Por Osvaldo Bayer
Hace unos meses
Daniel Ritto me invitó a su casa. Me llevó por la escalera a una habitación sugerente
por su vacío y su personalidad. Se apagaron las luces y se encendieron. Apareció Mario
Roberto Santucho definiéndose por sí mismo, con frases y testimonios dejados en el paso
por su vida, misteriosa pero simple, distinta pero sin artificios. Santucho, ese nombre de
desiertos y del hablar pausado y cadencioso como larga siesta de apariciones con alacranes
y flores blancas de arena seca y de agua repentina de amanecer en el sueño de siglos. La
obra que me estaba interpretando Ritto tenía toda la magia de una crónica del pasado
todavía sin tiempo de analizar ni discutir, por miedo, por no comprometerse, por
inquietante, por sospechoso, por trágico, por alarmante. Santucho, apellido de cacique de
pequeña tribu rebelde, y español sin cruz de la colonia, apellido terreno de una zona
aún desconocida, aún no descubierta, un rebelde del virreinato, de los Ibarra, de
gauchaje colorado e indio no vendido.
Ritto salta todas las distancias y nos mete en un Santucho legítimo, un Santucho de lunes
a viernes, coloquial, sacerdote de un cristianismo hecho de hierro y lengua honesta. Me
obligaba a confrontarlo con el Santucho extraído de la crónica del comunicado militar
policíaco y represor, palabras de lansquenetes de escritorio. Aparecía en Santucho por
Santucho, de pronto, el reflejo enceguecedor de la voluntad. El monólogo de Ritto es
sabiamente monocorde. Me subyugó el monocordismo: el tono provinciano para la teoría
interpretativa, la voz sin altibajos en el amor coloquial y en la orden de ataque entre el
balazo, la prisión y la enseñanza de las teorías. Un rebelde confiado en la fuerza
telúrica y en el manifiesto de Marx: tranquilo, didáctico, nuevo.
El autor esencialmente actor nos muestra que todo es así de simple en el escenario. Un
escenario que apenas se diferencia de la realidad porque todo es reflejo de sueño y de
pesadilla. De pronto, todo el ajedrez muerto por el balazo. O el amor muerto en la
madrugada porque espera la acción. Acción ya y sin hesitación al despertar el amor o la
teoría didáctica y aceptada. Un rebelde, Santucho. La sociedad, hoy, con sus ventas de
armas y sus coimeros ahorcados pero con las columnas sustentadoras de la corrupción
libres, con poder. Con sus interminables discusiones sobre candidaturas mientras se mete
bala a los ladrones de bicicletas y negritos de diez años manejan carrindangas en busca
de diarios viejos. ¿Quién es el culpable? Santucho. ¿Santucho?
En esta obra no hay agitación. Pero sí el nacimiento postergado de la discusión. Un
destino argentino para discutir. Más todavía, para preguntarse. Santucho por Santucho:
línea recta en el laberinto argentino. Una construcción de aceros, cristales, sudarios,
paños de uniformes, vinchas del pasado montados en dos ojos, dos manos, un cerebro, y
sí, un corazón, aunque el inspirado estilo dramático monocorde no lo acentúe. Y de
pronto eso: quiebra la línea recta el timbrazo del capitán Leonetti que termina con la
vida de ese corazón. ¿Quién? ¿Quién?
El capitán Leonetti, que estudió empeñadamente desde adolescente y respiró los aires
de Fort Douglas para dar ese timbrazo, con pistola al cinto. El unísono apaga la voz del
desierto y de la selva, Santucho muere. Ya está. La muerte. El volver al desierto, el
volver a la aparición a la hora en que el sol cae a pico y se pasean las imágenes de
quienes no morirán. Santucho es recibido por las voces del desierto que buscan la senda
hacia el oasis. La bala penetra. Santucho cae. Destino de rebelde argentino. Buenos Aires
prende la orgía de todas sus luces. Del desierto santiagueño vienen los negritos en
carrindanga a revolver nuestra basura.
Ritto lo dice todo con subyugante idioma teatral: liso, penetrante, sin gestos. Pero
dramático hasta la profundidad. Nos deja penetrados de dudas.
* La obra Santucho por Santucho se estrena esta noche a las 23 en el Teatro El Vitral,
donde estará, además de los viernes, los sábados a las 24.
opinion
Por Pompeyo Audivert |
La crisis es general Cuando
leí la nota de Carlos Polimeni sobre la solicitada (que un grupo de artistas firmamos
contra la política cultural en la ciudad de Buenos Aires) pensé: Se fue al
carajo. Nunca se me ocurriría elaborar hipótesis tan malignas, malpensadas y
mentirosas sobre personas que de alguna manera comparten el territorio.
