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Por Cristian Alarcón![]() Los vecinos organizados se repliegan y vuelven a avanzar como un gusano por un tronco empinado. El grupo de diez figuritas estables que debutó hace dos años en los talk shows más escandalosos continúa incólume y alrededor de ellos existe lo que denominan "el grupo de apoyo". Entre esos personajes donde el odio por las travestis se mezcla siempre con una mirada jocosa, como de broma de secundario, es que se gesta la tarea de inteligencia e información en la que están embarcados. El registro de autos va a parar a una "base de datos donde vamos procesando lo nuevo cada dos días". Eso les ha permitido llegar a revelaciones tales como que "el 90 por ciento del servicio sexual demora no más de 15 minutos y casi siempre consiste en una fellatio". También denuncian que hay taxistas que alquilan sus asientos traseros como circunstanciales telos. "Es para proteger su identidad, saben que los podemos escrachar", se ufanan. De esos diez socios fundadores, seis accedieron a dar una de las recorridas por la zona, a medianoche. Entre exclamaciones de horror y conteo de patentes, desgranaron los datos que alcanzaron a reunir. El encuentro es en la clásica Oro y Paraguay. No sólo observan el tráfico de sexo, sino que cuentan con un red de protección, "porque nunca se sabe". Una mujer gordita, petisa y con firme aspecto de vecina antitravesti niega que ella sea del grupo. Y, simuladora, hace una compra en el kiosco, donde de paso pregunta por las dos trabajadoras sexuales que recién se fueron. --¿Qué les vendiste Emilio? Decí la verdad --reclama. La vecina finge que vuelve a casa, pero espía desde el hall. En la esquina aparece la armada Brancaleone. Careu a la cabeza. "En este momento hay alguien en otro auto que está viendo lo que hacemos", informa. Esta vez ha combinado su traje negro con un pulover color pistachio. La acompaña un hombre de unos 35, Gustavo. El cuenta sobre sus hijas. La de ocho inventó una canción. Dice algo así como "hombres que quieren ser mujer se visten de odio". También una señora que demuestra una locuacidad como la de José María Muñoz, a la hora de transmitir lo que a bordo de una Renault se ve por las calles del barrio. Finalmente la vecina escondida se decide y aparece. "Estaban las travestis cerca. Por eso me hice la sota", dice. Ella sube al auto de un "matrimonio de empresarios", que también se sumó. Avanzan los autos cargados de esta "guardia civil", tal como la llaman. --¡Mirá! ¡Mirá! Ahí tenés concentración --acusa la relatora, amparada en la letra del Código de Convivencia. Hay tres travestis, una cada dos metros. Los vecinos miden las distancias. Y se niegan como al desnudo cuando se les pide entrar a uno de los departamentos observatorios, una de las casas desde donde anotan. Sólo acceden al tour y los datos. "Más de la mitad tiene entre 40 y 60 años. La mayoría son autos importados, Mercedez, BMW, clase media alta", informan y señalan una cuatro por cuatro a paso de hombre. --¡Mirá esas qué monas! --admira la relatora a dos travestis sin rastros de barba y aplicaciones forzadas. --¡Mo-nos! --dice una seca Lucía Careu--. No nos olvidemos que en el documento son hombres y como hombres hay que tratarlos. Delante de la fila de travestis, sobre un montón de basura que tapa la esquina, emerge la cabeza un hombre joven. --Y ese en la basura, seguro que esconde droga --dice la relatora. Por todas partes hay oscuros fantasmas, en estas calles iluminadas.
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