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LLAMATIVOS RESULTADOS EN UN ESTUDIO SOBRE SEXO EN LAS ADOLESCENTES

HAY UN CHICO EN MI MENTE

Un estudio realizado a lo largo de casi diez años en Gran Bretaña encontró, para sorpresa de las propias autoras, que, pese al terreno avanzado en múltiples áreas, en el plano sexual las adolescentes siguen manejándose con códigos impuestos por los hombres. Opinan dos especialistas argentinos.

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Página/12
en GRAN BRETAÑA

Por Marcelo Justo
desde Londres


t.gif (67 bytes)  Una investigación de casi 10 años iniciada con el advenimiento del sida en los 80 subraya que los prejuicios de las adolescentes son bastante similares a los que tenían sus padres y no demasiado diferentes a los que exhibían sus abuelos. Según el estudio, la revolución sexual de los 60, el feminismo de los 70 y 80, el Girl Power (Poder de las Chicas) en los 90 no han modificado los ejes que definen la identidad sexual femenina: las adolescentes todavía hablan de mujeres "serias" y "fáciles", raramente expresan sus propios deseos y consideran al sexo como un placer predominantemente masculino. El sugestivo título del libro The Male in the Head (El macho en la cabeza) es la respuesta de las investigadoras a la paradoja que existe actualmente en las relaciones de los sexos: mientras a nivel laboral e intelectual las mujeres han cerrado la brecha que las separa de los hombres, en la cama las cosas siguen iguales. "Las relaciones heterosexuales se manejan de acuerdo a un único código, el masculino. Las mujeres tienen como una mirada interior que les dictamina que el hombre es el protagonista y la mujer el mero escenario del acto sexual. El sexo empieza y termina en el hombre", indicó a Página/12 Janet Holland, una de las cuatro autoras del libro.

La Guerra Fría es historia, la pornografía dejó de ser tabú, las relaciones gay han salido a la superficie y, sin embargo, según las autoras de The Male in the Head, el sexo y sus prejuicios parecen tener una resistencia al cambio, y una tendencia a la repetición capaz de servirse de la máscara de la liberación sexual para representar las mismas identidades de fondo. A un suspiro del 2000, el sexo prematrimonial pertenece indudablemente al pasado pero el comportamiento sexual sigue teniendo una valoración social totalmente distinta si se trata de una mujer o de un hombre. Una de las adolescentes entrevistadas expresa esta diferencia en toda su banalidad: "No se nos juzga con la misma vara. Si una mujer tiene relaciones con varios tipos es una puta. Si lo hace un hombre es un semental". Tanto o más dramático que la persistencia de esta duplicidad moral, es que tanto los adolescentes varones como las mujeres son concientes de su existencia y manifiestan su impotencia para cambiarla. "No se trata únicamente de que los chicos juzgan así a las chicas", dijo Holland a Página/12, "las mujeres se juzgan a sí mismas y a las demás de esa manera".

 

 

"Que esté contento"

En una sociedad impregnada por el discurso feminista que desde mediados de los 70 ha impuesto muchas de sus ideas y ha dejado su marca hasta en el lenguaje cotidiano, las adolescentes muestran una sorprendente pasividad y subordinación a la hora de definir sus propios deseos. Los testimonios recogidos en The Male in the Head son inequívocos: para la mayoría de las adolescentes la satisfacción masculina es el objetivo primordial de la relación sexual. "Quiero hacer todo para que esté contento. No me importa si no tengo un orgasmo", dijo Linda, de 19 años. "Las primeras dos veces fue francamente penoso. Después de la tercera vez, mejoró", confesó Anne, una adolescente de 18 años. ¿Mejoró?: ¿se convirtió en un hecho placentero? "Dejó de dolerme. Ahora dejo que siga con el asunto y acabe". Previsiblemente en la mayoría de los varones existía la misma ecuación del acto sexual y placer masculino. "Cuando llego al orgasmo", dice un adolescente de 16 años, "el sexo termina. Sé que es egoísta, pero incluso si la chica no alcanzó un orgasmo, para mí la cosa se acabó... eso es el

sexo, la finalidad del sexo".

