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La familia del empresario denuncia que la investigación de la muerte no avanzó
Nadie averiguó nada de Cattáneo

Hay dos jueces gestionando expedientes paralelos pero se ha producido muy poca prueba. No citaron a la mayoría de los testigos. No periciaron la camioneta. Ni realizaron la segunda autopsia. No terminaron los exámenes toxicológicos.

Hay varios pescadores que estuvieron cerca de la casilla en el instante de la muerte de Cattáneo.
Ninguno de ellos –a varios de los cuales entrevistó Página/12– fue indagado por la Justicia.

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Por Laura Vales

t.gif (67 bytes) La familia de Marcelo Cattáneo asegura que la justicia no investiga la muerte del empresario. También se pregunta si existe algún motivo oculto por el cual no les entregan el cuerpo. Allegados a la esposa de Cattáneo resumieron de esta manera su visión del caso: “El juez Enrique Velázquez no publicó las fotos de Marcelo mientras estaba vivo. Al cuerpo lo encontró un pescador. El auto, un vecino que avisó a un canal de televisión. Y la ropa, dos linyeras. Eso da una idea de qué es lo que hicieron los jueces que investigaron qué pasó con Marcelo: no hicieron nada. En todo este tiempo en que la causa se mantuvo bajo secreto de sumario la pesquisa estuvo paralizada”. El fiscal Norberto Quantín, a quien la familia entregó ayer la ropa que Cattáneo vestía al desaparecer, dice que en tantos años de actividad nunca vio un suicidio como éste.
Cattáneo abandonó su trabajo el miércoles 30 de setiembre y fue encontrado cuatro días más tarde, colgado de una soga en el patio de una construcción abandonada de Ciudad Universitaria. Dos jueces se disputaron el caso: Enrique Velázquez, que había recibido el pedido de averiguación de paradero del empresario, y María Gabriela Lanz, la magistrada de turno cuando se descubrió su muerte. Sin embargo, según señaló a Página/12 una persona de contacto diario con los Cattáneo, ninguno tomó medidas básicas para esclarecer la misteriosa muerte. Estos son los principales errores y omisiones:
u No se llamó a declarar a los pescadores que, en la noche del sábado pasado, estuvieron a metros del lugar donde murió el empresario y que podrían aportar detalles fundamentales sobre el movimiento que hubo en Ciudad Universitaria esa madrugada.
u Cuando se descubrió el cuerpo, la zona no fue vallada en su totalidad y el lugar fue pisoteado. Si había huellas de Cattáneo o de sus posibles homicidas, se perdió la posibilidad de identificarlas.
u La camioneta de Cattáneo quedó depositada en provincia. Los jueces no reclamaron el vehículo para incorporarlo a la causa. Las únicas pericias realizadas sobre el auto fueron las ordenadas por el fiscal que controló el operativo policial el día de su hallazgo.
u No existen motivos para que no hayan entregado el cuerpo a sus familiares que, más que ninguna otra cosa, hoy necesitan velarlo y elaborar el duelo. El último estudio se terminó el lunes, y desde entonces el cuerpo quedó depositado en la Morgue Judicial. Todos los días prometen a la familia que podrán retirarlo y cada vez lo postergan alegando motivos burocráticos o problemas de competencia.
Precisamente, la pelea entre el juez Velázquez y su colega María Gabriela Lanz tuvo ayer un nuevo capítulo. El magistrado le había reclamado a Lanz que se inhibiera de seguir investigando y le enviara el expediente. Después de una serie de tironeos, Lanz decidió el miércoles pasado dejar el caso y le envió la causa. Pero ayer Velázquez se la devolvió. Los abogados se preguntan cuál es el verdadero sentido de la disputa.
Por eso, cuando se encontró el traje que el muerto llevaba al desaparecer, sus abogados no lo entregaron a los jueces sino a la fiscalía de Norberto Quantín. La ropa fue descubierta el domingo pasado en un tacho de basura de Ciudad Universitaria, a doscientos metros de donde estaba colgado el cuerpo. Dos hombres de la villa cercana, que juntaban latas de gaseosa vacías, hallaron en el tacho una bolsa de plástico. Adentro había un pantalón gris, una camisa, un par de zapatos negros y un blazer azul con una manga desgarrada. También encontraron cuatro llaves. Los villeros contaron que estaban a punto de llevarse la bolsa cuando vieron acercarse a un grupo de policías, que trabajaban en la zona tras el descubrimiento del cadáver. Entonces, escondieron la ropa debajo de tres bolsas con latas y se fueron. En los días que siguieron trataron de recuperarla, pero no pudieron ingresar al lugar, que estaba con custodia. Recién el jueves rescataron la ropa y se la dieron a la abogada Angela Vanni. “No habíadocumentos, ni dinero, ni papeles de ningún tipo”, dijo la mujer, que explicó que a esa altura los dos “habían escuchado muchas noticias sobre la muerte de Cattáneo y la falta del traje, y empezaron a sospechar podía tratarse de la ropa buscada”. Angela Vanni se comunicó con Luis Dobniewski y Javier Astigarraga, abogados de la mujer de Cattáneo, que reconoció las prendas. La bolsa tenía un logo de Show Sport, la firma que vendió el jogging que llevaba el empresario al morir. Anoche se trataba de establecer quién lo compró.

