Por Mónica Flores Correa desde Nueva York
Si usted
quiere tener un amigo en Washington, consígase un perro, aconsejaba
filosóficamente el presidente norteamericano Harry Truman hace cinco décadas. Bill
Clinton, admirador del opaco pero inteligente Truman, tuvo ayer oportunidad de
experimentar la amargura de su antecesor cuando la Cámara de Representantes, dominada por
los republicanos, votó iniciar el procedimiento de impeachment, o juicio de
destitución, con 258 votos a favor, entre ellos 31 demócratas, contra 176 y una
abstención. El legislador Henry Hyde, presidente del Comité de Justicia, dijo que las
audiencias comenzaran después de las elecciones legislativas del 3 de noviembre. La
Cámara rechazó una propuesta del oficialismo de una fecha limite para la indagación y
ésta puede extenderse así por tiempo indeterminado, lo que provocará un desgaste sin
precedentes en una administración demócrata gravemente malherida. El pueblo
norteamericano sigue desaprobando el impeachment, y un sondeo de ayer daba un 55 por
ciento en contra y un 44 a favor.
Clinton dijo que esperaba que la investigación se hiciese rápido porque los
norteamericanos ya han tenido demasiado con esto. Reconoció que no había nada que
él pudiese hacer. No está en mis manos. Está en las manos del Congreso y de la
gente de este país. En última instancia, está en manos de Dios, comentó. Esta es
la segunda vez en este siglo que el Congreso vota lanzar una investigación que puede
concluir con la destitución del presidente. En 1974, debido al affaire Watergate, Richard
Nixon renunció antes de que se le iniciara juicio político. En el siglo pasado, Andrew
Jackson, sucesor de Abraham Lincoln, consiguió esquivar el proceso de investigación para
el impeachment por apenas un voto.
Enfervorizado, por momentos enfurecido, y plagado de discursos grandilocuentes, el debate
puso en evidencia todo el resentimiento que el Sexgate ha agregado al clásico
enfrentamiento entre los dos partidos. Un representante dijo que el debate había bajado a
la categoría de una cacofonía de gatos en celo. Los demócratas dijeron que
temían que los republicanos se regodeasen en una investigación lenta, con
características de excursión de pesca. Este Congreso no necesita una
caza de brujas con intimidación, humillaciones, acoso y final abierto, dijo la
demócrata Maxine Waters de California.
No será una excursión de pesca sino una búsqueda de la verdad, retrucó el
republicano Hyde. Ignorar las pruebas de que el presidente podría haber cometido perjurio
sería una tragedia nacional de inmensas consecuencias, afirmó otro
republicano, James Sensenbrenner de Winsconsin, quien agregó que lo que estaba en juego
era la vigencia de la ley. Ni siquiera el presidente de Estados Unidos tiene derecho
a violar la ley, dijo.
Pese a los esfuerzos de los últimos tiempos por hacer las paces con los congresistas
demócratas, y el de los últimos días por influir en la votación de ayer, Clinton
cosechó lo que había sembrado no sólo con su conducta sexual sino con el
distanciamiento casi proverbial que mantuvo todos estos años con la gente de su partido
en el Capitolio.
En un país donde la lealtad no figura en los primeros puestos de la lista de virtudes
(ver nota aparte) que 31 demócratas se cruzaran a la posición republicana de iniciar la
investigación, resulta entendible, especialmente en el marco de una elección tan
próxima en la que muchos temen perder sus bancas. Se había hablado de que hasta 60
demócratas podían llegar a votar en contra de Clinton, pero después de largas y
atormentantes horas de consulta, el partido consiguió evitar dar una imagen demasiado
contundente de fractura, que lo hubiese perjudicado aún más en las urnas de noviembre.
En las encuestas, los norteamericanos han expresado una opinión más favorable de Clinton
que sobre el Congreso. Se han inclinado también por dejar de lado la investigación de
los asuntos sexuales del mandatario. En un sondeo previo a la votación, el 55 por ciento
de los encuestados se pronunció a favor de que su representante no votase por la
iniciación del proceso de impeachment, y un 44 a favor.
