Por Laura Vales
La familia de
Marcelo Cattáneo asegura que la justicia no investiga la muerte del empresario. También
se pregunta si existe algún motivo oculto por el cual no les entregan el cuerpo.
Allegados a la esposa de Cattáneo resumieron de esta manera su visión del caso: El
juez Enrique Velázquez no publicó las fotos de Marcelo mientras estaba vivo. Al cuerpo
lo encontró un pescador. El auto, un vecino que avisó a un canal de televisión. Y la
ropa, dos linyeras. Eso da una idea de qué es lo que hicieron los jueces que investigaron
qué pasó con Marcelo: no hicieron nada. En todo este tiempo en que la causa se mantuvo
bajo secreto de sumario la pesquisa estuvo paralizada. El fiscal Norberto Quantín,
a quien la familia entregó ayer la ropa que Cattáneo vestía al desaparecer, dice que en
tantos años de actividad nunca vio un suicidio como éste.
Cattáneo abandonó su trabajo el miércoles 30 de setiembre y fue encontrado cuatro días
más tarde, colgado de una soga en el patio de una construcción abandonada de Ciudad
Universitaria. Dos jueces se disputaron el caso: Enrique Velázquez, que había recibido
el pedido de averiguación de paradero del empresario, y María Gabriela Lanz, la
magistrada de turno cuando se descubrió su muerte. Sin embargo, según señaló a
Página/12 una persona de contacto diario con los Cattáneo, ninguno tomó medidas
básicas para esclarecer la misteriosa muerte. Estos son los principales errores y
omisiones:
u No se llamó a declarar a los pescadores que, en la noche del sábado pasado, estuvieron
a metros del lugar donde murió el empresario y que podrían aportar detalles
fundamentales sobre el movimiento que hubo en Ciudad Universitaria esa madrugada.
u Cuando se descubrió el cuerpo, la zona no fue vallada en su totalidad y el lugar fue
pisoteado. Si había huellas de Cattáneo o de sus posibles homicidas, se perdió la
posibilidad de identificarlas.
u La camioneta de Cattáneo quedó depositada en provincia. Los jueces no reclamaron el
vehículo para incorporarlo a la causa. Las únicas pericias realizadas sobre el auto
fueron las ordenadas por el fiscal que controló el operativo policial el día de su
hallazgo.
u No existen motivos para que no hayan entregado el cuerpo a sus familiares que, más que
ninguna otra cosa, hoy necesitan velarlo y elaborar el duelo. El último estudio se
terminó el lunes, y desde entonces el cuerpo quedó depositado en la Morgue Judicial.
Todos los días prometen a la familia que podrán retirarlo y cada vez lo postergan
alegando motivos burocráticos o problemas de competencia.
Precisamente, la pelea entre el juez Velázquez y su colega María Gabriela Lanz tuvo ayer
un nuevo capítulo. El magistrado le había reclamado a Lanz que se inhibiera de seguir
investigando y le enviara el expediente. Después de una serie de tironeos, Lanz decidió
el miércoles pasado dejar el caso y le envió la causa. Pero ayer Velázquez se la
devolvió. Los abogados se preguntan cuál es el verdadero sentido de la disputa.