Esta prerrogativa masculina tiene consecuencias a nivel de salud pública que se expresan claramente en un caso emblemático: el uso del condón. La investigación, que se inició en 1989 cuando la campaña de prevención del sida había alcanzado el pico más alto en Gran Bretaña, halló que en la mayoría de los casos las adolescentes no exigían el uso del condón porque éste estropearía el placer masculino. "Los chicos no quieren usarlo. Dicen que le saca la gracia al asunto. Que es como bañarse con la ropa puesta", relata Anne, de 18 años. Las expresiones al respecto son abundantes y coloridas: usar profiláctico es como "comer chocolate con la envoltura", "irse a la cama sin quitarse las botas", "meterse el dedo en la nariz con las manos enguantadas", "lavarse los pies con las medias puestas". A lo que se añade que, a diferencia de los varones, que exhiben como un triunfo el condón guardado en la billetera, las adolescentes corren el peligro de ser automáticamente estigmatizadas si compran profilácticos, los llevan en la cartera o le piden al varón que los use. "Es como una falta de inocencia sexual. Si una mujer tiene condones es calificada inmediatamente de 'ligera', de 'fácil'", manifiesta otra adolescente, de 17 años.

 

 

Conductas de riesgo

Las autoras acuñaron el concepto de "male in the head" para explicar esta hegemonía de valores masculinos en el comportamiento de ambos sexos. "Partimos de la idea de dos mundos contrapuestos, el masculino y el femenino, que entraban en contacto sexual. Pero el hecho de que las mismas mujeres participaran de esta duplicidad moral, transformándola en su propio marco conceptual, nos llevó a pensar en la presencia de un único valor dominante que actúa en ambos sexos", señala Holland. Las adolescentes terminan presas de una doble atadura. Por un lado el contexto social "permisivo" les exige que actúen sexualmente; por el otro se juzgan y se sienten juzgadas de acuerdo a ese "male in the head" que otorga libertad al hombre y exige un silencioso acatamiento sexual a la mujer. "No es que no tuvieran deseos y preferencias propias. En las entrevistas decían, con cierta dificultad y vergüenza, que les gustaba el sexo oral y, en muchos casos, que les gustaba más que la penetración. Pero confrontar a la pareja con este hecho era considerado peligroso para la relación y la reputación de la chica", señala Janet Holland. Varias mujeres indicaron que no le daban tanta importancia al sexo (lo subordinaban a la relación afectiva) y que por lo tanto no mencionaban la falta de satisfacción sexual porque podía "herir sus sentimientos". Llevado a los extremos esta complacencia femenina llevaba a adoptar conductas sexuales de "riesgo". "Encontramos que muchas mujeres aceptaban tener relaciones sexuales sin usar condones y a veces a pesar de que no tenían ningún deseo de hacerlo. Abundaban las experiencias de presión y violencia por parte de sus contrapartes masculinos, en todos los casos toleradas por las adolescentes", señaló a Página/12 Janet Holland.

Las investigadoras reconocen que la situación actual tiene una relación no sólo de continuidad sino de cambio respecto a otras épocas. Sea por un mayor flujo informativo, por la transparencia de las conductas que impone un clima social más permisivo, por el impacto de ideologías libertarias o por el fin de ese tabú primordial que era el sexo prematrimonial, el estudio encuentra que una importante minoría de mujeres --y varones-- están buscando alternativas al "male in the head". Una de las variantes experimentadas, que combinan la búsqueda de placer con la protección al contagio o al embarazo, es la exploración del "sexo no penetrativo". "Da tanto placer como el sexo con penetración", dice Tina de 21 años. "Sexo oral, tocar suavemente el cuerpo de otra persona, besarse, concentrarse despacio en las necesidades del otro. En vez de unos 20 minutos de bang, bang, bang, la cosa se puede extender toda la noche, llega el amanecer y uno está todavía jugando. A los varones también les gusta. Sin darse cuenta se transforman en verdaderos conversos." Entre los varones hubo expresiones similares. La evolución de esta situación inestable es incierta a juicio de las autoras. "Es difícil de predecir pero nos parece que sólo se va a modificar esta situación si primero la temida sexualidad femenina logra expresarse y mediante ella se consigue una transformación de las relaciones de poder que gobiernan actualmente a los sexos", concluye Holland.

