Por Graciela Fernández Meijide |
Hoy quiero saldar una deuda con el área que pocos nombran, muchos olvidan y la mayoría suele pensar que es cuestión de elites adineradas. En estos tiempos sin tiempo real como para detenernos a pensar, en una era de cambios constantes, donde el mercado y los medios sostienen un discurso a veces homogéneo, es preciso que desde el Estado se estimule el espacio de la creación, del riesgo, de la audacia, de la innovación. Es necesario restablecer el tiempo distendido del debate, del disenso, de la crítica, donde todos podamos alimentarnos. En los tiempos de aceleración, la cultura puede ayudarnos a distinguir la paja del trigo. Desde el Estado tenemos la responsabilidad ineludible de actualizar este concepto. Cultura no son sólo las bellas artes, la música o el teatro. Es el cuidado de nuestro pasado y nuestra identidad como nación en el futuro, pero además es una posición respecto del valor del trabajo, de la educación, de la ética pública. Países que están en la vanguardia del estímulo a la cultura, tales como Dinamarca y Austria, pero también Colombia, para no ir tan lejos, han ampliado el concepto cultura y la irradiación de su accionar. No sólo han ganado nuevos públicos mediante la instrumentación de políticas para todos los sectores sino que incluyen nuevas áreas de amparo y estímulo: el deporte, la arquitectura, el espacio público, los medios de comunicación. Necesitamos estos estímulos culturales para repensar de manera menos perentoria los problemas en su conjunto. Necesitamos de nuestros artistas, cineastas, escritores, actores, intelectuales para abordar los problemas y desafíos de la realidad sin la urgencia que imponen la coyuntura, el mercado y los medios. Sólo con la ayuda de ellos podremos reflexionar seriamente sobre una Argentina moderna que pueda insertarse con voz propia en el futuro. Los cambios impuestos por la globalización económica han modificado de manera sustancial nuestros hábitos y nuestra calidad de vida, en muchos aspectos de manera positiva y en otros no tanto. Parecen habernos transformado en sujetos programados para un consumo de objetos que con frecuencia deteriora nuestras imágenes, nuestro idioma, la serenidad de nuestros barrios, la convivencia con la multiplicidad y lo distinto ... Recordemos que fue Jacques Lang, ministro de Cultura de Mitterrand, quien defendió la subsistencia del pequeño comercio, de las ferias de fruta y verdura en la calle, de las librerías, para mantener la imagen y la idiosincrasia de París, cuando la tendencia amenazaba reemplazarlos por las grandes cadenas comerciales. Cuidar estos ámbitos de convivencia, el derecho a la diferencia, la
osadía del riesgo, la tolerancia del disenso, estimular la experimentación, proteger el
patrimonio porque es nuestra memoria y también la de nuestros padres y nuestros hijos, es
una deuda que desde el Estado todavía tenemos con una comunidad que lo merece con creces. |