UNA PLEGARIA CONTRA LA IMPUNIDAD
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Por Cristian Alarcón Fue una larga peregrinación la de las más de doscientas personas que llegaron hasta el sur mendocino. A media mañana comenzaron a cruzarse los abrazos en un hostal campestre de San Rafael, para salir en caravana hacia el paraje, setenta kilómetros hacia el oeste. "En todas partes ocultaron pruebas, borraron huellas, con cada uno que hablamos es igual", le decía la mamá de Paula y Micaela González, dos de las chicas asesinadas hace once meses en Cipolletti, a una mujer santiagueña, integrante de lo que han llamado Madres del Dolor. Rosa Shonfeld, la mamá de Miguel Bru, abrazaba a Ada Morales, Ada saludaba a los padres de Cristian Quiroz, el chico que murió con los pulmones llenos de barro en un pozo de San Nicolás, en Buenos Aires. Más allá, Carolina Ramírez, una chica de 18 años acompañada por su novio de 19, le contaba a una adolescente de Moreno, vecina de Sebastián, el caso de su hermano. Fernando Ramírez tenía 14 cuando desapareció sin dejar una sola huella en noviembre de 1996. "La causa sigue como fuga de hogar, la Justicia no existe", decía la chica repartiendo carteles con la foto de su hermano. Como si se tratase de una procesión por un pueblo fantasma, desde el camino de tierra que pasa a trescientos metros del barranco donde sería el responso, la gente fue sorteando las curvas que hace el sendero cuando se adentra hacia el cañón, esa especie de profundo tajo en tierra donde fue abandonado el cuerpo de Sebastián. Esperaban, al costado de una cruz negra de metal que fue colocada hace seis meses, los familiares que habían llegado desde Mendoza y la adhesión de la mamá de Cristian Guardatti, el chico desaparecido en 1994 por el que la Comisión Intermericana de Derechos Humanos condenó al estado provincial que no logró encerrar a ninguno de los policías culpables. Casi todos llevaban esos carteles hechos a mano, con el pulso de las amas de casa pobres que aprendieron a escribir en letras altas la denuncia ante la urgencia que les impuso la crueldad. Luis Farinello abrió el responso. "Dios no nos quiere sumisos ni esclavos", dijo el sacerdote justo antes de que se escuchara el murmullo del padrenuestro retumbando en el vacío del paisaje. A un costado, los doscientos metros de precipicio y el horizonte; del otro, la piedra elevándose; y en distintas partes, trepados, muchos de los más jóvenes que montaron telas, frases, nombres y fotos en la montaña, la única decoración de la ceremonia. Habló Miriam, una mujer que va tan abatida por el cansancio de días como encendida por la bronca. "Quiero condenados a los responsables políticos del crimen de mi hijo", gritó. La familia Bordón está empecinada en lograr que la Justicia avance hasta las máximas cúpulas de la policía y del gobierno provincial, que por acción directa u omisión tuvieron participación en el asesinato. "Van a caer, Sebastián, te juro que van a caer, hijito", le dijo al viento. Habló Ada Morales. Había escuchado con esa paciencia infinita de madre de Catamarca la forma en que la policía sanrafaelina trató de ensuciar a la víctima vinculándolo al consumo de droga. "Les quiero pedir a esos que nos ven por tele que nunca digan como hicieron con la Sole 'eso le pasó por loca'." Un chico mira al horizonte y tira una piedra al fondo del barranco. Se oye el golpe seco en el fin del cañón. El pibe tiene 18 años, se llama Pablo Ulayar. Las palabras se oyen quejumbrosas por unos altoparlantes antiguos. El habla de "lo feo de que algo tan horrible haya ocurrido en un lugar tan hermoso", hecho un niño que se abraza las rodillas. Miriam Bordón le habla a su hijo. "La única bandera que me mueve es la de la lucha contra la impunidad. Estamos luchando cada día por vos, hijito. Te amo Sebastián", dice. Y cuenta que extraña sus chistes, las caricias y "los papeles de caramelos debajo de la cama".
FAMILIARES DE OTRAS VICTIMAS RECLAMAN JUSTICIA LOS QUE NO BAJAN LOS BRAZOS
Por C. A. Muchos de los que ayer acompañaron a los Bordón en el aniversario de la muerte de Sebastián se habían resignado en algún momento. Pero ya están de vuelta en la pelea. A Mirta, el juez Daniel Moreno le pidió que no atienda a los medios, que no agite las aguas. En el caso de su hijo estarían complicados altos oficiales de la policía riojana. "La complicidad de los altos mandos es igual en todas las provincias", describe la mujer. En La Rioja hay casos que estremecen. En mayo, el mes en que mataron a Hugo, también fue asesinado el fotógrafo Marcelo Suárez, de 26 años. Después de la golpiza que recibió lo tiraron moribundo en un hospital público, donde los cuidados no fueron suficientes. Murió cuando intentaban reanimarlo en Córdoba, horas después de una tomografía computada donde aparecen en manchas rojas los golpes internos de las botas. María del Carmen Solís, de Berazategui, es la mamá de Leticia Bellstedt, una pintora asesinada a quemarropa cuando intentó defender a un vecino al que un matón le estaba pegando, el 8 de setiembre de 1996. El matón estaría relacionado con la bonaerense y el vecino al que quiso defender sería el propietario de un restaurante donde eran habitués los jefes policiales conocidos como "los 33 Orientales", que tanto dolor de cabeza le han producido al gobernador Eduardo Duhalde. María cuenta sobre el encubrimiento. "El entonces comisario de la 9ª de Quilmes, Oscar Viglianco, hizo todo por no investigar. Llegó a perder la ropa de mi hija y la bala de una 9 milímetros que la mató", denuncia. Viglianco es el mismo policía que secuestró la polémica pistola del pepito Martínez Maidana, con la que según los investigadores del crimen de José Luis Cabezas fue asesinado el fotógrafo. María del Carmen ya hizo un escrache frente a la Departamental Río de la Plata Sur, donde Viglianco fue nombrado jefe de tres distritos vitales en el esquema policial: Quilmes, Berazategui y Florencio Varela. A su lado una mujer chaqueña comienza con la madeja del crimen de su hija de 16 años asesinada en un motel por un instructor de karate de la policía de esa provincia. Ella y todos los testigos de la causa que lleva dos años han sido amenazados de muerte y han recibido agresiones. "Admiro a la gente de mi pueblo, Sáenz Peña, que a pesar de todo habló, pero necesitamos más porque la impunidad tiene mil brazos", dice.
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