DIALOGO CON ARMAND MATTELART SOBRE EL PAPEL DE
LOS INTELECTUALES |
Por Washington Uranga Habla apasionadamente, cada afirmación está apoyada por toda su expresión corporal. En campo de la investigación en comunicación y sus relaciones con la sociedad, Armand Mattelart no necesita presentaciones: es autor de muchos libros que son bibliografía obligada de numerosas cátedras universitarias pero, sobre todo, de debates políticos. Sin embargo, cuando ya traspasó la barrera de los sesenta (nació en Bélgica en 1936) este estudioso de los problemas de la sociedad contemporánea prefiere definirse como un intelectual crítico y productor de saber que necesita articularse con la sociedad civil organizada. A pesar de su nacionalidad y de que actualmente vive en París, donde enseña e investiga, Mattelart se siente también latinoamericano porque fue en Chile donde me construí políticamente. Vivió en Santiago once años (1962-1973) hasta que fue expulsado por la dictadura de Augusto Pinochet. Se refiere a Chile con mucho amor. Allí fue donde escribió junto con Ariel Dorfman su primer libro famoso: Para leer al Pato Donald. Pero sus años en Santiago son mucho más que cuestiones científicas y académicas. Para mí Chile es el momento en mi vida en el que yo pude ver que otro posible era posible y, en ese sentido, fue un momento fundamental. Ahora, cuando se encuentra con Página/12 en Córdoba, donde vino para dictar un curso organizado por la Maestría en Comunicación y Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba, asegura que yo no estaría hoy en Argentina enseñando si no hubiera pasado por allá. Veinticinco años después hace memoria del golpe militar. Debo decirte que el golpe fue evidentemente muy doloroso, porque de la noche a la mañana te encuentras fuera de un país que te ha adoptado y que tú adoptaste. Hasta que me permitieron volver y poner el pie en el aeropuerto de Pudahuel (Santiago de Chile) tuve pesadillas durante 18 años. Después las pesadillas desaparecieron, afirma mientras sus gestos subrayan la sensación de alivio. Quiere seguir hablando de lo vital que ha sido su paso por Chile. No solamente para mí, sino para mi pareja (Michèle) y para mis niños. Entonces tenía dos hijos que salieron arrancando conmigo. Uno tenía 8 años y el otro 6. Y debo decirte que ellos mismos están todavía traumatizados por este período. Sobre todo el segundo, que es artista, que es pintor. La experiencia humana de solidaridad que viví en Chile ha sido siempre para mí una fuente de coraje. ¿Qué fue lo que más te cautivó de tu experiencia en Chile? Lo que era formidable en Chile era la movilización popular, este deseo popular de cambiar las cosas. Uno veía emerger otros actores en una sociedad que en esa época todavía estaba muy marcada por estructuras feudales rurales. En segundo lugar Chile me permitió entender algo que la izquierda (te hablo de la izquierda mundial, no solamente latinoamericana) no entendía: la cultura de masas no es algo superpuesto, sino que forma parte de la cultura cotidiana. Cuando hicimos el estudio sobre el Pato Donald no fue para denunciar, sino para mostrar un tipo de cultura con el que no estábamos de acuerdo. Para mí todo el pensamiento comunicacional a partir del cual evoluciono arranca en esta experiencia: descubrir la debilidad del pensamiento de la izquierda, que es capaz de hablar únicamente en términos de agitación y propaganda sin dar cuenta justamente de lo que es fundamental, todo el problema de la cultura, de lo cultural. Todo lo que después, y en el mismo tiempo, rescata un historiador como Edward Thompson, vinculado a los estudios culturales cuando dice que la zona opaca de la izquierda es precisamente todo ese aspecto cultural, la pasión, la emoción. Cuando estaba en Chile esto para mí fue una intuición. No te voy a decir que fueron certezas. Son intuiciones, que yo llamaría magistrales, que después te van a seguir en la vida. Una tercera cosa quediría es que realmente fue en Chile donde yo me di cuenta de lo que es el proceso de internacionalización de la comunicación. Porque nosotros fuimos confrontados a un cerco ideológico. Y eso sin hablar de manipulación, aunque es evidente que hubo manipulación. Me di cuenta de la violencia del contexto internacional en contra de un pequeño país que elige una vía democrática al socialismo (el chileno fue lo que podríamos decir un socialismo humanista y plural que rompía con otras tradiciones). Y esto me sorprendió. Me di cuenta que quizás era la última tentativa de cambio, porque de ahí en adelante había que tener en cuenta algo que después se vería mucho más fuerte: el contexto internacional que impedía la originalidad de ciertas respuestas que se oponían al sistema mundial. El 68 y el 73 El nombre