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Por una vez, la habilidad del Gobierno para montar escenarios y unificar discursos fue inútil. Como en un coro, en un principio los funcionarios sólo se lamentaron de la muerte de Marcelo Cattáneo, después mantuvieron un silencio uniforme y recién cerca del viernes admitieron dudas, sospechas, puntos oscuros. Pero más allá de las frases huecas, esta semana una sensación era perceptible en los despachos oficiales: la muerte puso tensa a la Casa Rosada, y hasta comenzó a asomar un clima de inquietante paranoia como la que experimentó Eduardo Duhalde por el asesinato de José Luis Cabezas. No es que el ex directivo de Consad tenga algo que ver con el fotógrafo de Noticias. Sucede que, como antes Duhalde, muchos funcionarios tienden a ubicar el ahorcamiento de Cattáneo dentro de la nueva ola de muertes semánticas, que obedecen a la lógica de los aparatos más que a la pasión del criminal suelto. Antes, un muerto era una tragedia. Ahora es, también, un mensaje. Es curioso: en esta Argentina de negocios oscuros y fortunas amasadas a lo Far West, incluso el suicidio de un depresivo agudo puede ser un mensaje. Lo era la muerte de Marcelo Cattáneo hasta el miércoles, cuando las dudas incluían la razonable hipótesis de que también pudiera haberse tratado del suicidio común y corriente de un empresario acosado por la angustia financiera. Pero en la madrugada del jueves, cuando la autopsia reveló que el cadáver contenía un recorte de diario con informaciones del contrato entre IBM y el Banco Nación, ya dejó de importar si era un suicidio, un caso de eutanasia mafiosa, categoría que ya forma parte del lenguaje político como "suicidio inducido", o un simple y llano asesinato. El recorte de La Nación en la boca de un muerto había convertido otra muerte en mensaje: no hablarás. Podía ser un mensaje hacia otros testigos. Un mensaje a quienes quisieran colaborar con la Justicia. Un mensaje para cualquiera que osara dar información a los diputados. Un mensaje a quien proyectase mejicanear parte de un botín. Un mensaje a los jueces federales que planeen cambiar la dependencia del poder político por un futuro de austeridad cosmética basada en los ahorritos de estos años. Un mensaje para una era en la que, se supone, pueden comenzar presiones hacia una investigación de verdad de delitos, patrimonios y testaferros. Un mensaje nacional. Un mensaje multinacional. O también un mensaje del mismo Cattáneo informando sobre las causas de su muerte. Antes del escopetazo en su estancia de Entre Ríos, Yabrán escribió una carta a su familia. No todos los suicidas escriben cartas. No todos dejan un mensaje final ni tienen el resto de autoestima para una última comunicación. La mente humana es infinitamente retorcida. Pero, ¿podía serlo tanto en el caso de Cattáneo? ¿Tan retorcida para planificar un cambio de ropa, el abandono de la camioneta, la decisión de llevar encima un recorte periodístico de hace siete meses, la elección de un descampado que sólo conocen los pescadores de bagres, la soga? Más allá de cualquier mensaje, los nervios en el Gobierno, por lo menos el manojo de nervios que puede provocar el riesgo elemental de arruinar las posiciones de poder, responden a la certeza de que el apellido Cattáneo trae consigo el apellido Kohan, y ambos se juntan y se potencian en un momento de máxima exposición del apellido Yoma. Con un agregado: Cattáneo no es Menem, pero Kohan y Yoma son dos consejeros sin votos propios --no es una crítica: es una descripción de sus vocaciones-- que se explican en la política por el poder que les confiere el Príncipe. Kohan y Yoma son el Príncipe. Funcionarios del Gobierno susurran que el secretario general de la Presidencia está irritado con la inclusión de su nombre en las crónicas político-policiales. "Juan Carlos Cattáneo fue durante menos de un mes subsecretario de Acción de Gobierno con Kohan", rezongan. "Además, no está detenido, y por si fuera poco nada en la causa induce a sospechar de contactos de Kohan con el contrato IBM-Banco Nación." El argumento suena pueril cuando un señor de apellido Cattáneo se muere con un recorte de diario en la boca mientras otro señor de apellido Cattáneo funcionaba como consultor y lobbyista de negocios de uno de los tres hombres de mayor confianza de Carlos Menem (el tercero, con Emir y Kohan, es un Sup-Erman González en su etapa de kryptonita verde). Más aún cuando el consultor --que casualmente se destacó como el artífice de los contratos informáticos de IBM en todo el país-- fue el introductor de Kohan en el mundo de los grandes empresarios, a los que había llegado más por sus relaciones comerciales que por sus antecedentes políticos como hombre de Angel Federico Robledo, el ministro de Isabel Perón, o su papel en el Movimiento de Empresarios Justicialistas. Un directivo de multinacional que pidió reserva de su nombre contó a este diario el día que Juan Carlos Cattáneo se apareció en IBM con un tipo de unos cuarenta y tantos años, de cara entonces desconocida y unos diskettes en la mano. Cattáneo dijo que su amigo necesitaba imprimir el contenido de los diskettes pero (la tecnología de impresión no estaba tan avanzada hace diez años como ahora) no tenía dónde hacerlo de manera confiable y rápida. ¿Podría usar el centro de cómputos de la Big Blue? Pudo: ¿cómo negarle un favor al consultor informático más importante de la Argentina? ¿Por qué impedir que Alberto Kohan, el todavía poco conocido acompañante de Cattáneo, imprimiera en IBM el listado de los padrones del Partido Justicialista? Cuando escuchan anécdotas como ésta o agregan las propias, y peor aún cuando comentan la muerte de Cattáneo, los políticos no lucen precisamente felices. La Alianza enarboló con entusiasmo la bandera de investigar el contrabando de armas --¿porque puede cargarse un ministro como Erman? ¿porque sueña con procesar a Menem y después de la absolución de Eduardo Angeloz el contrabando aparece como una causa más viable que el enriquecimiento ilícito?-- pero aborda con temor el caso Cattáneo: el añadido de violencia a la unión entre política y negocios suele formar una sustancia inestable. Y el duhaldismo, que venía entonado después de su fin de semana doctrinario en Calafate, se abatió ante la reaparición de un clima yabranesco. En palabras de un allegado al gobernador bonaerense: "Lo queramos o no, tenemos al principal candidato del partido de Gobierno, y si la gente sospecha del Gobierno o no le cree nos desgastamos nosotros también".
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