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LOS ESTRENOS DE LA SEMANA

“OJOS DE SERPIENTE”, EL RETORNO DE BRIAN DE PALMA A SU MEJOR NIVEL
Cuando el cine se reinventa a sí mismo

El director de “Vestida para matar” vuelve a su mejor forma, con una película que parece buscar nuevos caminos para Hollywood. Decepciona en cambio la futurista “Ciudad en tinieblas”, de Alex Proyas, otra de las cuatro novedades de la semana.

Nicholas Cage y Gary Sinise en una escena de “Ojos de serpiente”, del virtuoso De Palma.
El plano-secuencia inicial es un “tour de force” de 20 minutos a partir del cual se arma todo el film.

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Por Luciano Monteagudo

t.gif (67 bytes) Lo primero que transmite Ojos de serpiente es el puro placer del cine, el goce con que Brian De Palma –en su carácter de productor, director y coguionista– concibió esta película que lleva su sello indeleble, la marca de un director obsesionado con examinar las infinitas posibilidades que le ofrece su medio de expresión, ese juguete de lujo como lo definió Orson Welles cuando se encontró de pronto en el set de El ciudadano con todo a su disposición para materializar de la nada un mundo nuevo. En la actitud de De Palma también hay algo de demiurgo, una voluntad de crear con los elementos que le proporciona el cine un universo autónomo, del cual él se consagra amo y señor. Y allí está para probarlo el comienzo mismo de la película, casi veinte minutos de una toma continua, sin un solo corte, que en su recorrido vertiginoso y laberíntico va dando cuerpo a todos aquellos elementos –personajes, espacio, tiempo– que constituirán el orbe del film.
Contra lo que podría pensarse, esa toma impresionante no es un mero exhibicionismo técnico –como lo era, en parte, el celebrado planosecuencia de Bonfire of Vanities, donde De Palma pareció inmolarse en su propia hoguera de vanidades– sino en todo caso el núcleo duro de Ojos de serpiente, el eje a partir del cual va a girar luego toda la película, que vuelve obsesivamente, una y otra vez, sobre esa suerte de toma-madre. Para describir qué se ve en esa toma habría que traicionar el espíritu del film o simplemente transcribir una por una las treinta primeras páginas del guión de De Palma y su amigo David Koepp (con quien ya trabajó en Carlito’s Way y Misión imposible), pero quizás baste con consignar que allí aparece en el centro de la escena Rick Santoro (Nicholas Cage), un policía corrupto en una ciudad corrupta, Atlantic City, cuya única industria, como en Las Vegas, son los hoteles-casino. En uno de ellos, se está por llevar a cabo la pelea por el campeonato del mundial de box de los pesos pesado y Santoro, como en su casa, va recogiendo apuestas y sobornos a lo largo de interminables salones y pasillos hasta llegar al ring side de un estadio repleto, que parece a punto de estallar. Mientras habla casi simultáneamente con su esposa y con su amante por el celular, Santoro se encuentra con un viejo amigo, Kevin Dunne (Gary Sinise), un comandante de marina a cargo de la seguridad del ministro de Defensa de los Estados Unidos, que se llegó hasta el estadio a presenciar el match y cerrar un contrato millonario por la compra de misiles. Allí están Santoro y Dunne recordando otros tiempos y evaluando sus respectivos futuros, cuando de pronto el militar deja su puesto para interrogar a una mujer maravillosa y se desata instantes después un feroz tiroteo, en el que resulta baleado el ministro.
La virtuosa coreografía de estos primeros veinte minutos ya de por sí sería suficiente para acercarse con devoción a Ojos de serpiente, pero De Palma no se conforma con una apertura que parece digna de un campeón de ajedrez. A partir de ese momento, elabora un puzzle fascinante, todo a puertas cerradas, con miles de espectadores recluidos por la policía dentro del estadio, entre los cuales Santoro se propone no solamente encontrar a los responsables del tiroteo sino también a una rubia sinuosa que no es tal, un poco a la manera de Vestida para matar. Como vienediciendo desde Hermanas diabólicas y Blow Out, De Palma insiste con su tema de siempre: las apariencias engañan. Rick Santoro deberá volver una y otra vez a la escena primaria –a través de relatos de otros personajes, de la grabación en video de ese momento, o forzando detalles olvidados de su propia memoria– para encontrar allí algo que nunca debió ni quiso saber. Al fin y al cabo, él mismo reconoce que “la lealtad es mi único vicio”.
La multiplicidad de los puntos de vista que pone en juego De Palma hacen de Ojos de serpiente una magnífica reflexión sobre los alcances del cine y un buen campo de estudio para semiólogos y estructuralistas, que no dejarán de advertir el constante “fuera de campo” con que el director narra en la primera secuencia el match de box, aprovechando las posibilidades dramáticas del sonido. Pero sucede que, como en Carlito’s Way, a De Palma también le interesan los conflictos morales de su protagonista, un hombre que, enfrentado a circunstancias muy superiores a sus propias fuerzas, debe decidir cuáles son sus límites, hasta dónde es capaz de vender su alma. “Nunca maté a nadie”, se da cuenta Rick Santoro cuando tiene la posibilidad de elegir entre un rutinario fajo de cinco mil dólares o una cuenta numerada con un millón.
Como es habitual en De Palma, en Ojos de serpiente hay mucho del espíritu de Hitchcock, un director al que ya no necesita vampirizar, como en Magnífica obsesión, sino del que sigue su ejemplo como nadie, buscando constantemente nuevas formas de pensar el cine, en el marco del mainstream de Hollywood. En este sentido y no en el del supuesto “homenaje”, Ojos de serpiente es una película hitchcockiana y lo es también en su humor, un humor cáustico y hecho de sobreentendidos, no exento de cierta misoginia. Si en Frenesí Hitch descubría que su querido Támesis estaba contaminado con algo más que pescados podridos, el epílogo de Ojos de serpiente (atención: permanecer en la butaca hasta el último cuadro) parece decir que los cimientos sobre los que está construida una ciudad de una vulgaridad rampante como Atlantic City –y por extensión todo Estados Unidos– es literalmente una pila de cadáveres.

