KRAFTWERK |
Músicos: Ralf
Hutter, Florian Schneider, Karl Bartos, Fritz Hijbert (computadoras, instrumentos de
diseño propio).
Duración: 120 minutos.
Público: 3200 personas.
Estadio Obras Sanitarias, lunes 12. |
Por Eduardo Fabregat
Los antecedentes, el tipo
de apuesta artística, permitían predecir que, dentro del panorama inmediato de
visitantes veteranos, Kraftwerk era la propuesta que contaba con el mejor pronóstico.
Desde 1970, el cuarteto alemán le rinde culto a una personalísima manera de generar
arte, en la que las máquinas juegan el papel principal. Eso, sin embargo, no significa un
producto minimalista, carente de sentido y melodía: a pesar de la obvia impresión de
frialdad que sugiere un arte basado en la tecnología, nadie podría acusar a los alemanes
de ser poco músicos. Como bien lo entendió la infinidad de artistas que vio
en ellos una inspiración, las canciones de Kraftwerk son potencia tecno, pero también
sutileza melódica. Con ese background, en un ostracismo discográfico que lleva doce
años su último disco original, Electric Cafe es de 1986 pero con un estado
de constante actividad creativa y de investigación tecnológica, el cuarteto llegó al
lugar menos pensado: Obras Sanitarias.
Y entonces, mientras Creedence provoca cierta euforia en su triste papel de fonola humana,
mientras los Bee Gees se aprestan a enarbolar sus falsetes, Pete Best bebe de la fuente
Beatle, The Cramps hace uso de la bizarría de su mera persistencia y Jeff Beck propone el
rescate de la vieja figura del guitar hero, Kraftwerk llegó a Argentina para mostrar nada
menos que... el futuro. La definición más común que se ha hecho del cuarteto germano es
que siempre estuvieron un paso adelante de su época. Hoy que la música electrónica es
de consumo más o menos masivo, las obras del grupo pionero suenan más contemporáneas,
pero hay algo en ellos que les permite seguir siendo inalcanzables, y que es el concepto.
El Kling Klang Studio que trajo el grupo es una usina de experimentación con la que
manipulan el sonido a voluntad: el más experimentado gurú electrónico de los 90,
situado frente a uno de los aparatos ideados, diseñados y construidos por Kraftwerk,
pediría auxilio para encontrar la tecla de encendido.
En ese concepto está la clave: Hutter, Schneider los históricos y compañía
no se plantean qué hacer con los sonidos que están dando vueltas, sino que recorren el
camino inverso y cometen la osadía de crearlos. Por eso apenas experimentaron con el
sampling en Electric...: para ellos, un sampler no pasa de ser un juguete algo tosco.
Sobre el escenario de Obras, Kraftwerk ubicó de modo simétrico su parafernalia. Y si la
imagen de cuatro caballeros cincuentones, estáticos detrás de sus correspondientes
consolas y rodeados por un bunker informático, podía parecer poco atractiva, lo que
sonó y lo que se disparó en las cuatro pantallas que coronaban la escena fue suficiente:
Kraftwerk bien puede ser ubicado en la hipotética lista de los veinte mejores shows que
se hayan visto en esta ciudad en toda su historia.
Demostrando que hace casi treinta años que son modernos, los alemanes hicieron sonar sus
hits con una parafernalia de imágenes que les agregó otro golpe demoledor.
Así sonaron los mecanizados beats de Computerworld, las inocentes melodías
de Tour de France, la ominosidad de Man-machine y el aire
ochentoso de The Model, una demostración de hasta qué punto Depeche Mode le
debe gratitud al cuarteto. Y cuando ya había suficiente para darse por satisfecho, la
andanada final dejó al público todo el alternativismo porteño, ravers y varios
veteranos extasiados directamente sin aliento. Radio aktivitat fue
preludiado por un manifiesto contra la central nuclear Sellafield 2, y
Trans-EuropeExpress combinó la potencia sonora con alucinadas imágenes de
trenes; Pocket calculator propició el único momento en que el cuarteto
abandonó sus puestos para disparar todo desde sus calculadoras de bolsillo al
borde del escenario. Con el clásico de clásicos We are the robots y
sus correspondientes robots en escena y Boing boom tschak, Kraftwerk se
despidió tal como llegó, sin pronunciar palabra. Y dejando a la gente con la curiosa
sensación de haber visto algo que aún no sucedió.
|