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Por Juan José Panno Los dos, se sabe, cargan con una cruz pesadísima. Uno no sale campeón desde hace 33 mil años; el otro, abrumado por un promedio espantoso, tiene pesadillas de sábado a la tarde. Uno, demasiado pendiente de Boca, mira hacia la punta de la tabla con recelo y envidia; el otro, espía lo que pasa con los otros cuadros amenazados y siente que su probable descenso es una idea de Carlos Avila, sultán del fútbol. Racing y Huracán cruzaron ayer sus penas y cada uno a su manera pretendieron olvidarlas con buen juego. Por la dignidad de los dos y por las buenas intenciones, salió un partido entretenido y caliente que les dejó como premio el merecido aplauso final de la gente. Obviamente, los más felices fueron los de Racing. El equipo ganó un partido chivo, sumó dos triunfos seguidos por primera vez en el campeonato y quedó segundo, a 6 puntos de Boca el empate o la derrota le hubieran dejado la sensación de despedida; la victoria permite alimentar esperanzas y especulaciones de todo tipo respecto de lo que se viene. A mitad de campeonato todavía no quedaron marginados y eso, para ellos es poco. Por eso, el grito sacado y los abrazos interminables en la mitad de la cancha al final de una historia que se dio vuelta en el segundo tiempo y que pudo haber sido muy distinta si Huracán no se hubiera quedado con 10 en el arranque del segundo tiempo. Una de las claves del encuentro fue, justamente, la expulsión de Bustos. A los 3 minutos de la etapa final. Tras un ataque de los locales, Ubeda y Bustos se manotearon el área, Bustos tiró un piñazo, Ubeda se tiró como si le hubiera pegado De la Hoya y Martín pescó el despelote de reojo: roja para el de Huracán, amarilla para el de Racing. Once contra diez, Racing encontró los resquicios que hasta ahí no habían logrado y en tres minutos (entre los 16 y los 19) perforó la red de Islas. Hasta la expulsión, Huracán había enredado los hilos del partido con un esquema conservador: Avalos, Bustos y Graña, formaban la línea de fondo original; Graieb, sobre la derecha, se metía atrás cuando Racing atacaba por el otro lado y lo mismo, pero al revés, Casas. Si el equipo de Cappa buscaba por la derecha, Casas salía a romper; si buscaba por la izquierda, salía Graieb; si atacaba por el medio después de cruzar la frontera de Orsi y Chacoma, rompían Avalos o Graña. Todo prolijito, bien estudiado, útil para cercar a Racing. El plan incluía unos boletos apostados a la genialidad de los pibes Peralta y Montenegro o a la soledad de Silvera que se las rebusca muy bien para defender la pelota y retenerla a la espera de compañía. A los 7m cuando el planteo de López y Cavallero ya estaba expuesto, bingo: Sixto Peralta se fue arriando rivales, la cruzó para Silvera, que se pasó de largo, apareció Montenegro, que metió el remate, Sessa dio un rebote y Peralta llegó para ponerla arriba. Todo lo que siguió desde ahí y hasta la expulsión de Bustos fue muy parecido: pelota, terreno y avance de Racing; defensa y contras aisladas de Huracán. Como Latorre clarificaba en el medio pero no pesaba arriba, como Delgado estaba perdido, como Zanetti trasladaba demasiado, como García no aparecía y sólo Matute insinuaba, a Racing le costaba producir jugadas de gol en relación con su dominio y la gente se empezaba a impacientar. Ese capítulo de la historia lo escribió Huracán cuyos hinchas cambiaron los gritos de apoyo a Castrilli y repudio a Avila de antes del comienzo por el grito de aliento a Islas y Montenegro y hasta se daban el lujo de gritar ole de vez en cuando. El otro capítulo, el que empezó con la expulsión de Bustos (se fue de la cancha indignado, queriendo pelearse con todo el mundo, sintiéndose víctima de una confabulación) se escribió con la entrada en escena de Quiroz, Latorre, Zanetti y Sessa. Huracán mantuvo el esquema original bajando a Orsi y Racing creció tocando. Latorre, Morales y Quiroz, Zanetti jugaron rápido y preciso a un toque, por la izquierda, Zanetti mandó el centro y Latorre, entrando por el medio, metió un cabezazo soberbio para clavar el empate. Tres minutos después, Latorre le devolvió la amabilidada Zanetti y lo dejó cara a cara con Islas que tapó, pero no pudo retener. Dos a uno. De lo demás, se encargó Sessa con un par de excelentes atajadas cuando Montenegro asumió la responsabilidad de buscar el milagro, en el juego que se había hecho de ida y vuelta. Con coraje y con gotitas del fútbol que siempre intenta, Racing se quedó con la victoria que no fue tan merecida como la esperanza que lo mantiene en carrera.
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