de Mattelart trascendió en el mundo de las ideas por su aporte a las investigaciones en comunicación. Sin embargo el tema no estaba para nada en el horizonte del joven belga que se graduó de doctor en leyes en la Universidad de Lovaina (Bélgica) y que poco tiempo después, en 1960, se fue a París a estudiar un posgrado en sociología de la población. A los 26 años partía rumbo a Chile después de haber descartado Río y Quito, de donde también había recibido ofrecimientos. Salí de Francia en agosto del 62 y llegué a Chile en setiembre del mismo año. Vine por barco en el último viaje del Queen of Sea (Reina del mar). ¿Por qué América latina? Yo creo que todo está vinculado con una idea de compromiso político que maduró con el tiempo. Yo tenía 25 o 26 años cuando llegué a América Latina. Venía de los sectores de la juventud católica, los sectores que en Europa protestaron contra toda la tradición colonial europea. Cuando llegué a América latina tenía una idea bien vaga del compromiso político. Progresivamente, a medida que me fui confrontado a realidades como la chilena, tuve tiempo para evolucionar. A Chile llegué bajo la presidencia (Jorge) Alessandri (conservador), conocí el régimen de (Eduardo) Frei (socialcristiano), tuve la experiencia de la Unidad Popular durante tres años... Y me expulsaron a fines de setiembre de 1973, después del golpe militar. ¿Viviste en Chile el Mayo del 68? Es muy interesante esa pregunta. Yo viví el 68 en Chile. Pero antes del 68, en Chile hubo un 67. Era la rebelión de los estudiantes de la Universidad Católica por entonces un feudo de la burguesía chilena que se levantaron pidiendo el cogobierno en 1967. Es muy importante este fenómeno. Es también muy interesante porque es la primera vez que el diario El Mercurio se lanza en contra del movimiento estudiantil de la Católica. A tal punto que los estudiantes pusieron una banderola sobre el edificio de la universidad que decía El Mercurio miente. Si te cuento esto no es solamente por una anécdota, sino porque el primer estudio que hicimos con propiedad, con definición de sociología de la comunicación de masas fue justamente a pedido del movimiento estudiantil que quería estudiar la estrategia de El Mercurio y del grupo El Mercurio, porque también había revistas jóvenes, revistas femeninas, frente a su movimiento. Entonces nuestro primer estudio, que fue publicado como Cuaderno de la realidad nacional, lo realizamos a pedido del movimiento estudiantil. Fue un trabajo del que participaron la argentina Mabel Piccini, sobre las revistas juveniles, Michèle Mattelart, sobre las fotonovelas, y yo sobre el mismo diario El Mercurio. En esa época la única metodología que había cuando uno quería salvarse del funcionalismo, del análisis de contenidos manifiestos, eran los elementos que daba el estructuralismo francés. A eso recurrimos aunque aclimatado a una realidad diferente. Fue un 68 anticipado... Sí, sí. Para nosotros fue realmente anticipado. Esa es la época en la que se habla de poder joven. Hay que decir que la evolución ideológica y política de uno se produce a partir de la confrontación con los acontecimientos. Primero la política de comunicación de los difusionistas, después el movimiento estudiantil y después, fundamentalmente, la llegada de (Salvador) Allende y la tentativa de construir otro tipo de sociedad. Pero no llegaste a América latina para trabajar en comunicación. Es muy divertido. Cuando llegué a América latina la comunicación era la menor de mis preocupaciones. Además, en ese tiempo, 1962, no existían escuelas de comunicación. Llegué como un demógrafo, especialista en sociología de la población, en políticas demográficas, etcétera. Mi toma de conciencia de la importancia de la comunicación llega al confrontarme con las políticas de planificación de la comunicación que, fundamentalmente la fundación Rockefeller y la fundación Ford, aplicaban para convencer las mujeres de las clases populares o a las campesinas de que debían aceptar la planificación familiar. Utilizaban modelos de marketing de productos. Al ver como actuaban yo traté de acercarme de otra manera a quienes llamaban ellos clientes. El primer estudio que hicimos Michèle (su esposa) y yo en Chile y que tiene algo que ver con la comunicación es un estudio de tipo etnológico sobre la condiciones de vida, la mentalidad, las diversas culturas que había entre las mujeres de diversas capas sociales. Es un libro que nadie conoce pero que en Chile tuvo mucha importancia en aquella época. Se llama La mujer chilena en la sociedad de cambio. Es allá donde estudiamos la exposición a los medios, pero también todas las motivaciones de por qué ellas tienen tanta familia. Hicimos un estudio que hoy podríamos decir es de etnología, de