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Flojas, las Malvinas Por Andrew Graham-Yooll *
La pobreza intelectual del proyecto apareció agravada por la vulgaridad de la publicidad televisiva. Ok, Mariano Grondona y los millonarios de Canal 9 tenían que ganarse el pan, pobres. ¿Pero realmente tuvimos que mostrar al mundo que los argentinos somos más duchos en exhibir la codicia que las ideas? La publicidad es esencial para toda producción televisiva. Pero tratándose de un programa tan especial como éste, los patrocinantes podrían haberse agrupado todos al comienzo y al final. Por si fuera poco, además de exhibir coches caros y sensuales cigarrillos franceses que de algún modo hacen bien al medio ambiente, se dieron avances del programa del departamento-de-la-bajeza conocido como Antonio Gasalla de travesti. Por la parte argentina del programa, sólo el breve momento de sabiduría de Magdalena Ruiz Guiñazú hacia el final tuvo algún sentido: ella recordó que todas las cosas de las que se hablaba, contactos, visitas, comprensión, existían antes de 1982. Fuimos nosotros, los argentinos, quienes cortamos todo eso, no los británicos o los isleños. Monseñor Justo Laguna se mostró un poco menos estridente de lo habitual y esbozó algunos lugares comunes al mejor estilo obispo. Germán Sopeña, de La Nación, un periodista de muy alto nivel profesional, esta vez estuvo por debajo del mínimo esperado: poco tuvo que decir en un encuentro tan crucial. El magno y augusto economista de Argentina, el doctor Roberto Alemann, fue una decepción. Resultó totalmente anacrónico, y sonó como cuando era ministro de Economía de los déspotas. Mi corazón estuvo con la madre viuda de dos hijos muertos, uno en combate, el otro llevado por la enfermedad. No hay modo de entender un dolor así, y quizá por eso sus palabras fueron duras: no estaba en su espíritu conciliar. El momento actual es para la diplomacia y el entendimiento, lo que no deja en claro por qué el lado argentino presentó a dos veteranos de guerra, si bien moderados. Podría haber sido peor, claro: se nos pudo haber mostrado a un borracho imbécil como Leopoldo Fortunato Galtieri entrando con una botella de Black Label, como para arruinar todo por medio siglo más. La producción del programa fue un flan. Grondona, desde Puerto Stanley, sonaba como si pisara un estudio por primera vez. Lana Montalbán haciendo de doncella de hielo resultó superflua. Grondona en pía cámara lenta en el cementerio pareció una telenovela mala. Y en vez de mantenerse por encima del debate, se ofendió por la referencia de una joven a la conquista española de los indígenas de América. De haber consultado algo de la abundante bibliografía con que suele excederse, se habría dado cuenta de que éste siempre ha sido un argumento protestante contra la colonización católica. Los kelpers pidieron a Grondona, y lo consiguieron. ¿Sabremos alguna vez por qué? Nunca simpaticé mayormente con los isleños ni con su causa. Todo colonialismo es obsoleto. Nunca estuve en Puerto Stanley. Cuando quise ir, en 1993; la Falkland Islands Office en Londres me informó que no me lo permitían. Cuando cambiaron de idea, yo no pude viajar. Sin embargo, los dos hombres del panel que sí conozco, el empresario Stuart Wallace y el concejal Lewis Clifton, son personas que impresionan por su sensatez y altura. La diplomacia desarrollada por Clifton cuando vivía en Londres y en diversos encuentros argentino-británicos merece el mayor respeto, y no poca gratitud de la Cancillería argentina. Me pregunto qué habrán pensado ellos de su debut en la televisión argentina. Así pasó "Hora Clave" transmitido desde Puerto Stanley. ¡Qué lástima! El tour televisivo tendría que haber sentado alguna base sobre la cual construir, ser algo más que un paseo para el ego de Grondona. * Andrew Graham-Yooll es "Senior Editor" del Buenos Aires Herald. Fue corresponsal de The Guardian (Londres) en la guerra de 1982.
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