Polimeni nos califica de mentirosos, solapados, gorilas, ambiciosos, antidemocráticos,
envidiosos y elitistas. Todos estos calificativos paradójicamente corresponden a la
política que luego pasa a defender con números en la mano, como si fuera un funcionario
público herido en el amor propio. Como firmante del brulote que tanto irrita
a Polimeni, quisiera aclarar que no se trata de una discusión entre populistas y
elitistas, como lo quiere hacer parecer el Sr. Polimeni (que se manifiesta populista); se
trata de la crítica que un grupo de artistas hace a sus funcionarios y a los medios de
comunicación. En ella se pone de manifiesto nuestra sorpresa por el recibimiento
acrítico que tuvo en los medios Buenos Aires No Duerme. Se señalaba también que la
organización de eventos masivos vacíos de contenido fomenta más la cultura del Shopping
que la verdadera cultura popular (que a veces es masiva y a veces no, sin dejar por ello
de ser cultura). No es un problema cuantitativo como también nos quiere hacer creer el
Sr. Polimeni, sino cualitativo (como lo expresamos en el brulote).
Creo que la falta de profundidad y la impotencia de la gestión cultural no se debe a sus
administradores circunstanciales, sino a la falta de una política y un presupuesto
acordes con las necesidades del sector. Así como en salud, educación, asistencia social,
etc., el presupuesto de cultura marca a las claras la intencionalidad política del
gobierno en relación con dichas áreas. Da la sensación de que se mantienen como áreas
porque todavía el costo de tacharlas podría ser alto, pero es de prever que pronto
vendrán por ellas. La crisis de lo particular es reflejo de la crisis general. Es una
crisis política, no administrativa. Se trata del ajuste al que nos somete la elite
representada por los gobernantes. ¿O cómo llamará Polimeni a De la Rúa? ¿Compañero?
* Actor, autor y director teatral.
Con bronca
Por Ricardo Bartís
He firmado junto a importantes y respetados artistas de esta ciudad una nota crítica
sobre Buenos Aires No Duerme y otros hechos que hacen a la política de gestión cultural
de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El lunes 28 en una columna de opinión,
un periodista de la sección espectáculos de Página/12, Carlos Polimeni, se refiere a
ello. Es difícil contestar la nota de Polimeni, porque no argumenta nada. Califica, eso
sí. Nos tilda de elitistas, ambiciosos, nos acusa de estar en contra de
que las mayorías tengan acceso simple y directo a las actividades culturales, crea
sospechas de que nuestras críticas responden a vivir de la teta del Estado,
infiere nuestro susto de ver a los negros metiendo las patas en la fuente de la
cultura. Es curioso que Página/12, que no publicó esa nota que firmaban más de 40
intelectuales y artistas, publique declaraciones tan agresivas y descalificadoras; a
diario políticos y funcionarios nos hacen padecer su mezquindad y vulgaridad, sumenos
ahora la presencia señera y vigilante de Carlos Polimeni: crítico de espectáculos.
Los saludo con bronca.
* Actor, autor y director teatral.
¿Y el debate de ideas?
Por Carlos Polimeni
El meollo de la cuestión que planteó la nota cuestionada en las dos columnas de
opinión de aquí a la izquierda sigue en pie: no se entiende por qué un grupo de
hacedores culturales se opone a los espectáculos gratuitos y masivos. No son todos los
que aparecieron firmando la solicitada, eso está claro. Desde que salió publicada,
varios de ellos se han comunicado con los medios intentando explicar que firmaron un texto
que no conocían, o que se les explicó mal, y que no los representa. Que se sintieron
usados, o al menos en medio de un equívoco. Algunos de ellos aparecieron actuando
después en esos eventos que el texto que presuntamente avalaban considera demagógicos y
electoralistas. Varios se han comprometido a, de aquí en adelante, no firmar textos entre
gallos y medianoche. Lo que intentó la nota que enojó a los que firmaron a conciencia la
solicitada que, en apariencia, aspiraban a que su palabra fuese la última, si no la
única es ventilar una cuestión que por lo general se discute entre bambalinas, en
bares, o desde la militancia política, o su periferia de intereses. Es curioso que los
autores de aquel texto subrayen el carácter supuestamente acrítico del tratamiento de
eventos como Buenos Aires no duerme y a la vez pretendan un periodismo
acrítico con sus líneas de pensamiento. Sobre ese punto ¿cómo criticar un evento cuya
clave no es la calidad artística, sino la posibilidad de que el público masivo atraviese
las puertas de un mundo de producción al que, si no, no tiene acceso? Aquella nota no
mencionaba nombres con la intención de que se debatiesen ideas. No parece tener ganas
Bartís, que intenta insultar con códigos de barrio, porque está muuuuy enojado, y en el
caso de las de Audivert las más jugosas serían las que relacionan el texto con un
supuesto oficialismo radical. Como no vale la pena aclarar que el autor no es, ni ha sido,
ni será, ni quiere ser, radical o progubernamental, ni ha visto jamás salvo en fotos a
De la Rúa, la respuesta es una invitación a leer una columna anterior. En ella, escribí
que la decisión de designar a Kive Staiff y Sergio Renán en cargos claves de la
administración de la Secretaria era darles poder a los Mephistos de la cultura. ¿Habrán
leído los enojados aquella columna o serán selectivos con sus tomas de posición ante
las notas de Página/12? |
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