Por eso, cuando se encontró el traje que el muerto llevaba al desaparecer, sus abogados
no lo entregaron a los jueces sino a la fiscalía de Norberto Quantín. La ropa fue
descubierta el domingo pasado en un tacho de basura de Ciudad Universitaria, a doscientos
metros de donde estaba colgado el cuerpo. Dos hombres de la villa cercana, que juntaban
latas de gaseosa vacías, hallaron en el tacho una bolsa de plástico. Adentro había un
pantalón gris, una camisa, un par de zapatos negros y un blazer azul con una manga
desgarrada. También encontraron cuatro llaves. Los villeros contaron que estaban a punto
de llevarse la bolsa cuando vieron acercarse a un grupo de policías, que trabajaban en la
zona tras el descubrimiento del cadáver. Entonces, escondieron la ropa debajo de tres
bolsas con latas y se fueron. En los días que siguieron trataron de recuperarla, pero no
pudieron ingresar al lugar, que estaba con custodia. Recién el jueves rescataron la ropa
y se la dieron a la abogada Angela Vanni. No habíadocumentos, ni dinero, ni papeles
de ningún tipo, dijo la mujer, que explicó que a esa altura los dos habían
escuchado muchas noticias sobre la muerte de Cattáneo y la falta del traje, y empezaron a
sospechar podía tratarse de la ropa buscada. Angela Vanni se comunicó con Luis
Dobniewski y Javier Astigarraga, abogados de la mujer de Cattáneo, que reconoció las
prendas. La bolsa tenía un logo de Show Sport, la firma que vendió el jogging que
llevaba el empresario al morir. Anoche se trataba de establecer quién lo compró.
Claves
La familia de Marcelo
Cattáneo asegura que su muerte no está siendo debidamente investigada.
El juez encargado de su
búsqueda mientras estaba desaparecido no publicó sus fotos.
El cuerpo no fue
encontrado por la policía sino por un pescador.
No se llamó a declarar a
otros pescadores que paran por la zona.
El auto lo encontró un
vecino.
La ropa la ubicaron dos
linyeras.
El secreto del sumario
duró hasta ayer pero en cinco días la pesquisa casi no avanzó.
No se valló la zona en
donde se encontró el cadáver.
No parece haber pendiente
ninguna medida pero los jueces se niegan a entregar el
cuerpo del muerto a su familia.
La realidad y la ficción
Por Luciano Monteagudo
La escena tiene lugar en una morgue. Las manos enguantadas de los
especialistas revisan minuciosa, asépticamente el cuerpo, mientras van dictando en voz
alta a un grabador todos aquellos indicios que les permiten deducir la causa y el momento
de la muerte de una víctima. Ocasionalmente, destella el flash de la cámara del
fotógrafo forense, que le da al ambiente un aspecto aún más clínico, helado. La rutina
del trabajo impone una foto de la dentadura, para su identificación. Es allí cuando uno
de ellos dice, con alarma evidente: ¡Esperen, hay algo en la garganta!.
Corre ya casi una hora de El silencio de los inocentes, la película de Jonathan Demme que
arrasó con los premios Oscar de la temporada 1991 y ese es uno de los momentos
culminantes. Los agentes del FBI acaban de encontrar en la garganta de la víctima un
objeto extraño, que no pudo haber causado la muerte, pero que tampoco llegó allí por
casualidad. No hay forma de que pudiera meterse ahí, dice uno. Y el otro le
contesta: Al menos que alguien lo metiera. Con extremo cuidado, utilizando
unas pequeñas pinzas quirúrgicas, extraen aquello que la víctima guardaba
misteriosamente en la boca. A primera vista, no saben distinguir qué es, hasta que uno de
ellos arriesga que se trata de una crisálida. Con la ayuda de un naturista, la agente
Clarice Starling (Jodie Foster) no tarda en averiguar que se trata de un capullo de una
Acherontia Styx, conocida vulgarmente como Mariposa Calavera y que solamente
es posible encontrar en Asia. Tampoco le lleva demasiado tiempo deducir que se trata de un
mensaje, algo que el asesino colocó deliberadamente en su víctima, para comunicar algo
que no se podía transmitir solamente con la muerte.