Debemos escuchar a esa pequeña voz que en nuestros oídos nos susurra: deber,
deber, deber, sermoneó ayer el republicano Hyde, a quien posteriormente un
analista televisivo parodió diciendo que la voz que escuchaba el presidente del comite
judicial decía: impeachment, impeachment, impeachment.
Mientras los congresistas, con los republicanos a la cabeza, escuchaban la voz del deber o
del impeachment, como se prefiera, Clinton acarició varias veces durante el correr del
día la cabeza de su perro Buddy, cuyo nombre, aunque tiene una connotación afectiva,
tampoco quiere decir amigo. Quiere decir compinche. Apenas, sólo
apenas.
Lo que vendrá (si viene) En
el debate de ayer, en varios tonos, algunos muy altos, los demócratas argumentaron que si
bien la escapada sexual de Clinton con la becaria Monica Lewinsky (foto) era decididamente
condenable, no lo era tanto como para echarlo del cargo por haber cometido crímenes
y ofensas graves, según la definición constitucional del impeachment la que
casualmente reproducía el título de la película de Woody Allen, Crímenes y pecados, en
inglés crimes and misdemeanours. El asunto, sin embargo, parece tener
vida propia. El fiscal independiente Kenneth Starr, cuyos 11 cargos contra Clinton fueron
aumentados a 15 por el Comité de Justicia de la Cámara de Representantes, dijo esta
semana que posiblemente suministre más y más ricos materiales al Congreso con
informaciones sustanciales y creíbles que podrían dar base a nuevos cargos.
La nueva ronda de acusaciones del fiscal de cara redonda y espíritu de Torquemada,
incluiría informes sobre la investigación Whitewater, y otros dos escándalos de la Casa
Blanca, el de la oficina de turismo y el de los dossiers de los opositores
obtenidos gracias al FBI. Los observadores sostienen que estos dos últimos casos podrían
ser mucho más graves, si se comprueban delitos, que el de Lewinsky y sus nueve encuentros
orales declarados con el presidente. |
LA DESERCION DE LOS 31 DEMOCRATAS
Los amigos son los amigos
Por M.F.C.
Para un observador
proveniente de otra cultura, sorprende la poca estima que los norteamericanos sienten por
la lealtad. La defección de 31 demócratas que votaron ayer en contra de Clinton,
buscando salvar sus bancas y sus espacios de poder, es casi natural dentro del
contexto de esta sociedad hiperindividualista, a pesar de que la iniciación del juicio
político por el affaire Lewinsky no resista un análisis sensato y huela a mala fe de
aquí a la eternidad.
Tampoco tiene mucho sentido abrir juicio acerca de legisladores pusilánimes que quieren
mantenerse atornillados a las bancas, cuando en realidad el gran desleal es el mismo
presidente, William Jefferson Clinton. Los ejemplos de las traiciones políticas,
emocionales y afectivas de todo tipo y color del político de Arkansas, son tantas que
enumerarlas resultaría abrumador. Entre ellas figura el caso de Lani Guinier, una abogada
negra, amiga de toda la vida de Clinton, a la que designó para directora de
la Oficina de Derechos Civiles. Como los republicanos objetaron su nominación, Clinton la
retiró, no le dio ninguna explicación y jamás volvió a hablarle. Otro caso es el de
Susan McDougal, ex socia de los Clinton en el negocio-negociado de tierras Whitewater.
Raro ejemplo de lealtad, Susan fue a la cárcel por negarse a responder al fiscal Starr en
contra de Clinton. El ex socio, ahora en la Casa Blanca, jamás expresó el más mínimo
interés y menos agradecimiento por el destino de su amiga.
Y si de amigas hablamos, o mejor dicho de deslealtades, nadie como Linda Tripp. La
confidente de Monica Lewinsky, figura casi maternal para la becaria, que
grabó las angustias de la mujer joven por la relación con Clinton y el lío judicial que
se le venía encima. Curiosamente o no en los diarios norteamericanos no se
han publicado extensas parrafadas acerca de este caso de deslealtad supina, el cual
habría provocado muchos -posiblemente demasiados comentarios en otros países. Y
curiosamente o no las feministas norteamericanas no han hecho correr ríos de
tinta sobre lo que en otros países sería obvio: que la traición de Tripp a Monica lo
único que hace es reforzar el prejuicio de que las mujeres no pueden ser grandes amigas
entre ellas.
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