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Por Hilda Cabrera Atravesado por rieles y durmientes de utilería, el escenario de la Sala Casacuberta muestra una colorida postal de suburbio, destinada a cobijar una historia fundida entre penumbras, silbatos de locomotora, rítmico soplar de calderas y compases de foxtrot acriollado. Hemos dado vuelta el escenario hasta encontrarle una solución. Es un espacio difícil, muy estimulante, dice Laura Yusem a propósito de la escenografía que eligió, junto a la también vestuarista Graciela Galán, para Rápido nocturno, aire de foxtrot, obra de Mauricio Kartun escrita entre 1995 y 1996, que se estrena mañana en el San Martín. Con Graciela formamos un equipo desde hace más de veinte años, y ya casi no necesitamos hablar para saber qué es lo que queremos, apunta la directora en entrevista con Página/12. De porte frágil y hablar pausado, nada locuaz pero de frases contundentes, la puestista de Boda blanca (premio Molière en 1980) y la exitosa Camino negro (vista en 1983 en el Blanca Podestá) dice sentirse atrapada por el lugar que eligió el autor para contar su historia (una casilla de guardabarrera a la que llegan los sonidos de un club de baile barrial) y por el lenguaje puesto en boca de Norma y Chapita (los amantes protagonizados por Alicia Zanca y Jorge Suárez) y Cardone (el marido de Norma que compone Ulises Dumont). Me impresiona esa reconstrucción de un lenguaje que ya nadie usa (la acción transcurre en los 40), pero mantiene su costado literario y poético destaca Yusem. Además, ese mundo de los trenes me dispara imágenes. De chica viví muy cerca de la estación Florida y el tren era parte de mi vida. La obra desarrolla dos conflictos: el amoroso y el del loco de la banderita que amenaza con romper el reglamento. El infeliz que agitando su banderín verde hace pasar por donde no se podía. Como dice Chapita: De pura cabeza. ¿Para qué iba a servir un reglamento si no hubiera por lo menos uno que no lo cumpliera? Tinta malgastada. Teta de monja, el reglamento. Inútil. Bocina de avión. Lo que me gusta de los personajes es que son insignificantes, y tienen conciencia de eso. Norma se pregunta quién haría un radioteatro con la historia de ellos. Nadie. Sin embargo, esa insignificancia es su vida, lo único que tiene, subraya, decidida a entramar espacio y texto, como hizo en sus puestas anteriores, y especialmente en los montajes de obras de Griselda Gambaro. Un regalo que me dio la vida, apunta recordando, entre otros títulos, Antígona furiosa (1988), Penas sin importancia (1990), La casa sin sosiego (ópera con texto de Gambaro y música de Gerardo Gandini, de 1992) y Es necesario entender un poco, de 1995. Justamente de esta autora proyecta montar el año próximo De profesión maternal. También otra de Ricardo Monti: No te soltaré hasta que me bendigas, y una presentación en Sintra (Portugal) de un espectáculo sobre textos de Jorge Luis Borges. Su relación con los trabajos de creadores tan diferentes (Eduardo Pavlovsky, Roberto Cossa, Paco Urondo, Juan Gelman, Oscar Viale, Jorge Goldenberg, Witold Gombrowicz y clásicos universales como William Shakespeare, Anton Chéjov, August Strindberg y Máximo Gorki) es siempre un poco misteriosa: No sé bien qué es aquello que me atrae y emociona. Se parece al amor. ¿Cómo explicarlo? Además, esa atracción varía según el momento que una esté atravesando en la vida.
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