Es curioso como a veces la ficción y la realidad una película y una noticia, como
la muerte dudosa de Marcelo Cattáneo se pueden cruzar indiscerniblemente en la
memoria de cualquier argentino de hoy. |
HABLAN TESTIGOS QUE AUN NO INVESTIGO LA
POLICIA
Cuatro sospechosos y un auto
Por Cristian Alarcón
La noche del último
sábado, a la hora en que Marcelo Cattáneo se habría ahorcado en una casilla detrás de
la Ciudad Universitaria, había entre doce y quince personas pescando en distintos puntos
del muelle que bordea el río, desde donde se podían ver los movimientos alrededor del
lugar del hecho. Ayer a la tarde, algunos de esos pescadores aprovechaban el calor y
habían vuelto con sus cañas. Entre ellos, dos jóvenes, Cristian, un empleado
telefónico de 24 años, y su amigo Mauricio, de 19, desocupado, contaron que era posible
ver quién entraba a la zona. Pasada la medianoche aseguran que se distinguían de los
habitués del lugar un auto rojo de vidrios tonalizados, con dos personas adentro,
apostado en una elevación del terreno, como en un punto de observación.
En la entrada al predio, después de cruzar el portón de acceso, había una
camioneta blanca parecida a la utilizada por el ex gerente de Consad, sostuvieron.
Hasta ayer la policía no había hablado con ninguno de los posibles testigos.
La casilla donde se habría matado Cattáneo está rodeada de malezas y la puerta y las
ventanas dan al río. En esa porción de costa hay un muelle, y más allá una playa de
escombros y basura. Son unos trescientos metros de costa, en forma de gran zigzag. A lo
largo se instalan los pescadores, en general trabajadores de la zona de Don Torcuato o San
Miguel, que hacen una especie de miniturismo para pobres y marginales. Nosotros
estuvimos acá, vinimos el sábado a las seis, y nos quedamos hasta el domingo que nos
refugiamos en uno de esos ranchos de chapa porque llovía mucho, imposible que veamos
nada, asegura Pablo Condri, oficial albañil, de 22, y vuelve a intentar con su
sistema: un pedazo de piedra caliza, donde enrolla la tanza con la que acaba de darle
inútil pelea a un dorado. Condri dice que sería igual de estéril intentar una
conversación con su compinche, que mira el horizonte veinte metros más allá. A
los del nueve los sacó carpiendo, él no quiere hablar con nadie, tené cuidado,
advierte.
Pero la estrategia de Gustavo, el amigo de pocas pulgas, es más simpática. Directamente
niega hasta la madre. Esta es la primera vez que vinimos, larga sin dejar de
supervisar el pique.
Tu amigo dice que estuvieron acá todo el fin de semana y desde acá se ve muy bien
la casilla.
No, yo el sábado, para que te quedés tranquilo, me fui a Chivilcoy.
El tercero del trío, Roberto, fue el único al que tocó la ley esta semana. La
cana le averiguó los antecedentes por los tatuajes de tumbero, cuenta Condri.
No, a mí no me pidieron nada, le dice a Página/12. Dale, si la cana te
pidió antecedentes, lo insta a reconocer esa gilada Gustavo, el mayor.
Este diario insiste con el escenario del sábado a la noche. Sí, me pidieron
antecedentes, pero yo no vi nada. Y si hubiese visto no te diría ni a gancho. A mí me
gusta estar vivo, seguir de pesca. Si a éste lo mataron que estaba lleno de guita,
imaginate yo.
Hay diez pescadores improvisados si se sigue por el borde del río. Dicen no haber estado.
Sobresalen de regreso a casa Cristian y Mauricio. Esto un fin de semana lindo está
lleno. El domingo llovió, pero el sábado estaba bueno. Nosotros estuvimos ubicados cerca
de la casilla, al lado nuestro había otros, y en el fondo un fogata que duró toda la
noche donde había como cinco. Más acá había otros. Enfrente del muelle estaban esos
pibes que llevan varios días acá, asegura Cristian. Se refiere a quienes niegan el
asunto. Vimos un auto que no vino a pescar, sino directamente estuvo un rato y se
fue, era un Golf rojo dice Mauricio. También estaba la camioneta
blanca. Ellos igual piden que se mantengan sus apellidos en secreto.
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