antropología. Un recorrido original para llegar a la comunicación... Sí. A través de la crítica a lo que veía en el terreno. ¿Cómo te pensabas entonces y ahora como intelectual? Yo creo que el problema fundamental del siglo XXI es la relación entre el intelectual como productor de saber y la sociedad civil organizada. Pienso que la relación ha cambiado por varios factores. Muchos aducen que hay un desencantamiento. Pero yo creo que hay un factor mucho más profundo. Cada vez más la sociedad de mercado, la democracia de mercado, exige otro tipo de intelectuales. Cada uno debe luchar dentro de su pequeño espacio universitario para tratar de reequilibrar las relaciones de fuerza con las lógicas manageriales o empresariales. Es una realidad de todos los días cuando uno es docente, en Francia y con mayor razón y fuerza en América Latina. Uno está permanentemente tentado de irse a una universidad privada y abandonar la pública. Yo creo que el sistema necesita otro tipo de intelectual, así, entre comillas. Ese es el problema clave de toda la teoría sobre el fin de la ideologías que recorre desde los años 50. Cuando se teje la tesis del fin de las ideologías está también subyacente la idea del fin de los intelectuales comprometidos y la llegada, el triunfo de los decision oriented (consultores de decisiones). Hay una lucha desde los años 50 sobre este problema. La Comisión Trilateral decía (en 1974, 75, al fin de la Guerra de Vietnam) que el capitalismo está realmente en crisis. En la Comisión Trilateral el problema fundamental es tratar de que los intelectuales no orientados hacia las decisiones no tomen preponderancia sobre los otros intelectuales volcados hacia la decisión. Era la gran preocupación. Para mostrarte un poco la trayectoria. Si lees hoy los textos de Peter Drucker sobre la sociedad post-capitalista, como él la llama, verás que dedica páginas a la necesidad de que haya una alianza, textual, entre los managers (gerentes) y los intelectuales para que se complementen. Lo que quiere decir es que tiene que haber una conversión del intelectual a ciertosobjetivos que no estaban en el proyecto de un intelectual crítico, como es la adhesión a las lógicas del mercado capitalista. Pero también es cierto que los intelectuales, y la universidad en general, rompieron con el sector productivo, por una parte, y con la vida cotidiana de la gente, por otro. Yo no estoy a favor de un intelectual encerrado en una torre de marfil. Para mí el problema fue siempre cómo establecer el nexo por lo menos con un cierto compromiso social, entre comillas, tanto a través de maneras de enseñar .-yo creo que es fundamental este aspecto como a través de relaciones con la sociedad civil organizada donde tu saber como intelectual puede servir para algo. Pienso que éste es el problema clave frente a este modelo que hoy piensa que la única manera de redefinir el intelectual es a través de la expertise (pericia) económica. Entre nosotros, concretamente, la comunicación empresarial, el management (la gerencia), etcétera. Pienso que el gran desafío de los intelectuales hoy es tratar de restablecer un nexo con la sociedad. Hablo incluso de la gente que trabaja en las empresas o en los sindicatos. Un nexo que permita que haya vasos comunicantes con tu saber. Hay que quebrar el aislamiento frente al mercado. Es un debate enorme que generalmente no se aborda porque se quiere ocultar que existe esta tentación gigantesca que es la adhesión implícita a las normas del mercado. Yo creo que la sociedad civil necesita esta vinculación entre el intelectual como productor de saber y la sociedad. No desde lo alto, sino como un ciudadano entre otros. Eso significa, entre otras cosas, reformar radicalmente la universidad actual... Exactamente. Y de eso somos todos responsables. El trabajo del intelectual que es universitario empieza allá. Pero en este caso la universidad se transforma en un espacio estratégico de la lucha. Porque también hay una política global respecto de la educación y de la universidad en particular. Exactamente. La universidad no debe seguir así si quiere evitar esta degeneración que es servir de intelectual orgánico a este sistema que no debe seguir así. Por el contrario creo que hay que recuperar a la universidad como un lugar crítico, como el lugar donde se puede realizar el trabajo de reflexividad sobre la sociedad. Pero hay un proceso de privatización también de la universidad... Especialmente en ciertos continentes como el latinoamericano. Es ahí donde hay que redefinir el concepto de servicio público. Yo todavía soy un docente de servicio público, reclamo este lugar y pido una redefinición de la universidad en función de ello.
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