 

El estudio

El libro es el resultado de una investigación detallada de la conducta y la percepción sexual de 148 mujeres y 46 varones de entre 16 y 21 años en Londres y Manchester iniciada en 1989 por Janet Holland, Caroline Ramazanoglu, Sue Sharpe y Rachel Thompson, cuatro sociólogas británicas que se autodefinen como feministas. Los entrevistados fueron elegidos en base a criterios demográficos relevantes --edad, clase social, educación y actividad sexual-- después de analizar el cuestionario sobre educación y experiencias sexuales completado por 500 mujeres y 250 varones. Las sociólogas fueron las primeras sorprendidas con los resultados de la investigación. "No había prácticamente ninguna investigación sistemática de la conducta y la actitud sexual de los adolescentes. De modo que como mucha otra gente pensábamos que en una sociedad tan impregnada de mensajes sexuales, las actitudes habían cambiado bastante radicalmente", indicó Holland.


SEGUN UNA DE LAS AUTORAS

"Las cosas cambiaron poco"

Por M.J.

The Male in the Head comenzó siendo una investigación sobre las conductas y actitudes sexuales de los adolescentes. Financiada por un organismo estatal de investigación científica, que tenía como objetivo aplicar las conclusiones del estudio a las campañas de prevención del sida, la investigación se convirtió en un acabado testimonio del impacto real de la revolución sexual. "Una de las cosas que más nos sorprendió fue el grado de ignorancia que había. Por parte del mundo académico que asumía que los adolescentes estaban liberados de una serie de prejuicios porque vivían en un entorno social permisivo. Y de los adolescentes mismos que a pesar de vivir en ese mundo impregnado de mensajes sexuales, parecían ignorar cosas básicas sobre su propio sexo", indicó Janet Holland a Página/12

--¿Qué impacto tuvo este estudio para ustedes?

--Nos interesaba en especial lo que pasaba con las adolescentes. Por eso mismo decidimos también trabajar con los varones, porque era imposible plantear el tema de modo aislado. Así averiguamos muchas cosas interesantes que cambiaron nuestra percepción. Lo más sorprendente fue lo poco que habían cambiado las cosas. Nosotras no habíamos hecho una investigación previa y partíamos de las mismas premisas que el resto del mundo, que las jóvenes podrían expresar sus propios deseos, lo que querían sexualmente, y que no se encontrarían en situaciones que no pudieran manejar. Lo que encontramos no fue tanto el encuentro en el terreno de la sexualidad de dos mundos --el masculino y el femenino-- sino una sola ideología dominante que funcionaba como vigía de ambos sexos: el "male in the head".

 

--Según este concepto las mujeres perpetúan los mismos mecanismos de dominación y silenciamiento que padecen.

--Creo que tiene que ver con algo más amplio que la sexualidad. En todos los aspectos sociales hay una relación jerárquica, piramidal, en la que los hombres tienen más poder que las mujeres. Es extremadamente difícil, para los dos sexos, oponerse a esa situación. En la práctica el "male in the head", que es transindividual, existe en innumerables formas y contextos. En algunos casos las mujeres lo aceptan porque le dan prioridad a la relación con su pareja, porque no quieren herir a los hombres y sacrifican su placer sexual a eso. En otros casos es directamente una manera de evitar situaciones de violencia.

 

--Sin embargo a nivel educativo y laboral la brecha entre los dos sexos se está cerrando. ¿Por qué es tan difícil cambiar la situación en el terreno sexual?

--Puede que sea el último bastión. De todas maneras no creo que la situación sea tan brillante en otras esferas como se la pinta. Acá en Gran Bretaña se habla mucho de que las mujeres trabajan tanto como los hombres pero cuando se analiza más a fondo se ve que gran parte de los empleos que tienen son de medio tiempo y bajo salario. Igual es cierto que en esos dos terrenos ha habido avances más claros y definidos.