 

Claves

p.gif (925 bytes) La familia de Marcelo Cattáneo asegura que su muerte no está siendo debidamente investigada.
p.gif (925 bytes) El juez encargado de su búsqueda mientras estaba desaparecido no publicó sus fotos.
p.gif (925 bytes) El cuerpo no fue encontrado por la policía sino por un pescador.
p.gif (925 bytes) No se llamó a declarar a otros pescadores que “paran” por la zona.
p.gif (925 bytes) El auto lo encontró un vecino.
p.gif (925 bytes) La ropa la ubicaron dos linyeras.
p.gif (925 bytes) El secreto del sumario duró hasta ayer pero en cinco días la pesquisa casi no avanzó.
p.gif (925 bytes) No se valló la zona en donde se encontró el cadáver.
p.gif (925 bytes) No parece haber pendiente ninguna medida pero los jueces se niegan a entregar el           cuerpo del muerto a su familia.


La realidad y la ficción
Por Luciano Monteagudo

La escena tiene lugar en una morgue. Las manos enguantadas de los especialistas revisan minuciosa, asépticamente el cuerpo, mientras van dictando en voz alta a un grabador todos aquellos indicios que les permiten deducir la causa y el momento de la muerte de una víctima. Ocasionalmente, destella el flash de la cámara del fotógrafo forense, que le da al ambiente un aspecto aún más clínico, helado. La rutina del trabajo impone una foto de la dentadura, para su identificación. Es allí cuando uno de ellos dice, con alarma evidente: “¡Esperen, hay algo en la garganta!”.
Corre ya casi una hora de El silencio de los inocentes, la película de Jonathan Demme que arrasó con los premios Oscar de la temporada 1991 y ese es uno de los momentos culminantes. Los agentes del FBI acaban de encontrar en la garganta de la víctima un objeto extraño, que no pudo haber causado la muerte, pero que tampoco llegó allí por casualidad. “No hay forma de que pudiera meterse ahí”, dice uno. Y el otro le contesta: “Al menos que alguien lo metiera”. Con extremo cuidado, utilizando unas pequeñas pinzas quirúrgicas, extraen aquello que la víctima guardaba misteriosamente en la boca. A primera vista, no saben distinguir qué es, hasta que uno de ellos arriesga que se trata de una crisálida. Con la ayuda de un naturista, la agente Clarice Starling (Jodie Foster) no tarda en averiguar que se trata de un capullo de una Acherontia Styx, conocida vulgarmente como “Mariposa Calavera” y que solamente es posible encontrar en Asia. Tampoco le lleva demasiado tiempo deducir que se trata de un mensaje, algo que el asesino colocó deliberadamente en su víctima, para comunicar algo que no se podía transmitir solamente con la muerte.
Es curioso como a veces la ficción y la realidad –una película y una noticia, como la muerte dudosa de Marcelo Cattáneo– se pueden cruzar indiscerniblemente en la memoria de cualquier argentino de hoy.

