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LA MEMORIA DE LA DIGNIDAD

Por Osvaldo Bayer


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t.gif (862 bytes) Cuando tal vez los lectores lean esta contratapa, yo estaré volando a la Patagonia, a Comodoro Rivadavia, y de allí con el doctor Suárez Samper, médico e historiador regional, viajaremos por tierra hasta Jaramillo, en la pampa del norte santacruceño. Me conmueve una alegría inusitada y una latente emoción: hemos sido invitados a la inauguración del monumento a don José Font, llamado “Facón grande”, el líder huelguista fusilado por el Ejército argentino en 1921 por ser dirigente de la huelga rural. Sí, un monumento, allí donde se encuentran la ruta 3 y la 281. Sí, un monumento después de setenta y siete años de su asesinato. Como modelo para el escultor que elaboró el monumento, sirvieron las dos únicas fotos que se conservan de él, que publiqué en mi libro La Patagonia rebelde. Allí se lo ve en su clásico atuendo de campo, esperando. Horas después sería fusilado sin juicio previo, por obra y gracia del teniente coronel Héctor Benigno Varela, jefe del 10 de Caballería. Su muerte quedó impune, como la de centenares de peones de campo fusilados por reclamar mejores condiciones de vida. Setenta y siete años después. La muerte de un gaucho entrerriano en la pampa patagónica santacruceña; tierras de eterno viento. Un monumento levantado por iniciativa desde abajo, por los integrantes de la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores y por los miembros de la comisión de fomento de Jaramillo, un pueblecito típico de la estepa sureña.
¡Qué contento se hubiera puesto ese gauchazo entrerriano sabiendo que hombres y mujeres como él no sólo lo recuerdan sino también lo tienen como modelo y ejemplo! Hablaremos ante el monumento y luego iremos hasta la antigua estación Jaramillo donde él vivió sus últimas horas y que –reciclada– pasará a ser el museo “Facón Grande” que contendrá piezas históricas que recuerden la gran masacre y alerten al mismo tiempo para que jamás vuelvan a ocurrir represiones así contra el auténtico pueblo; pero también se expondrán objetos que fueron testigos de la sacrificada vida de los pioneros y de los habitantes naturales de aquellas regiones.
Y la jornada de hoy terminará en el salón de actos de la Municipalidad de Jaramillo donde hablaremos de Facón Grande y sus compañeros, y de la injusta tragedia que se desencadenó por sobre sus cabezas, ordenada desde Buenos Aires. Increíble lo que son capaces de hacer el Tiempo y la Historia. Rehabilitar a quienes fueron tratados como alimañas, con una ferocidad sin límites por reclamar estas humildes reivindicaciones:
1) La luz será por cuenta del patrón: un paquete de velas mensual para el trabajador.
2) Un botiquín de auxilio con instrucciones en castellano (antes estaban en inglés).
3) Eliminación de los camarotes: no más de tres hombres por habitación; un lavatorio para poder higienizarse después del trabajo.
4) Se dará trabajo a quienes tengan familia para fomentar el aumento de la población y el engrandecimiento del país.
Y otras pequeñas exigencias en ese estilo. A los autores se los llamó individuos de ideas extranjerizantes, forajidos y enemigos de la Patria. Y se los fusiló concienzudamente. La tarea de “pacificación” fue hecha por oficiales del Ejército Argentino ayudados por grupos de estancieros formados detrás de la Liga Patriótica Argentina, que en Santa Cruz estaba presidida por un estanciero extranjero. Ironías y falsedades. La represión fue ordenada por el gobierno radical de Yrigoyen. En el Congreso, la bancada radical votó contra la investigación de los crímenes de lesa humanidad. Fue la obediencia debida y el punto final que repetiría la bancada radical en los ochenta.