 

--¿Creen que este "male in the head" es un mecanismo universal?

--Hay estudios en otros países como Australia, Sudáfrica, etc., que dicen cosas muy similares e identifican el mismo modelo de conducta. Quizá no lo interpreten como el "male in the head": ésa es nuestra contribución al debate.



OPINION

Por Irene Meler*

La invocación al poder masculino

Conocer los resultados del estudio británico me produjo una paradojal satisfacción. Satisfacción, porque un estudio sistemático, que tanto cuesta implementar entre nosotros, ha venido a confirmar mis observaciones clínicas. Paradojal, por el hecho de que me he comprometido con el progreso de la condición social y subjetiva de las mujeres, y a través de estudios como éste se comprueba una vez más que es más fácil liberar a las mujeres en la educación, mejorar su inserción en el trabajo y promover la participación política femenina, que desalojar las improntas del pasado que aún se esconden entre las sábanas.

Freud consideraba que el Superyo contenía las huellas de las experiencias de generaciones anteriores y, por ese motivo, era algo así como un reloj atrasado, que marcaba en el nivel de las normas y los valores un tiempo ya superado. Un ejemplo de esta situación es la pervivencia del doble código de moral sexual, que ya fue discutido en un trabajo escrito en 1908, pero que aún sigue ocasionando problemas.

¿Cuál es la clave para comprender por qué un hombre público es un estadista y una mujer pública una prostituta? ¿Por qué el placer sexual eleva la estima varonil y todavía avergüenza a muchas mujeres? La respuesta no se encontrará si hacemos de la sexualidad nuestra única fuente de indagación. Es necesario tornar visible cómo se han impreso las huellas de las relaciones de poder sobre los cuerpos sensibles, estimulando en los varones dominantes un goce de órgano, muchas veces disociado del afecto interhumano, mientras que para las mujeres se ha propiciado el cultivo de una "espiritualidad" que no es otra cosa que sometimiento.

Si la relativa exclusión femenina del acceso al placer erótico no fuera considerada un mal suficiente por sí mismo, es conveniente recordar que las experiencias de satisfacción, permitidas a los más poderosos, reciclan el poder. Quien goza experimenta valor, éxito, exaltación del sí mismo. Las que con frecuencia se ofrendan como objeto para el placer del compañero van experimentando una progresiva disminución de su estima de sí mismas y de su sensación de poder, lo que, curiosamente, incrementa el sentimiento de culpa. De ese modo se recrea el círculo de la dominación.

Hace algunos años, la Sociedad Interamericana de Psicología premió un estudio de Martín Fishbein. El autor descubrió, indagando la correlación que existía entre la amplia información acerca del HIV/sida entre las estudiantes avanzadas de algunos colleges norteamericanos y su falta de demanda para el uso del condón, que las mujeres priorizan la armonía en la relación respecto de la defensa de su vida. Práctico, como buen americano, recomendó dirigir las campañas preventivas a los varones. ¡Para qué hablar con personas dispuestas a morir, ya no por amor, sino por lograr que otro pase un buen rato!

Sin embargo, la liberación no comienza por la sexualidad, sino que, según pienso, culmina a través de ella. Las mujeres están estudiando tanto o más que los varones. Un 40 por ciento de las que están en edad de trabajar lo hacen, aunque sus empleos sean precarios o de tiempo parcial. Tenemos más diputadas y senadoras. Esos son logros posibles de proponer como metas a superar. No es posible proclamar la libertad sexual como si se tratara del derecho de huelga. La capacidad de buscar el placer y solicitarlo sin temor ni vergüenza no se adquiere por decreto. Es más bien un subproducto del poder adquirido y asumido subjetivamente en otros ámbitos.

Cuando hacer el amor sea sólo eso, y no implique forzosamente un pasaporte a la respetabilidad conyugal, o una mejoría en la condición de clase, o la protección (ilusoria) contra el desamparo, más mujeres comenzarán a decir lo que durante tanto tiempo han callado.

