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La OTAN quiere la paz y prepara la guerra aérea contra Serbia

Aunque el presidente Slobodan Milosevic llegó ayer a un acuerdo provisorio con el negociador Richard Holbrooke, la Alianza  Atlántica tiene orden de bombardear en caso de incumplimiento.

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Los kosovares refugiados y desplazados son cientos de miles.
Kosovo rechaza la tregua de Holbrooke: quiere la independencia.

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El ataque aéreo está listo en los portaaviones norteamericanos.
Sólo esperan a que el presidente yugoslavo viole los acuerdos.

Por Martin Walker  desde Bruselas

t.gif (67 bytes) Los bombardeos aéreos han sido tradicionalmente el instrumento más brutal de la historia militar. Y pueden ser horrorosamente efectivos. Basta con pensar en la bomba atómica en Hiroshima, y también en la destrucción que sufrió Tokio cuando sufrió bombardeos convencionales en la primavera de 1945. Esto no es lo que la OTAN espera lograr con su flota de ya más de 530 aviones de ataque y con sus misiles crucero. La OTAN planea usar no un tosco garrote sino un instrumento de precisión, con el objetivo de afinar la campaña diplomática para subyugar a su voluntad al presidente yugoslavo Slobodan Milosevic y obligarlo a llegar a una solución con los albaneses étnicos, que son el 90 por ciento de la población en provincia de Kosovo.
El objetivo aéreo de la OTAN no son los hogares ni las fábricas de la población serbia. Ni siquiera las centrales eléctricas y los sistemas de telecomunicación. Y aunque las 180 bases de misiles antiaéreos que rodean Belgrado y las principales aeropuertos militares serbios serán los primeros en sentir el poderío aéreo de la OTAN, su destrucción no constituye la misión central. El verdadero objetivo no es otro que Milosevic y su entorno. Una vez que el gobierno federal yugoslavo vea desmantelado su sistema antiaéreo, y comprenda que la furia de la OTAN puede aplicarse sin pausa y sin límite, claudicará. Al menos, esto cree la OTAN.
La nueva teoría del bombardeo es que el poder aéreo puede infligir daños quirúrgicos con un mínimo de “daño colateral”, es decir, víctimas civiles o propias. Esta es la razón por la cual la fuerza aérea se convirtió en el arma preferida para el presidente Bill Clinton, quien aprendió en Somalía el costo político de perder en un día a 20 soldados estadounidenses. Los misiles de crucero, que usó contra Irak, Afganistán, y lo que pudo o no haber sido una fábrica de armas químicas en Sudán, son la cura para el “síndrome de Vietnam” de los Estados Unidos.
Sin embargo, las teorías modernas del uso del poder aéreo se apoyan sobre la premisa de que el adversario es un ser racional. Pero si el presidente Milosevic fuera enteramente racional no sería presidente de Serbia, al mismo tiempo que se niega intransigentemente a negociar un acuerdo. Un líder irracional puede presenciar la eliminación de su sistema de defensa aérea y la destrucción de sus telecomunicaciones, puentes e infraestructura eléctrica, y sin embargo aferrarse al poder. Puede ocultar sus tanques y su artillería, y sus policías pueden continuar operando en las cámaras de tortura subterráneas, tal como Saddam Hussein ha sobrevivido en Irak siete años después de que fuera demostrado el impresionante poder de las armas “inteligentes”.
El daño infligido desde arriba depende en última instancia de la voluntad política que existe abajo. Vietnam continuó luchando, y al final ganó, a pesar de que la fuerza aérea estadounidense usó contra ellos más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial, porque poseía la voluntad política de superar al enemigo en una guerra de desgaste.
Cuando el poder aéreo no está apoyado por una fuerza terrestre, los resultados son dudosos. Al presidente Ronald Reagan le gustaba afirmar que su bombardeo a la mansión del presidente libio Muamar Kadafi en 1985 previno ulteriores ataques terroristas libios. Los defensores de Reagan aún hoy sostienen esto, a pesar del atentado del jet jumbo Pan Am 103, atribuido a dos oficiales libios.
Los proponentes del poder aéreo siempre han prometido más de lo que pudieron entregar. Es posible que hoy lo estén haciendo de nuevo en Yugoslavia. Y si el quirúrgico escalpelo del bombardeo de precisión no logra desestabilizar a Milosevic, la OTAN se enfrentará a un disyuntiva. O bien puede escalar la intensidad de los ataques aéreos hasta reducir a Serbia a un nivel pretecnológico. O bien puede correr el enorme riesgopolítico y militar de enviar tropas de tierra al conflicto. En Bruselas ya están pensando.

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