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UN CONCIERTO MEMORABLE DE KRAFTWERK
El futuro pasó por Argentina

El cuarteto alemán que en los ‘70 hizo de la innovación un culto y de las máquinas una herramienta impactó con un show que dejó claro que aún está en la vanguardia de la experimentación sonora.

Los cuatro cerebros del grupo no se mueven de sus lugares, pero la música hace todo el trabajo.
Las cuatro pantallas dispararon imágenes alucinadas que completaron un efecto inquietante.

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KRAFTWERK

Músicos: Ralf Hutter, Florian Schneider, Karl Bartos, Fritz Hijbert (computadoras, instrumentos de diseño propio).
Duración: 120 minutos.
Público: 3200 personas.
Estadio Obras Sanitarias, lunes 12.

Por Eduardo Fabregat

t.gif (862 bytes) Los antecedentes, el tipo de apuesta artística, permitían predecir que, dentro del panorama inmediato de visitantes veteranos, Kraftwerk era la propuesta que contaba con el mejor pronóstico. Desde 1970, el cuarteto alemán le rinde culto a una personalísima manera de generar arte, en la que las máquinas juegan el papel principal. Eso, sin embargo, no significa un producto minimalista, carente de sentido y melodía: a pesar de la obvia impresión de frialdad que sugiere un arte basado en la tecnología, nadie podría acusar a los alemanes de ser “poco músicos”. Como bien lo entendió la infinidad de artistas que vio en ellos una inspiración, las canciones de Kraftwerk son potencia tecno, pero también sutileza melódica. Con ese background, en un ostracismo discográfico que lleva doce años –su último disco original, Electric Cafe es de 1986– pero con un estado de constante actividad creativa y de investigación tecnológica, el cuarteto llegó al lugar menos pensado: Obras Sanitarias.
Y entonces, mientras Creedence provoca cierta euforia en su triste papel de fonola humana, mientras los Bee Gees se aprestan a enarbolar sus falsetes, Pete Best bebe de la fuente Beatle, The Cramps hace uso de la bizarría de su mera persistencia y Jeff Beck propone el rescate de la vieja figura del guitar hero, Kraftwerk llegó a Argentina para mostrar nada menos que... el futuro. La definición más común que se ha hecho del cuarteto germano es que siempre estuvieron un paso adelante de su época. Hoy que la música electrónica es de consumo más o menos masivo, las obras del grupo pionero suenan más contemporáneas, pero hay algo en ellos que les permite seguir siendo inalcanzables, y que es el concepto. El Kling Klang Studio que trajo el grupo es una usina de experimentación con la que manipulan el sonido a voluntad: el más experimentado gurú electrónico de los ‘90, situado frente a uno de los aparatos ideados, diseñados y construidos por Kraftwerk, pediría auxilio para encontrar la tecla de encendido.
En ese concepto está la clave: Hutter, Schneider –los históricos– y compañía no se plantean qué hacer con los sonidos que están dando vueltas, sino que recorren el camino inverso y cometen la osadía de crearlos. Por eso apenas experimentaron con el sampling en Electric...: para ellos, un sampler no pasa de ser un juguete algo tosco. Sobre el escenario de Obras, Kraftwerk ubicó de modo simétrico su parafernalia. Y si la imagen de cuatro caballeros cincuentones, estáticos detrás de sus correspondientes consolas y rodeados por un bunker informático, podía parecer poco atractiva, lo que sonó y lo que se disparó en las cuatro pantallas que coronaban la escena fue suficiente: Kraftwerk bien puede ser ubicado en la hipotética lista de los veinte mejores shows que se hayan visto en esta ciudad en toda su historia.
Demostrando que hace casi treinta años que son modernos, los alemanes hicieron sonar sus “hits” con una parafernalia de imágenes que les agregó otro golpe demoledor. Así sonaron los mecanizados beats de “Computerworld”, las inocentes melodías de “Tour de France”, la ominosidad de “Man-machine” y el aire ochentoso de “The Model”, una demostración de hasta qué punto Depeche Mode le debe gratitud al cuarteto. Y cuando ya había suficiente para darse por satisfecho, la andanada final dejó al público –todo el alternativismo porteño, ravers y varios veteranos extasiados– directamente sin aliento. “Radio aktivitat” fue preludiado por un manifiesto contra la central nuclear Sellafield 2, y “Trans-EuropeExpress” combinó la potencia sonora con alucinadas imágenes de trenes; “Pocket calculator” propició el único momento en que el cuarteto abandonó sus puestos para disparar todo desde sus “calculadoras” de bolsillo al borde del escenario. Con el clásico de clásicos “We are the robots” –y sus correspondientes robots en escena– y “Boing boom tschak”, Kraftwerk se despidió tal como llegó, sin pronunciar palabra. Y dejando a la gente con la curiosa sensación de haber visto algo que aún no sucedió.

 

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