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UNA OBRA SOBRE MARIO SANTUCHO
¿Quién es culpable?

El historiador y escritor Osvaldo Bayer cuenta sus sensaciones respecto del unipersonal “Santucho por Santucho”, que estrena esta noche el actor Daniel Ritto.

Idea: “En esta obra no hay agitación. Pero sí el nacimiento postergado de una discusión. Santucho puede ser visto como una línea recta en el laberinto argentino”.

El actor Daniel Ritto, responsable también del texto de la obra.

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Por Osvaldo Bayer

t.gif (67 bytes) Hace unos meses Daniel Ritto me invitó a su casa. Me llevó por la escalera a una habitación sugerente por su vacío y su personalidad. Se apagaron las luces y se encendieron. Apareció Mario Roberto Santucho definiéndose por sí mismo, con frases y testimonios dejados en el paso por su vida, misteriosa pero simple, distinta pero sin artificios. Santucho, ese nombre de desiertos y del hablar pausado y cadencioso como larga siesta de apariciones con alacranes y flores blancas de arena seca y de agua repentina de amanecer en el sueño de siglos. La obra que me estaba interpretando Ritto tenía toda la magia de una crónica del pasado todavía sin tiempo de analizar ni discutir, por miedo, por no comprometerse, por inquietante, por sospechoso, por trágico, por alarmante. Santucho, apellido de cacique de pequeña tribu rebelde, y español sin cruz de la colonia, apellido terreno de una zona aún desconocida, aún no descubierta, un rebelde del virreinato, de los Ibarra, de gauchaje colorado e indio no vendido.
Ritto salta todas las distancias y nos mete en un Santucho legítimo, un Santucho de lunes a viernes, coloquial, sacerdote de un cristianismo hecho de hierro y lengua honesta. Me obligaba a confrontarlo con el Santucho extraído de la crónica del comunicado militar policíaco y represor, palabras de lansquenetes de escritorio. Aparecía en Santucho por Santucho, de pronto, el reflejo enceguecedor de la voluntad. El monólogo de Ritto es sabiamente monocorde. Me subyugó el monocordismo: el tono provinciano para la teoría interpretativa, la voz sin altibajos en el amor coloquial y en la orden de ataque entre el balazo, la prisión y la enseñanza de las teorías. Un rebelde confiado en la fuerza telúrica y en el manifiesto de Marx: tranquilo, didáctico, nuevo.
El autor esencialmente actor nos muestra que todo es así de simple en el escenario. Un escenario que apenas se diferencia de la realidad porque todo es reflejo de sueño y de pesadilla. De pronto, todo el ajedrez muerto por el balazo. O el amor muerto en la madrugada porque espera la acción. Acción ya y sin hesitación al despertar el amor o la teoría didáctica y aceptada. Un rebelde, Santucho. La sociedad, hoy, con sus ventas de armas y sus coimeros ahorcados pero con las columnas sustentadoras de la corrupción libres, con poder. Con sus interminables discusiones sobre candidaturas mientras se mete bala a los ladrones de bicicletas y negritos de diez años manejan carrindangas en busca de diarios viejos. ¿Quién es el culpable? Santucho. ¿Santucho?
En esta obra no hay agitación. Pero sí el nacimiento postergado de la discusión. Un destino argentino para discutir. Más todavía, para preguntarse. Santucho por Santucho: línea recta en el laberinto argentino. Una construcción de aceros, cristales, sudarios, paños de uniformes, vinchas del pasado montados en dos ojos, dos manos, un cerebro, y sí, un corazón, aunque el inspirado estilo dramático monocorde no lo acentúe. Y de pronto eso: quiebra la línea recta el timbrazo del capitán Leonetti que termina con la vida de ese corazón. ¿Quién? ¿Quién?
El capitán Leonetti, que estudió empeñadamente desde adolescente y respiró los aires de Fort Douglas para dar ese timbrazo, con pistola al cinto. El unísono apaga la voz del desierto y de la selva, Santucho muere. Ya está. La muerte. El volver al desierto, el volver a la aparición a la hora en que el sol cae a pico y se pasean las imágenes de quienes no morirán. Santucho es recibido por las voces del desierto que buscan la senda hacia el oasis. La bala penetra. Santucho cae. Destino de rebelde argentino. Buenos Aires prende la orgía de todas sus luces. Del desierto santiagueño vienen los negritos en carrindanga a revolver nuestra basura.
Ritto lo dice todo con subyugante idioma teatral: liso, penetrante, sin gestos. Pero dramático hasta la profundidad. Nos deja penetrados de dudas.

* La obra Santucho por Santucho se estrena esta noche a las 23 en el Teatro El Vitral, donde estará, además de los viernes, los sábados a las 24.

