GALENO |
Hace tiempo que al amigo Luis lo aqueja un dolorcito errático en la nuca. Va y viene, se extiende a la espalda y al pecho, a veces no lo deja dormir. Consulta con tres especialistas. El primero le decreta un preinfarto. El segundo sugiere una operación de cuello. El tercero quiere enyesarlo por 90 días de los pies a la cabeza. Luis se tranquiliza un poco cuando una vecina, en el ascensor, le asegura que lo suyo es un problema en las cervicales. Producto del stress, le dice. El amigo siempre tuvo un respeto casi religioso por los profesionales del arte de curar. De chico leía biografías de médicos y las novelas de Cronin y Van Der Meersh. No quiere perder esa devoción. Pero, como le pasa a todo el mundo, a lo largo de los años fue armando una larga lista de historias inquietantes con respecto a los hombres de blanco. Para colmo, hace apenas un mes, la médica de una amiga suya tuvo un momentáneo olvido y le colocó un DIU nuevo sin quitarle el anterior. Con el amigo de un amigo se equivocaron de historia clínica y número de cama y en lugar de extirparle el apéndice le sacaron otra pieza y tendrán que volver a intentarlo. Luis se calma reflexionando que él, con el DIU, nada que ver. En cuanto al apéndice, se operó hace años. Pero sus dolores de nuca siguen ahí. Alguien le recomienda un cuarto especialista y allá va. Si hay algo que Luis desea con fervor es recuperar la fe en los médicos. Pide turno y lo recibe un tipo de sonrisa ganadora. Los dientes se los debe haber pedido prestados a Perón o a Gardel. De uno de los dos son, seguro. No usa delantal blanco, viste de elegante sport. Le palmea el hombro. Luis le entrega la carpeta con los análisis, radiografías y estudios de un año. Al tomarla, el doctor dice: --Veamos cómo se perfila el marcador. Antes de abrir la carpeta explica: --Yo divido a los pacientes que me consultan en tres categorías: los que se van a curar solos, los que no tienen ninguna chance y los que necesitan tratamiento. Sólo acepto estos últimos. Soy un apostador nato y no me gusta perder ni siquiera a la bolita. --Sí --dice Luis. El doctor empieza a leer. Primer comentario: --En el apronte no lo veo como ganador, pero los pingos se conocen en la pista. --Sí --dice Luis. El doctor sigue leyendo: --Largada correcta. Por ahora está llevando a cabo una performance satisfactoria. Un poco después: --Ay ay ay, acá casi me pega una rodada. Más adelante: --Epa, epa, muchacho, ahora sí que se mandó, va ganando posiciones y se me está acercando a los punteros. Se produce un silencio prolongado y Luis, impaciente, pregunta: --¿Cómo vengo? --Acaba de tomar la delantera, está dejando el pelotón atrás, dos cuerpos de ventaja. --Bien --dice Luis. El doctor canturrea:
--Por una cabeza, de un noble potrillo... Recién entonces Luis advierte que en las paredes hay cuadros de carreras de caballos y un retrato de Leguisamo. Nunca había visto un consultorio con esa decoración. No se puede negar que tiene su encanto. El doctor cierra la carpeta y hay un momento de suspenso. --¿Cuál es su diagnóstico? --pregunta Luis. --Corrió de menor a mayor, buena gestión de punta a punta, yo lo anotaría en el gran premio. --¿Qué posibilidades me ve? --Le doy cincuenta y cincuenta, mita y mita. --¿Eso está bien o está mal? --Una chance contra otra, es un favorito, póngase contento. Le propone un tratamiento, le sugiere que lo piense y que lo llame cuando se decida. Luis no entiende nada porque la explicación viene muy mezclada con términos turfísticos. Pero le encanta el lenguaje y siente que por fin está volviendo la perdida confianza en los médicos. Sale a la calle, compra el diario y sin quererlo lo abre en la página de las carreras. En la sexta corre un caballo de nombre Galeno, hijo de Lord Fleming y de Madame Curie, con la monta de María Clara Servet. Luis se mete en una agencia de apuestas y le juega cien ganadores. --¡Vamos todavía Galeno solo por los palos!
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