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El pocillito
Por Enrique Medina


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t.gif (862 bytes) Porque vive mal, o porque ha llegado a la conclusión de que el esfuerzo hecho durante años no da frutos, o porque entró en el oscuro embudo de la trampa (más bien de la autotrampa, hay que reconocer culpas, no todas son de la vida), o porque las desilusiones abruman de golpe, o porque ha tomado conciencia de que ya le es imposible progresar un milímetro, o porque el camino se ha acortado más de lo imaginado, o porque cada vez se siente más solo, en un país de solos, o porque se agobia con fanatismo al palpar garrafales errores en su vida, o porque se reconoce un fracasado al mango al no encontrarle la vuelta al infierno que sin piedad le aprieta el cuello, o porque su equipo de fútbol lo ha abandonado y ya no le da esas paupérrimas alegrías que lo engañaban a sabiendas (pero igual la mentira servía, ayudaba a que en el ordinario desayuno se creyera con fuerzas y saliera a la calle a luchar, hasta que reconoció que ese afán fue una débil ilusión cuando confrontó verdades en su derredor y en la crónica de su existencia), o porque simplemente el espléndido sol en esta espléndida esquina con esta espléndida mesa libre en la vereda, se le presentan justamente en este espléndido segundo de egoísmo, no se le ocurre idea mejor que tomarse un cortadito.
Se sienta. Y con felicidad. Porque se le adelantó a una parejita que maquinaba la misma idea, pero ya no hay más mesas. Por lo tanto siente que algo ha ganado. Sentado entre plantas alegres y gente optimista la autoestima de este hombre se ensancha y cuando el mozo le pregunta qué va a tomar, se piensa poco menos que un potentado al responder con una displicencia que ni él mismo puede creer:
–...Un cafecito...
Y nota que la voz le sale espléndida, arrastra la palabra, le da un tonito altanero pero no tanto, deja que “cafecito” se sostenga vibrando en el aire, que levite como el Cristo de Dalí para que el mozo crea que detrás del miserable cafecito el tipo avanzará algo más, una miserable medialuna al menos, un tostadito. Y el tipo se ve acorralado y debe redondear y antes que el Cristo de Dalí se le desplome, se arriesga:
–No, mejor un cortado.
Sin puntos suspensivos, punto y aparte rotundo. El mozo se va y el tipo levanta el rostro para que el sol lo acaricie ya que su mujer hace mucho que no lo hace. El también tiene falta en la negligencia pero no viene a cuento, porque el sol acaricia fuerte y le da en los ojos y lo encandila y él dobla la cabeza esperando que la visión se le normalice. Cierra los ojos y oye al mozo depositándole el pocillo en la mesa.
El calorcito del sol le captura el cuerpo. Hizo bien en tomarse este recreo, lo precisaba. El encandilamiento se diluye y se abocetan muy débiles, en grises y blancos, los balcones del edificio de enfrente. Lindo edificio. El tipo cuenta los balcones de abajo arriba porque el cortadito puede esperar. En el anteúltimo balcón algo se mueve. Aprieta los ojos para abrirlos con el diafragma correcto pero el llamativo movimiento aún no se define. ¿Una escoba, escobillón? ¿Lanudo perro? No. ¿Una mujer peinándose?... ¿eso es, o acaso la carencia lo agobia y él busca consuelo? Seguramente las dos cosas. Así es. La mujer tiene la cintura apoyada en la baranda del balcón y deja que su cabeza cuelgue como un asteroide multillameante. Se está peinando, cepillando en realidad.
Agudiza la vista el hombre y ahora hasta puede percibir los movimientos muy suaves, breves y rebotados que el cepillo produce bajo el dominio de la mano desnuda. Desde la nuca, el cepillo hace su obra, fortalece y conmueve a la mujer de cabellos muy largos que tiene un cielo muy azul de fondo y el brillo del sol, sol que el hombre comparte y ayuda a integrarlo a la mujer, que le da un descanso al cepillo, se endereza y deja que el pelo se deslice a los lados descubriendo su cuerpo. Desnudo. El tipo no lopuede creer. El pelo termina de acomodarse, la mujer se despeja el rostro (alguna hebra perdida), y también el cabello, hacia atrás. Los pechos están libres, expuestos al sol y al tipo, único ser viviente de esta ciudad que repara en este hecho deslumbrante. Deja de mirarla para observar disimuladamente si alguien más ha detectado el suceso. Nadie. Es un privilegiado. Dios infinito y bondadoso se ha apiadado de él.
Ella acomete la última cepillada. El hombre se da cuenta de que es la última porque el movimiento del brazo es salvaje, resuelto, final y agradecido. Ella se yergue ante el sol, se despeja el rostro y se eclipsa. El debería aplaudir, mostrar su gratitud. Sólo aspira muy profundamente. El pocillito lleno ve que el hombre deja el dinero, ve que en el rostro refleja su alborozo, y lo ve irse, con el cuerpo estimulado, alegre.

 

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