 

opinion
Por Pompeyo Audivert

La crisis es general

Cuando leí la nota de Carlos Polimeni sobre la solicitada (que un grupo de artistas firmamos contra la política cultural en la ciudad de Buenos Aires) pensé: “Se fue al carajo”. Nunca se me ocurriría elaborar hipótesis tan malignas, malpensadas y mentirosas sobre personas que “de alguna manera” comparten el territorio. Polimeni nos califica de mentirosos, solapados, gorilas, ambiciosos, antidemocráticos, envidiosos y elitistas. Todos estos calificativos paradójicamente corresponden a la política que luego pasa a defender con números en la mano, como si fuera un funcionario público herido en el amor propio. Como firmante del “brulote” que tanto irrita a Polimeni, quisiera aclarar que no se trata de una discusión entre populistas y elitistas, como lo quiere hacer parecer el Sr. Polimeni (que se manifiesta populista); se trata de la crítica que un grupo de artistas hace a sus funcionarios y a los medios de comunicación. En ella se pone de manifiesto nuestra sorpresa por el recibimiento acrítico que tuvo en los medios Buenos Aires No Duerme. Se señalaba también que la organización de eventos masivos vacíos de contenido fomenta más la cultura del Shopping que la verdadera cultura popular (que a veces es masiva y a veces no, sin dejar por ello de ser cultura). No es un problema cuantitativo como también nos quiere hacer creer el Sr. Polimeni, sino cualitativo (como lo expresamos en el “brulote”).
Creo que la falta de profundidad y la impotencia de la gestión cultural no se debe a sus administradores circunstanciales, sino a la falta de una política y un presupuesto acordes con las necesidades del sector. Así como en salud, educación, asistencia social, etc., el presupuesto de cultura marca a las claras la intencionalidad política del gobierno en relación con dichas áreas. Da la sensación de que se mantienen como áreas porque todavía el costo de tacharlas podría ser alto, pero es de prever que pronto vendrán por ellas. La crisis de lo particular es reflejo de la crisis general. Es una crisis política, no administrativa. Se trata del ajuste al que nos somete la elite representada por los gobernantes. ¿O cómo llamará Polimeni a De la Rúa? ¿Compañero?
* Actor, autor y director teatral.


Con bronca
Por Ricardo Bartís

He firmado junto a importantes y respetados artistas de esta ciudad una nota crítica sobre Buenos Aires No Duerme y otros hechos que hacen a la política de gestión cultural de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El lunes 28 en una columna de opinión, un periodista de la sección espectáculos de Página/12, Carlos Polimeni, se refiere a ello. Es difícil contestar la nota de Polimeni, porque no argumenta nada. Califica, eso sí. Nos tilda de “elitistas”, ambiciosos, nos acusa de “estar en contra de que las mayorías tengan acceso simple y directo a las actividades culturales”, crea sospechas de que nuestras críticas responden “a vivir de la teta del Estado”, infiere nuestro susto “de ver a los negros metiendo las patas en la fuente de la cultura”. Es curioso que Página/12, que no publicó esa nota que firmaban más de 40 intelectuales y artistas, publique declaraciones tan agresivas y descalificadoras; a diario políticos y funcionarios nos hacen padecer su mezquindad y vulgaridad, sumenos ahora la presencia señera y vigilante de Carlos Polimeni: crítico de espectáculos.
Los saludo con bronca.
* Actor, autor y director teatral.


¿Y el debate de ideas?
Por Carlos Polimeni

El meollo de la cuestión que planteó la nota cuestionada en las dos columnas de opinión de aquí a la izquierda sigue en pie: no se entiende por qué un grupo de hacedores culturales se opone a los espectáculos gratuitos y masivos. No son todos los que aparecieron firmando la solicitada, eso está claro. Desde que salió publicada, varios de ellos se han comunicado con los medios intentando explicar que firmaron un texto que no conocían, o que se les explicó mal, y que no los representa. Que se sintieron usados, o al menos en medio de un equívoco. Algunos de ellos aparecieron actuando después en esos eventos que el texto que presuntamente avalaban considera demagógicos y electoralistas. Varios se han comprometido a, de aquí en adelante, no firmar textos entre gallos y medianoche. Lo que intentó la nota que enojó a los que firmaron a conciencia la solicitada –que, en apariencia, aspiraban a que su palabra fuese la última, si no la única– es ventilar una cuestión que por lo general se discute entre bambalinas, en bares, o desde la militancia política, o su periferia de intereses. Es curioso que los autores de aquel texto subrayen el carácter supuestamente acrítico del tratamiento de eventos como “Buenos Aires no duerme” y a la vez pretendan un periodismo acrítico con sus líneas de pensamiento. Sobre ese punto ¿cómo criticar un evento cuya clave no es la calidad artística, sino la posibilidad de que el público masivo atraviese las puertas de un mundo de producción al que, si no, no tiene acceso? Aquella nota no mencionaba nombres con la intención de que se debatiesen ideas. No parece tener ganas Bartís, que intenta insultar con códigos de barrio, porque está muuuuy enojado, y en el caso de las de Audivert las más jugosas serían las que relacionan el texto con un supuesto oficialismo radical. Como no vale la pena aclarar que el autor no es, ni ha sido, ni será, ni quiere ser, radical o progubernamental, ni ha visto jamás salvo en fotos a De la Rúa, la respuesta es una invitación a leer una columna anterior. En ella, escribí que la decisión de designar a Kive Staiff y Sergio Renán en cargos claves de la administración de la Secretaria era darles poder a los Mephistos de la cultura. ¿Habrán leído los enojados aquella columna o serán selectivos con sus tomas de posición ante las notas de Página/12?

 

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