panorama
economico
El shock menemista
Por Julio Nudler
El libro
va a aparecer en Alemania, en inglés y editado por la socialdemocracia (que acaba de
retornar al poder). Contendrá una extensa investigación auspiciada por la Fundación
Volkswagenwerk y conducida por los argentinos Hugo Nochteff y Martín Abeles, ambos de
Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Su tema son las lecciones que
pueden extraerse de la transición económica neoconservadora que la Argentina encaró
durante esta década. Aquí una apretada descripción de su desafiante tesis.
El punto de partida fue 1989/90, con hiperinflación, atraso en los servicios de la deuda
externa (a pesar del amplio superávit comercial), bajísima monetización. Se lanza
entonces como corte un paquete compuesto por: convertibilidad del peso con tipo de cambio
fijo, apertura comercial y financiera, privatizaciones y desregulación (o más bien
transformación regulatoria, porque hay zonas de la economía que no se desregulan, sino
que se regulan de otra manera, como los servicios públicos y la industria automotriz).
Quedan fuera del paquete la reforma financiera y una legislación en defensa de la
competencia.
La historia tiene dos tipos de actores: los que crean escenario (dentro de ciertos
límites) y los que lo toman. Entre los primeros están los grupos económicos, los
acreedores externos, las multinacionales y los productores de bienes transables (es decir,
importables/exportables) protegidos (básicamente, la industria automotriz). Toman
escenario los consumidores, los productores de no transables en alta competencia y los
productores de transables no protegidos. (Hay que tener en cuenta los grandes problemas de
transabilidad. Los grandes productores monopólicos también dominan el circuito de la
importación, como ocurre en siderurgia y petroquímica. Se importará o no, pero a los
precios que ellos fijen, salvo para los grandes compradores. Por tanto, el acero será
transable para las automotrices, las petroleras y las grandes constructoras, pero no
importable para las pymes. El importador independiente surgirá solo lentamente.)
Tras el shock, determinado por el congelamiento del tipo de cambio, el consumo aumenta
abruptamente porque desaparece la erosión inflacionaria. El Producto crece más
suavemente porque para crecer necesita inversión. Por tanto, se genera un déficit
comercial, que necesita ser financiado. Los consumidores se encuentran con una oferta de
crédito infinita a los fines prácticos, mientras que las privatizaciones generan ingreso
de capitales. El Gobierno define el déficit comercial como bueno porque
muestra que hay confianza, y alienta la sobreexpansión del consumo, que conduce a más
déficit comercial.
La forma en que se realizaron las privatizaciones, se fijaron las tarifas de los servicios
públicos y se los reguló creó a su vez condiciones muy rentables y seguras, que
indujeron un proceso de inversión tras el traspaso de las empresas estatales. La mejora
de los servicios estimuló más aún el consumo, mientras que la apertura profundizó
todavía más el déficit comercial. Los productores de bienes no transables en alta
competencia, al ver el aumento del consumo expandieron fuertemente su producción.
El tipo de cambio fijo, como ancla, hace que converja rápidamente a una velocidad
acelerada por la apertura comercial la inflación local a la estadounidense en
bienes transables, mientras que los precios de no transables suben como en cualquier
inflación de demanda. Los productores de transables no protegidos sufren gran caída de
su protección en el período inicial. Para ellos la economía es altamente turbulenta e
incierta, de modo que para atender la expansión de la demanda aumentan su producción
casi solamente en lo que les permite su capacidad ociosa. Invierten lo menos posible.
Muchos de ellos son empresarios medianos y chicos. Los grandes, situados en la franja alta
de la economía, incluyendo los productores de transables protegidos, se financian por
vía de Obligaciones Negociables a una tasa de libor + 3,5% promedio, igual que los grupos
que entran por las privatizaciones, o en el sistema financiero local, que a ellos les da
la tasa prime, o preferencial. Los demás quedan virtualmente fuera del sistema bancario,
financiándose fundamentalmente por adelantos en cuenta corriente, a tasas que triplican
las que paga el capital concentrado. Por lo tanto no pueden reconvertirse. Unos mueren,
otros pellizcan al principio, producen algo e importan el resto. Por esta razón también
aumentan las importaciones.
La pregunta es por qué se aplicó en 1991 un shock generalizado. Por qué haber hecho
todo al mismo tiempo, cuando lo imprescindible para cortar la inflación era el shock
cambiario. De haberse aplicado la convertibilidad con paridad fija, pero haciendo todo lo
demás en la medida en que resultara necesario y de modo gradual, los efectos habrían
sido una menor expansión del consumo, menos déficit externo, menos endeudamiento, menos
desempleo y menor caída del salario. Contrariamente a esto, se hizo una apertura
comercial y financiera generalizada, con estímulo al ingreso de capitales, incluso los de
corto plazo, a los que se les dio la ventaja de una mínima brecha para la compraventa
entre pesos y dólares.
