Historia de un engaño perfecto
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Por Pedro Lipcovich Por fin, José María Roldán Bonadeo irá a la facultad. El hombre que ejerció durante 40 años como médico sin haber cursado la carrera pasará tres años en los recintos universitarios, sólo que no en Medicina sino en la Facultad de Ciencias Sociales, y no como alumno sino para efectuar tareas administrativas: así cumplirá la probation otorgada por el magistrado que lo juzgó por ejercicio ilegal de la medicina. Para otorgar este beneficio, el juez tomó en cuenta que Roldán Bonadeo --quien hasta el año pasado era jefe de hemoterapia del prestigioso Instituto del Diagnóstico-- no cometió ningún acto de mala praxis durante su dilatado desempeño. Además, Roldán Bonadeo indemnizará a cuatro pacientes que se consideraron moralmente afectados por la revelación de que su doctor era de mentirita. El juez en lo correccional Luis Schelgel concedió a Roldán Bonadeo el beneficio tomando en cuenta que la pena mínima que le hubiera correspondido no supera los tres años, lo cual permite la libertad condicional. El ex falso médico deberá cumplir tareas administrativas en la biblioteca de la Facultad de Ciencias Sociales durante tres años, 25 horas semanales, 48 semanas anuales. La decisión tuvo el acuerdo del fiscal, Alejandro Alagia. La medida tomó en cuenta que "investigamos su actuación con todas los pacientes que se presentaron como víctimas y no se acreditó ningún caso de mala praxis", observó a este diario el fiscal Alagia. Una mala praxis hubiera agravado la situación de Roldán Bonadeo pero, de todos modos, "lo que se castiga en el ejercicio ilegal de la medicina no es el daño sino el peligro que conlleva", explicó el fiscal. También hubo que dar respuesta a la situación de quienes se consideraban víctimas. En setiembre del año pasado, cuando se hizo público que Roldán Bonadeo no tenía título de médico, varios de sus pacientes se presentaron ante la Justicia. En todos los casos se investigó si había habido mala praxis: los peritajes establecieron que no, pero, de todos modos, se admitió que los pacientes podían haber sufrido un "daño moral". Un ejemplo fue el de una señora enferma de cáncer que en tres operaciones había recibido sangre en el servicio del acusado: cuando supo que el médico no era tal, a sus padecimientos se agregó el temor de haber recibido el virus del sida por una transfusión desaprensiva; por más que la transfusión hubiese sido bien hecha, la angustia de la señora era real, y el causante era Roldán Bonadeo. Todas las personas así afectadas fueron convocadas a audiencia por el juez Schelgel, en presencia del acusado. En realidad hubo dos audiencias: "En la primera Roldán Bonadeo no sólo ofreció una suma irrisoria sino que se comportó con soberbia: cuando una de sus ex pacientes trataba de explicarle que se sentía damnificada, él le contestaba que no tenía por qué e insistía en que había aplicado el procedimiento correcto, hasta que el juez tuvo que decirle: '¡Pero si usted no es médico!'", contó a este diario una fuente próxima a la fiscalía. En esa primera audiencia el juez no aceptó la probation ni las indemnizaciones ofrecidas por el acusado. Hubo que aguardar a una segunda audiencia en la cual Roldán Bonadeo accedió a pedir disculpas y se avino a una indemnización de 50.000 pesos en total, que fue aceptada por las cuatro víctimas que se presentaron. Sin embargo, todavía le queda pendiente el juicio que, en el fuero civil, le inició un médico familiar suyo, cuyo número de matrícula profesional fue usurpado por el falso médico durante 40 años: le pide un resarcimiento de 250.000 pesos. Es cierto que, "en tantos años, Roldán Bonadeo se enriqueció en el ejercicio de la profesión: está en buena situación, tiene campos, se halla en condiciones de responder a los reclamos de sus víctimas", observó la fuente de la fiscalía. En el origen del dilatadísimo fraude de Roldán Bonadeo, hay una mujer: Susana Rosawer. Ella era hija de un médico de prestigio y cuando Roldán Bonadeo la conoció, a mediados de los '50, el engaño fue un intento de conquistarla, a ella y a su familia. Susana jamás conoció la verdad, ni durante su matrimonio ni cuando se separaron, y murió sin saberlo. Su actual esposa, María Esther Padilla, aparentemente tampoco lo sabía. Y él quedó atrapado en su propia mentira, que le permitía progresar en la profesión, asistir a congresos internacionales y publicar trabajos pero no, sin traicionar el engaño, completar la carrera de la que sólo había rendido una materia, anatomía. Según el fiscal Alagia, que vio la expresión de la cara y los hombros de Roldán Bonadeo en cada una de las audiencias, "el escándalo que se produjo hace un año, cuando el caso se hizo público, fue el peor castigo para Roldán Bonadeo; para él fue quizá más grave que una condena penal".
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