estrategia de los vecinos de Palermo que hace dos semanas registran en video home a los pecadores que les llenan el barrio, ha dado un resultado que en nada apacigua "el tormento" que dicen padecer. "Detectamos la misma cantidad de autos de siempre, el mismo ruido, pero hay muchos menos levantes. Diría que bajaron a la mitad", diagnostica la líder de los más acérrimos enemigos del comercio sexual en la vía pública, Lucía Careu. Y en la calle, a la una de la mañana se puede ver el nivel de simple paseo y negociación sin concreciones que deambula por Godoy Cruz. "Hay un movimiento bárbaro, pero laburo, nada", se queja otra Lucía, homónima de la señora que la combate, mientras toma una Sprite y mastica un caramelo de goma. A sabiendas de que faltan por lo menos meses para un nuevo intento de reforma del Código de Convivencia, por lo pronto, los vecinos se conforman con gastar la obsesión. Además de las dos cámaras instaladas en supersecretos escondites, el escrache de clientes es realizado por unas veinte familias que, entre cortinados, anotan en cuadernos, las patentes de los que "efectivamente levantan".

Los vecinos organizados se repliegan y vuelven a avanzar como un gusano por un tronco empinado. El grupo de diez figuritas estables que debutó hace dos años en los talk shows más escandalosos continúa incólume y alrededor de ellos existe lo que denominan "el grupo de apoyo". Entre esos personajes donde el odio por las travestis se mezcla siempre con una mirada jocosa, como de broma de secundario, es que se gesta la tarea de inteligencia e información en la que están embarcados.

El registro de autos va a parar a una "base de datos donde vamos procesando lo nuevo cada dos días". Eso les ha permitido llegar a revelaciones tales como que "el 90 por ciento del servicio sexual demora no más de 15 minutos y casi siempre consiste en una fellatio". También denuncian que hay taxistas que alquilan sus asientos traseros como circunstanciales telos. "Es para proteger su identidad, saben que los podemos escrachar", se ufanan.

De esos diez socios fundadores, seis accedieron a dar una de las recorridas por la zona, a medianoche. Entre exclamaciones de horror y conteo de patentes, desgranaron los datos que alcanzaron a reunir. El encuentro es en la clásica Oro y Paraguay. No sólo observan el tráfico de sexo, sino que cuentan con un red de protección, "porque nunca se sabe". Una mujer gordita, petisa y con firme aspecto de vecina antitravesti niega que ella sea del grupo. Y, simuladora, hace una compra en el kiosco, donde de paso pregunta por las dos trabajadoras sexuales que recién se fueron.

--¿Qué les vendiste Emilio? Decí la verdad --reclama.

La vecina finge que vuelve a casa, pero espía desde el hall. En la esquina aparece la armada Brancaleone. Careu a la cabeza. "En este momento hay alguien en otro auto que está viendo lo que hacemos", informa. Esta vez ha combinado su traje negro con un pulover color pistachio. La acompaña un hombre de unos 35, Gustavo. El cuenta sobre sus hijas. La de ocho inventó una canción. Dice algo así como "hombres que quieren ser mujer se visten de odio". También una señora que demuestra una locuacidad como la de José María Muñoz, a la hora de transmitir lo que a bordo de una Renault se ve por las calles del barrio. Finalmente la vecina escondida se decide y aparece. "Estaban las travestis cerca. Por eso me hice la sota", dice. Ella sube al auto de un "matrimonio de empresarios", que también se sumó. Avanzan los autos cargados de esta "guardia civil", tal como la llaman.

--¡Mirá! ¡Mirá! Ahí tenés concentración --acusa la relatora, amparada en la letra del Código de Convivencia.

Hay tres travestis, una cada dos metros. Los vecinos miden las distancias. Y se niegan como al desnudo cuando se les pide entrar a uno de los departamentos observatorios, una de las casas desde donde anotan. Sólo acceden al tour y los datos. "Más de la mitad tiene entre 40 y 60 años. La mayoría son autos importados, Mercedez, BMW, clase media alta", informan y señalan una cuatro por cuatro a paso de hombre.

--¡Mirá esas qué monas! --admira la relatora a dos travestis sin rastros de barba y aplicaciones forzadas.

--¡Mo-nos! --dice una seca Lucía Careu--. No nos olvidemos que en el documento son hombres y como hombres hay que tratarlos.

Delante de la fila de travestis, sobre un montón de basura que tapa la esquina, emerge la cabeza un hombre joven.

--Y ese en la basura, seguro que esconde droga --dice la relatora.

Por todas partes hay oscuros fantasmas, en estas calles iluminadas.

 


Esa obsesión por prohibir

t.gif (862 bytes) "Nuestro proyecto para que se prohíba terminantemente el comercio sexual en la vía pública no es en respuesta a los manifestantes de Palermo", asegura Enrique Mathov, secretario de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el hombre que impulsa el llamado proyecto De la Rúa en la Legislatura porteña. Los vecinos en cuestión suelen jactarse del contacto que mantienen con el funcionario, y de las reuniones en que intercambian opiniones. Pero Mathov rechaza cualquier relación "más allá de la que se mantiene con todos los sectores a los que escuchamos".

Fue Mathov quien presentó el martes el nuevo proyecto de reforma al Código de Convivencia, según el cual se modificaría el artículo 71, que hasta el momento permite la prostitución callejera con algunas limitaciones. "Ellos critican a la Alianza, no es que estén con nosotros", sostiene el funcionario.

Claro que los vecinos se identifican con el Ejecutivo y no con los legisladores, a los que consideran "traidores". También sintonizan con el secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma, y enarbolan el proyecto de modificación del Código Penal del funcionario, quien incluye la sanción del escándalo en ocasión del ejercicio público del comercio sexual, una vía más terminante para acorralar a prostitutas y travestis.



PRINCIPAL