Lo que se logró fue el período más estable de la historia política y social argentina
en mucho tiempo, con los grupos económicos, las transnacionales, los acreedores externos
y el sector concentrado del agro conformando el bloque dominante. A lo largo de los
80, en cambio, hubo un permanente conflicto entre los componentes de ese bloque. La
promoción industrial no benefició a las transnacionales, los subsidios vía compras del
Estado favorecieron en primer lugar a los grupos y sólo en menor medida a las multis.
Pero, fundamentalmente, en la licuación de la deuda y en el posterior sistema de
subsidios se les permitieron a los grupos ganancias extraordinarias. Subsidios y fugas se
comieron sistemáticamente los superávit comerciales, que debían servir para pagarles a
los acreedores. El agro quedó en el medio, con un tipo de cambio errático en términos
reales.
Gran parte de esas causas de conflicto entre los grupos, las multinacionales y los
acreedores externos fueron resueltas en los 90. Se lo logró con las
privatizaciones, la apertura financiera y comercial que les dio poder de mercado
frente a las empresas más pequeñas, una transformación regulatoria que les
aseguró a los grupos y a los acreedores ganancias extraordinarias, mientras que el
superávit fiscal primario garantizaba el pago de los servicios de la deuda a los
acreedores, además de la capitalización del principal que pudieron hacer en las
privatizaciones.
La cuestión deja así de ser técnica. Técnicamente no era necesario hacer todo junto.
Pero se lo hizo en bloque porque, además de ser lo prescripto por la ideología
neoliberal, era la forma de resolver la contradicción. El Plan B&B se hundió,
precisamente, porque no estaba pensado para los acreedores. Pretendía contarles el mismo
cuento de los 80: que si bien había superávit comercial, no se sabía quién se lo
había llevado.
La desnacionalización de la industria, los servicios (particularmente el comercio), la
banca y crecientemente el agro no desmiente la eliminación de las contradicciones. Es
cierto que en los 90 viene una multinacional y se traga a Terrabusi, y otra se
engulle a Bagley, pero tan cierto como eso es que Montagna vendía Terrabusi y Núñez
vendía Bagley, y que la ganancia de capital que Montagna y Núñez hicieron con la venta
sería inimaginable en otras condiciones, sin la burbuja de sobrevaluación de los
activos. Algo parecido ocurre con los grupos locales, que entran asociados con las
transnacionales en las privatizaciones como lobistas o abrepuertas, y luego se van
retirando de algunas con enormes ganancias.
Al mismo tiempo, la estabilidad, la sobreexpansión del consumo, el alto gasto público y
el boom de crédito lograron una fuerte legitimaciónelectoral del sistema, pese al
desempleo y a la regresividad en la distribución, que en realidad no se notaban tanto en
los años iniciales. Sin embargo, en todo ese período la tasa de inversión es
insuficiente. Lo que se ha fabricado es una economía de consumo, que no puede llegar a
ser una economía abierta en serio (es decir, una economía en que el sector de transables
sea una alta proporción del Producto), ni una economía sustentable en el largo plazo con
inversión.
Yendo al esquema internacional, si se piensa que el actual es un período en el que
aquello de la demanda efectiva del keynesianismo y de la edad de oro del capitalismo se
convirtió en una burla cruel, porque la economía puede crecer al 5 por ciento con la
mitad de la población muerta de hambre, a condición de que los otros consuman muchísimo
más, lo que en realidad importa es la demanda efectiva del 20, 30 o 40 por ciento de la
población. De este modo la inversión puede ser consistente con ese incremento de la
demanda. El requisito es que la sociedad sea excluyente, porque de no serlo explotaría el
consumo. Para que haya crecimiento y no burbuja, la condición es que la exclusión sea
altísima. La demanda debe provenir de una porción reducida de la población, de modo que
el consumo sea consistente con la inversión.
Esto arrima a la Argentina a las condiciones imperantes del capitalismo. Sin exclusión se
necesitaría más inversión y más deuda para satisfacer más consumo y más
exportación, si no se quiere caer en los ciclos de stop-and-go (freno y marcha), de
periódicos estrangulamientos externos. Para evitar la exclusión se necesitaría más
tributación sobre los ricos, de modo que hubiese recursos para invertir desde el sector
público, a costa del consumo de los ricos, bajando la tributación sobre los pobres. La
inversión adicional aumentaría el empleo, y con éste se elevarían los salarios.
La adopción de este camino depende de la relación de fuerzas en la sociedad. El
conglomerado dominante está firmemente instalado, y condiciona la adopción de cualquier
política diferente a la de los hegemónicos 90. |