 


 

“CIUDAD EN TINIEBLAS”, DE ALEX PROYAS
Como un videoclip sin argumento

ciudad en tinieblas

(Dark City), Estados Unidos/Australia, 1997.
Dirección: Alex Proyas.
Guión: A. Proyas, Lem Dobbs y
David Goyer.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Música: Trevor Jones.
Intérpretes: Rufus Sewell,
William Hurt, Kiefer Sutherland,
Jenniffer Connelly, Richard
O’Brien, Ian Richardson y
Colin Friels.
Estreno de hoy en los cines
Cinemark Puerto Madero, Ocean, Patio Bullrich, Solar de la Abadía, General Paz y otros.

Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) En un lugar y un tiempo sin nombre ni fecha, la raza de los Extraños ha emigrado de su planeta de origen, para tomar posesión de la Tierra. Los Extraños pueden controlar las cosas y la gente por su mera voluntad, un don al que llaman “sintonizar”. Pero han entrado en extinción, por razones no explicadas del todo (como tampoco se explican, a lo largo del metraje de Ciudad en tinieblas, una buena cantidad de otros presupuestos argumentales). Para impedir la extinción, los Extraños necesitan –la relación entre una cosa y otra es igualmente vaga– de la memoria de los humanos, proveyéndose de ella mediante sencillas maniobras de extirpación. Para poder consumar sus propósitos quirúrgicos sin que nadie se entere, los Extraños detienen el tiempo todos los días a las 0, lo cual explica el título del film.
Pero algo se interpondrá a los Extraños. Por alguna otra razón caprichosa, el héroe del film, un tipo común y melancólico llamado John Murdoch (el actor británico Rufus Sewell, visto antes en Carrington y en el Hamlet de Kenneth Brannagh) también goza, como ellos, del don de la “sintonía”. Eso le permite resistir el habitual tratamiento de adormecimiento, extracción de memoria e implante, para –en un finale a toda orquesta– presentar batalla, a puro poder mental, frente al líder Extraño. El hecho de que Murdoch sea el principal sospechoso de una serie de crímenes de prostitutas da pie al australiano Alex Proyas (el mismo de El cuervo, ese largo videoclip con mucha lluvia que algunos desaforados elevan a la categoría de clásico de los 90) para el cruce de géneros a la Blade Runner, entre la anticipación y el film noir. Hay un cansado y escéptico émulo de Philip Marlowe (William Hurt, en papel atípico) que lo sigue de aquí para allá, y hay también mugrosas habitaciones de hotel, sombreros y autos modelo 40/50, muchos abrigos largos y una cantante de night club a lo Jessica Rabbitt (la increíble morocha Jennifer Connelly, algo regordeta aquí). Que podría ser o no la esposa de Murdoch, algo que él no termina de recordar del todo por aquello del borrado de memoria (¿pero no era que eso no afectaba al dotado Murdoch?).
Para completar los préstamos de Blade Runner, Ciudad... apela también a una atmósfera dark y a cierta pretensión metafísica pret-àporter, vinculada con el tema de la memoria. Esa metafísica epidérmica se resuelve apelando a aquel viejo clisé platónico de la ciencia ficción de los 50: aunque los Extraños sean más poderosos, los humanos podemos vencerlos, porque tenemos alma, corazón e individualidad. “Ustedes se equivocaron cuando creyeron que nuestro secreto estaba acá”, le dice Murdoch a uno de los Extraños, señalándose la cabeza y sugiriendo –como en una de Corín Tellado– que el secreto está en el corazón. Que a este amasijo negro y rosa a la vez se le dé un tratamiento visual propio del clip y la publicidad –con muchas maquetas, incesante música machacona al fondo y un cambalache de efectos especiales al final– no tiene nada de raro. Es en esos campos subalternos de la imagen donde el cine de Proyas encuentra su fuente, su inspiración, y, obviamente, su límite.


