OPINION
Negocios de la política
Por Julio Nudler
Cuando el menemismo implantó la convertibilidad diplomática, que
antecedió a la monetaria como fórmula de sujeción absoluta de la política argentina a
la estadounidense (por algo Domingo Cavallo fue primero canciller y luego ministro de
Economía, y Guido Di Tella ocupó antes la embajada en Washington y después la cartera
de Relaciones Exteriores), sentó una estrategia internacional para el país y abrió, al
mismo tiempo, amplias oportunidades de negocio. El escándalo de la venta ilegal de armas
ha venido a revelar hasta qué punto las opciones estratégicas pueden ocultar objetivos
de enriquecimiento ilícito, y hasta dónde discutir esas decisiones en el elevado plano
de las ideas es una penosa ingenuidad.
Como aliada y fregatriz de Estados Unidos, a la Argentina le cupo el trabajo sucio de
exportar armas a Croacia, violando el embargo internacional. Pero si sólo hubiese hecho
eso, por grave que fuera, costaría entender por qué Buenos Aires se metió en un asunto
tan peligroso. Alguien podría argumentar que lo hizo para aumentar sus exportaciones con
alto valor agregado y apuntalar su industria bélica. Pero la verdadera razón estuvo en
el negocio privado y corrupto de quienes tenían el poder de decisión. La ganancia era
fabulosa, igual a la diferencia entre el precio normal de exportación del armamento y el
muy superior que debían pagar los croatas, bombardeados por los serbios y embargados. En
esa enorme brecha de precio estaba el negocio, y por eso la venta fue derivada a un
intermediario particular, captador del espurio beneficio.
A algunas privatizaciones les puede caber, en cierto grado, el mismo análisis por
izquierda. Discutirlas en función de paradigmas e ideologías será una inocencia si, en
realidad, fueron un medio para la corrupción. El pliego, el marco regulatorio, el
reglamento del usuario, la vista gorda del ente regulador, los sobreprecios anotados en el
plan de inversiones y la permanente renegociación a dedo de los términos contractuales
son cajas abiertas, que nunca dejan de tintinear. La vieja corrupción de las empresas del
Estado dejó paso a una nueva variante, obediente del Consenso de Washington pero también
rentable para las cúpulas.
Eso es lo bueno de cambiar cada tanto de política, porque abre nuevos filones. Sin esas
bocanadas de aire fresco, el arte de apropiarse sin riesgo de pedazos de riqueza social se
estancaría hasta la declinación. Pero innovaciones como la reforma previsional o el
peaje vial muestran la vitalidad del espíritu de empresa. |