Es fácil comprender el dominio masculino, pero más difícil resulta captar las razones por las cuales las mujeres lo sostienen. Una hipótesis posible es que la creencia en el poder de los hombres constituye para ambos, un reaseguro contra el desamparo. Criaturas vulnerables al fin, los dos celebran el culto del dios Falo, creyendo vanamente que vendrá a socorrerlos cuando lo reclamen.

* Coordinadora del Foro del Psicoanálisis y Género.

OPINION
Por Norberto Inda

La rutina y la democracia de la cama

Hablar de sexualidad es complicado, la polisemia que arrastra el término "sexo" nos puede ilusionar de que estamos hablando de lo mismo por el hecho de usar el mismo vocablo. Cuando se acota la cuestión y la propuesta es "sexualidad femenina" o "masculina", los equívocos no desaparecen. ¿Es acaso la sexualidad un exudado natural de un cuerpo y por lo tanto el varón tendrá sexualidad masculina? ¿Hay un sexo del que se desprende una condición genérica... sentirse hombre o mujer? ¿O es la construcción social de un género la que prescribe maneras sexuales diferentes?

El informe de las sociólogas inglesas apuntaría a transformar la última pregunta en una afirmación. Es decir que determinadas ideas instituidas (en este caso decimonónicas) sobre "qué es ser hombre o mujer" condicionan el ejercicio de la más absoluta intimidad. Y además, que la sexualidad, en los imaginarios de mujeres y varones, tendría un ideal masculino (o mejor, fálico) y una especie de moratoria hasta que avenga la tan mentada "sexualidad femenina" como una esencia aún no desplegada. En una palabra, el sexo es el territorio de los varones calenturientos y "el amor" el relato de las mujeres buenas. Nada más tradicional, por cierto. Nuestras prácticas serían más conservadoras que los valores libertarios que solemos discursear. Sin poder oponer en este caso una metodología estadística como la del informe, me parece que aquí, en el subdesarrollo, pasan también otras cosas: además de las inquietas damas que vociferan frente a los abultados slips masculinos en Golden, y los comentarios que se generalizan en relación a varones acosados por mujeres. Además de cierta legitimación de otras prácticas de goce dentro y fuera del formato heterosexual, la práctica psicoterapéutica abunda en narrativas de más variedad y complejidad.

A. Giddens propone la idea de la sexualidad plástica, como una forma de intercambio menos orientado por los prejuicios o las ubicaciones de género y más por la adecuación entre los amantes y la búsqueda de formas de placer que les sean propias o posibles. Importa más la satisfacción de la pulsión sexual que el sexo del partenaire y las formas instituidas de lograrla. Por cierto, toda generalización es abusiva y, seguramente, también entre nuestros adolescentes las respuestas pueden variar desde la más tradicionales formas de dicotomía de los géneros a aquellas que hagan del campo de la sexualidad una trayectoria creativa. La sexualidad que ejercemos en tanto humanos está atravesada por discursos, ideologías y representaciones que delinean el espectro de sus ejercicios. El más elemental manual de erótica suele recordarnos que las formas del placer desbordan la genitalidad prescripta. El formato masculino --o machista-- que confunde sexualidad con coito o penetración y la división entre mujeres buenas y excitantes no sólo cercenó el potencial erótico de las mujeres, sino también el de los varones, estimulados a la competencia que necesariamente vuelca al sexo del lado de la performance más que al del encuentro gozoso. No es que los varones sepan de sexo, sino que están obligados en la impostura de creerse que saben.

La supuesta experiencia sexual de los varones debe ser deconstruida en términos de la cantidad de mandatos e ideales que gobiernan el desempeño "exitoso" de una noche. O la cosecha de mujeres que amueblan una autoestima. Es un poco difícil creer que el avance en tantos campos logrado por las mujeres no haya hecho mella en los vínculos sexuales. Y que estos cambios no supongan la necesariedad de un replanteo de todo el sistema intersubjetivo. A la inversa, la transformación de la intimidad puede generar efectos en otras esferas. La "democracia de la cama" es también una condición para que el sexo que construyan mujeres y varones sea menos la monótona repetición de roles complementarios y se vuelva más el libre ejercicio de un vértigo.

* Psicoanalista. Especialista en cuestiones de género.

 


 

 

 

 

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