 

Marpla se hará con una pequeña ayuda de los amigos de Mahárbiz

El director del Instituto de Cine confirmó ayer la realización del
Festival 1998 y presentó la programación, pero no mostró avances en las negociaciones para destrabar el conflicto que paraliza su área.

Julio Mahárbiz anunció ayer la programación del Festival, con Alejandro Agresti como alter ego.
“No apoyar el Festival es una medida de fuerza ridícula”, expresó agresivamente el cineasta.

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Por L.M.

t.gif (862 bytes) En una conferencia de prensa, con ribetes de asamblea, en la cual el anuncio de la programación de la nueva edición del Festival Internacional de Mar del Plata quedó relegada a un segundo plano a raíz de la profunda crisis que atraviesa el cine nacional, el director del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, Julio Mahárbiz, dijo ayer que está “trabajando diariamente” para solucionar los problemas de su área, aunque no pudo exhibir avances concretos en la resolución del conflicto que tiene prácticamente paralizado al sector. Según Mahárbiz, “el Presidente me pidió que me reuniera con las autoridades del Ministerio de Economía”, pero entre los funcionarios que citó como sus interlocutores de los últimos días no estaba Roque Fernández, el único –junto con Carlos Menem– capaz de tomar la decisión política de recuperar los fondos legítimos previstos por la Ley de Cine para fomentar la producción local y que fueron utilizados por el Tesoro nacional con otros fines.
Un dato llamativo de la información que el Instituto distribuyó ayer al mediodía en la reunión con la prensa fue la ausencia de películas argentinas en la sección competitiva del Festival, teniendo en cuenta que en las últimas semanas los hacedores del cine argentino plantearon la posibilidad de retirar su apoyo a la muestra, en el convencimiento de que “es incoherente que el Instituto gaste su dinero en la realización del Festival cuando el cine argentino se está muriendo”. Página/12 quiso saber si esa ausencia respondía al estado deliberativo de los cineastas, a lo que Mahárbiz respondió que “ya vamos a informar la nómina de las películas argentinas que se sumarán a la competencia”. El tono sobrio de Mahárbiz dio paso sin embargo a una encendida defensa del funcionario a cargo de Alejandro Agresti, recién llegado del Festival de San Sebastián, donde obtuvo la Concha de Oro con su película El viento se llevó lo que, a exhibirse en la función de apertura de la muestra marplatense, que se realizará del 12 al 22 de noviembre, a un costo de dos millones y medio de dólares.
Sentado junto a Mahárbiz, Agresti reconoció que “cuando el Instituto me invitó a inaugurar el Festival dije inmediatamente que sí. No apoyar al Festival es una medida de fuerza ridícula, que no conviene a nadie”. En evidente alusión a sus colegas que habían planteado esa tesitura en una nota publicada en Página/12 el martes pasado dijo que “hay gente que quiere hacer leña del árbol caído”, que esa era “una actitud ruin” y que no cree justo personalizar el conflicto en Mahárbiz. “Si hay una crisis en la financiación del cine hay que preguntarle a la gente de Economía y no al Instituto. Yo a Mahárbiz lo defiendo tanto como lo puede defender Mercedes Sosa. En este país parece que todo se divide entre fachos y zurdos. Dicen que Mahárbiz es facho, pero en 1986 yo me tuve que ir del país porque el director del Instituto de entonces me dijo que nunca me iba a dar plata para hacer una película”, afirmó, refiriéndose a la gestión de Manuel Antín .
Allí tomó la posta Nicolás Sarquís, integrante de la comisión organizadora de la muestra marplatense, que adhirió a la postura de Agresti y afirmó que “sabotear el Festival es una barbarie, un acto inmoral, una traición ética”, todo a voz en cuello, porque los micrófonos no funcionaban, quizás en armonía con el espíritu caótico de los dos festivales anteriores.

Kiarostami de jurado

La presencia del realizador iraní Abbas Kiarostami como presidente del jurado oficial del Festival de Mar del Plata fue una de las novedades más importantes que aportó ayer Julio Mahárbiz. El talentoso director de El sabor de la cereza, un comentado éxito de público en la cartelera de Buenos Aires, compartirá sus funciones con el escritor santafesino Juan José Saer y los directores locales Eliseo Subiela y Oscar Barney Finn, entre otros. En la programación de la competencia, que luce nombres mucho más prestigiosos que en años anteriores, habrá films de Manoel de Oliveira (Inquietude), Arturo Ripstein (El evangenlio de las maravillas), Todd Solondz (Happiness), Very Chytilová (Trampas) y los hermanos Paolo y Vittori Taviani (Tu ridi).

 

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