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Por Horacio Cecchi No se puede creer, confesó el padre Isidro Garate, de 76 años, párroco de la iglesia Nuestra Señora de Luján de los Patriotas, de Mataderos. No se refería, claro, a su fe religiosa, sino a los cuatro chicos de entre 12 y 16 años que, armados con pistolas y una escopeta de caño recortado, tomaron por asalto la parroquia, golpearon a un grupo de feligreses y se llevaron relojes, cadenitas, anillos, y 3 mil pesos de la cooperadora del instituto de enseñanza de la iglesia. La iglesia donde cumple sus funciones el padre Garate está ubicada en la avenida Emilio Castro y Carhué, justo sobre el límite entre Mataderos y Liniers. El solar ocupa buena parte de la manzana, contando el instituto parroquial primario y secundario para peritos mercantiles, y el campo deportivo ubicado detrás del edificio. Habitualmente, en el lugar hay mucho movimiento. Si no son las misas o las reuniones de acción social, son los campeonatos de fútbol de infantiles o las clases de patín. ¿Señor, que busca? preguntó un hombre uniformado de gris, y con un distintivo sobre su hombro derecho con la leyenda Seguridad. La cámara del fotógrafo de Página/12 evidenciaba las intenciones. Queremos hablar con el padre Garate. Un momento por favor, ya los va a atender respondió el hombre, para después, con un gesto de su cabeza, indicar hacia un estrecho pasillo donde se apretujaba un grupo de periodistas. Yo justo ayer no estaba, que si no... murmuró amable el vigilador, que no portaba otra cosa que parsimonia y años, más cerca de los 70 que de los 60. El martes, a las 19.30, alrededor de veinte padres hacían de tribuna en la clase de patín. El padre Garate conversaba con un matrimonio y sus dos hijos, en la puerta de la secretaría de la parroquia, a pocos metros de la calle. A esa hora entraron tres hombres que no conocía, recordó el cura, mientras señalaba el pasillo. Vamos a buscar una nena, me dijo uno. Atrás estaban dando las clases de patín. Me llamó la atención que a los dos minutos salieran sin ninguna nena. Que Dios lo bendiga, me dijo otro cuando se iban. Se ve que entraron para ver la situación. Enseguida entró en escena la banda de los chicos agnósticos. Eran cuatro, estaban armados y tenían 12 años, salvo el más grande, que parecía de 16 y que venía con una escopeta de caño recortado. Y lo bien que la manejaba, aclara, con voz pausada Garate, abriendo bien sus ojos. Entraron a los gritos. No puedo creer lo agresivos que eran, estaban completamente drogados, y mire que yo estoy acostumbrado a tratar con chicos que se drogan porque tenemos un grupo de ayuda. Pero éstos no, estaban locos. Primero creí que era una broma, pero después hice un gesto, algo, como diciendo cuidado, qué van a hacer, y el de 16 me encañonó con la escopeta. El señor que estaba conmigo también intentó disuadirlos y uno de los de 12 le pegó en la cabeza con el arma y lo tiró al piso. ¿Lo mato?, le preguntó al que parecía el jefe. Uno de los hijos se puso a llorar. No mates a mi papá, le pedía y yo intentaba calmarlo. Quedate tranquilo que no va a pasar nada, le dije. Inmediatamente empezaron a recolectar anillos, relojes, a la mujer le arrancaron la cadenita. Un muchacho que pasaba por la calle vio la escena y corrió a pedir ayuda al grupo de padres que estaba en la clase de patín. Alertados, los padres empezaron a correr hacia el pasillo. Eran como 20, pero venían en grupos, y así como venían los golpeaban y robaban. A una señora de la cooperadora, que prefirió traer 3 mil pesos en un sobre antes que andar por la calle con la plata, se la robaron. ¿Sabe por qué se escaparon? Porque se amontonaron tantos padres que ya tuvieron miedo de no poder manejar la situación. Salieron corriendo. El más grande me gritó, ¡Ojo, que no salga nadie porque lo mato! y, según me dijeron después, corrieron hasta la esquina y se subieron a un auto que los esperaba. Debía ser de esos tres que habían entrado al principio. Nunca me enfrenté a una situación semejante, aseguró el padre Garate, que se encarga de la iglesia desde 1956, aunque recuerda que por esa época tenía un ovejero alemán, adiestrado se llamaba Rayo y que una vez un hombre intentó asaltarlo pero intervino el perro. Se sentó y nos miraba a los dos. Yo le recomendé al señor que guardara el arma y se fuera. El tipo me hizo caso. En otra ocasión mantuvo contra la pared a dos hombres que estaban robando madera, hasta que los detuvieron. En el barrio dicen que la esquina de Carhué y Emilio Castro es tranquila. A mí me asaltaron diez veces confió un vecino del otro lado de la avenida, pero ya hace cuatro meses que no pasa nada, agregó como para disipar las sombras. Rayo murió hace años lo mató de un disparo un policía. Ahora el padre Garate y su iglesia están a la buena de Dios.
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