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Por Hilda Cabrera La fórmula con que el inglés Steven Berkoff revive el mito de Edipo es simple. Pone en boca de los personajes de una familia urbana, de nivel medio, deseos, broncas, prejuicios, sueños y revelaciones proféticas. A esto le suma rápidas reflexiones sobre el entorno --todo con un lenguaje alejado de las buenas costumbres-- y termina rescatando el amor incestuoso como un afecto más, liberado de ridículas dramatizaciones. Así, en Greek parece un despropósito arrancarse los ojos (como lo hace el Edipo, de Sófocles) por "garcharse" a la madre. La fábula vista desde dentro de una sociedad, que --como la actual-- es sórdida y vampiriza, resulta una ingenuidad. ¿A quién se le ocurre mutilarse por amar y ser amado? A fuerza de ironías y vulgaridades, Berkoff le quita solemnidad al mito y presenta incluso una descacharrante Esfinge, decidida a hacer reír con su maldad y poco seso, su defensa del matriarcado y sus apuntes. Alguno incluso adaptado del Hamlet de Shakespeare: "En esta ciudad hay algo podrido que se niega a morir". Esta referencia vale para Tebas/Londres, y probablemente para cualquier otra ciudad. Aunque a Berkoff le guste desmentirlo en los reportajes, detrás de sus bromas está siempre la sociedad británica. Ella es aquí su punto de referencia. La obra está llena de irónicos guiños sobre el thatcherismo ("La Thatcher es nuestra única esperanza", se dice en una secuencia) y otros fenómenos sociales. El desprecio respecto de los irlandeses, las despectivas alusiones a marxistas, laboristas y refugiados, las menciones sobre la indefensión de los jubilados y la profusión de bares "con sus coros nocturnos de decadentes" se mezclan sin aparente ilación en los largos monólogos de los personajes, artífices (a través de la dramatización y la narración) de una nueva historia de Edipo. "¡Hable, hable!", manda el hijo, recordando el episodio en el que un "gitano negro de mierda" le vaticinó que iba a "garchar" a la madre. "Antes preferiría chupársela a Hitler", dice ahora ya adulto el vástago que memora aquella secuencia, y que, por las dudas, abandonó la casa, sin saber que en realidad se alejaba de sus padres adoptivos, del "moho" y el "queso", como les llama, aclarando, agradecido, que el queso designa a la madre. En la sencilla puesta de los directores Román Caracciolo y Francisco
Javier, eficaces en la marcación de actores, el personaje de Eddy (el hijo) es más un
pobre tipo vapuleado por su necesidad de amor, y por la necedad de sus padres adoptivos,
que un producto agresivo de una sociedad violenta. Su amor a la madre (papel que
desempeña Alicia Aller, también la esposa y la hermana) es su único refugio. Esto queda
subrayado en la --por momentos-- emotiva actuación de Roberto Sáiz, protagonista de
Eddy. Un desempeño que se constituye en bocanada de aire fresco (por el insólito pudor
con que expresa sus sentimientos) en medio del cinismo que despliegan el padrastro (a
cargo de un destacable Carlos Weber) y la madre adoptiva (Adela Gleijer, quien compone
además a la Esfinge). Berkoff tiene, en tanto autor, una poco común habilidad para
verbalizar el odio. Sus monólogos pueden convertirse en andanada difícil de digerir,
pero también en un barroquismo de bajo tono que atrae sin escandalizar. Simplemente,
porque queda claro que la "peste" de Tebas/Londres y de cualquier otra ciudad es
la intolerancia, que arrasa y sólo deja desechos. |