Pero no acabó allí el crimen. Medio siglo después se prohibía el film La Patagonia rebelde y los cuatro tomos de mi investigación. En 1976, el teniente coronel Gorleri quemó mis libros e hizo público un comunicado que lo hacía por “Dios, Patria y Hogar”. A los militares de Videla y Massera no se los condenó nunca por quemar libros. Todo lo contrario, el quemador de libros Gorleri fue ascendido a general por el gobierno de Alfonsín.
Sufrí ocho años de exilio por decir la verdad sobre Facón Grande y sus gauchos. Pero ahora el júbilo: su reivindicación popular; verlo en piedra en los caminos por donde guió las columnas de sus gauchos a pedir justicia y dignidad. Doy gracias a la Historia, doy gracias a la Memoria, que no perecen ante el balazo ni la hoguera. José Font, hombre del trabajo y la palabra, cabalga de nuevo por las tierras que abarcaron sus ojos cuando llegó por primera vez desde su pago entrerriano.
Pero conozcámoslo más a fondo: éste fue el testimonio –recogido en 1968– del dueño de la estancia “La Navarra”, Victorino Basterra: “Don José Font era entrerriano nacido en el Montiel. Dicen que lo trajo el estanciero Iriarte, pero en realidad es que vino a Santa Cruz en 1904 o 1905 para cuartear las zorras en las salinas de Cabo Blanco, al norte de Puerto Deseado. Como era hombre de campo, honrado y ducho en las cosas de campo se independizó y al tiempo tenía cinco chatas de caballos con las cuales hacía el recorrido de Puerto San Julián a Lago Posadas y Lago Pueyrredón, viaje largo y peligroso. Era muy habilidoso en la doma y en construir casas con chapas, en eso siempre le venían a pedir consejos. Era sin duda alguna el mejor domador de toda la zona. La gente se reunía cuando sabía que él iba a domar. Yo lo vi domar un caballo que había matado a un indio. Font lo miró y dijo: ‘Me va a bajar si se parte en dos pedazos’. Su rasgo principal era la generosidad. Siempre tenía la mano abierta para los que recurrían a él. A la familia de Lavatelli, por ejemplo, de Deseado, le facilitó mil pesos de aquel tiempo para salvar a un hijo que debían trasladar a Buenos Aires. Esa familia le quedó agradecida para toda la vida. Y cuando la señora Elvira de Lavatelli se enteró de que lo habían fusilado en Jaramillo, me acuerdo que dijo: ‘Era el mejor hijo de todas las madres’. Font no había ido a la escuela y apenas si sabía leer y escribir. Nunca perdió su acento de gaucho entrerriano. El poblador Francisco Gómez le puso el sobrenombre de Facón Grande que él no tomó a mal. Le gustaba usar todo grande. Tenía un sentido fraternal de la amistad. Lo demostró con su amigo, el chileno Leiva, a quien el teniente coronel Varela hizo matar en Jaramillo. Leiva era un perseguido por la Justicia ya que le había disparado dos tiros a un comisario que lo estafó en una carrera de caballos. Desde ese momento vivió escondido en un campo. Facón Grande siempre concurría a llevarle cosas y nunca lo abandonó. Ayudó mucho a los pobladores que recién se iniciaban o a los que estaban pasando malos trances. Los carreros lo eligieron delegado en la segunda huelga. Sabían que Font era el único que sabía encarar a la policía. Es entonces cuando inicia la huelga en Cañadón León de donde parte Font hacia Las Heras para ser fusilado en Jaramillo por Varela”.
El tiempo hizo la síntesis de la verdad: los restos del teniente coronel Varela yacen en el subsuelo del panteón militar de la Chacarita con una sola placa: “Los británicos residentes en Santa Cruz a la memoria del teniente coronel Varela, ejemplo de honor y disciplina en el cumplimiento del deber”. Don José Font, el fusilado, está allá, en piedra, en las inmensidades patagónicas, piedra llena de vida levantada por la auténtica población de la Patagonia Rebelde. Esta es la síntesis. Está todo dicho. Para qué más.

 

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