 


 

HABLAN TESTIGOS QUE AUN NO INVESTIGO LA POLICIA
Cuatro sospechosos y un auto

Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) La noche del último sábado, a la hora en que Marcelo Cattáneo se habría ahorcado en una casilla detrás de la Ciudad Universitaria, había entre doce y quince personas pescando en distintos puntos del muelle que bordea el río, desde donde se podían ver los movimientos alrededor del lugar del hecho. Ayer a la tarde, algunos de esos pescadores aprovechaban el calor y habían vuelto con sus cañas. Entre ellos, dos jóvenes, Cristian, un empleado telefónico de 24 años, y su amigo Mauricio, de 19, desocupado, contaron que era posible ver quién entraba a la zona. Pasada la medianoche aseguran que se distinguían de los habitués del lugar un auto rojo de vidrios tonalizados, con dos personas adentro, apostado en una elevación del terreno, “como en un punto de observación”. “En la entrada al predio, después de cruzar el portón de acceso, había una camioneta blanca parecida” a la utilizada por el ex gerente de Consad, sostuvieron. Hasta ayer la policía no había hablado con ninguno de los posibles testigos.
La casilla donde se habría matado Cattáneo está rodeada de malezas y la puerta y las ventanas dan al río. En esa porción de costa hay un muelle, y más allá una playa de escombros y basura. Son unos trescientos metros de costa, en forma de gran zigzag. A lo largo se instalan los pescadores, en general trabajadores de la zona de Don Torcuato o San Miguel, que hacen una especie de miniturismo para pobres y marginales. “Nosotros estuvimos acá, vinimos el sábado a las seis, y nos quedamos hasta el domingo que nos refugiamos en uno de esos ranchos de chapa porque llovía mucho, imposible que veamos nada”, asegura Pablo Condri, oficial albañil, de 22, y vuelve a intentar con su sistema: un pedazo de piedra caliza, donde enrolla la tanza con la que acaba de darle inútil pelea a un dorado. Condri dice que sería igual de estéril intentar una conversación con su compinche, que mira el horizonte veinte metros más allá. “A los del nueve los sacó carpiendo, él no quiere hablar con nadie, tené cuidado”, advierte.
Pero la estrategia de Gustavo, el amigo de pocas pulgas, es más simpática. Directamente niega hasta la madre. “Esta es la primera vez que vinimos”, larga sin dejar de supervisar el pique.
–Tu amigo dice que estuvieron acá todo el fin de semana y desde acá se ve muy bien la casilla.
–No, yo el sábado, para que te quedés tranquilo, me fui a Chivilcoy.
El tercero del trío, Roberto, fue el único al que tocó la ley esta semana. “La cana le averiguó los antecedentes por los tatuajes de tumbero”, cuenta Condri. “No, a mí no me pidieron nada”, le dice a Página/12. “Dale, si la cana te pidió antecedentes”, lo insta a reconocer “esa gilada” Gustavo, el mayor. Este diario insiste con el escenario del sábado a la noche. “Sí, me pidieron antecedentes, pero yo no vi nada. Y si hubiese visto no te diría ni a gancho. A mí me gusta estar vivo, seguir de pesca. Si a éste lo mataron que estaba lleno de guita, imaginate yo.”
Hay diez pescadores improvisados si se sigue por el borde del río. Dicen no haber estado. Sobresalen de regreso a casa Cristian y Mauricio. “Esto un fin de semana lindo está lleno. El domingo llovió, pero el sábado estaba bueno. Nosotros estuvimos ubicados cerca de la casilla, al lado nuestro había otros, y en el fondo un fogata que duró toda la noche donde había como cinco. Más acá había otros. Enfrente del muelle estaban esos pibes que llevan varios días acá”, asegura Cristian. Se refiere a quienes niegan el asunto. “Vimos un auto que no vino a pescar, sino directamente estuvo un rato y se fue, era un Golf rojo –dice Mauricio–. También estaba la camioneta blanca.” Ellos igual piden que se mantengan sus apellidos en secreto.

 

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