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Lo darán en un año en televisión cortado y aburrido, a todo color

Pese a sus antecedentes, el actor/director Forrest Whitaker decepciona con "Vientos de esperanza", un flojo film para Sandra Bullock.

Sandra Bullock ya comienza a agotar el personaje de chica común.
Para colmo, el guión jamás abandona los caminos más predecibles.

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VIENTOS DE ESPERANZA 4 PUNTOS

(Hope Floats) Estados Unidos, 1998.
Dirección: Forrest Whitaker.
Guión: Steve Rogers.
Fotografía: Caleb Deschanel.
Música: Dave Grusin.
Intérpretes: Sandra Bullock, Gena Rowlands, Harry Connick Jr., Mae Whitman, Michael Paré, Rosanna Arquette.
Estreno de ayer en los cines Monumental, Santa Fe, Patio Bullrich, Paseo Alcorta, Alto Palermo.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Para definir Vientos de esperanza habría que inaugurar un nuevo género, a horcajadas entre la novela rosa de bolsillo y la comedia de costumbres texana, si es que algo así existe. En todo caso, se podría hablar de una "película-shopping", un producto para ser consumido sin sobresaltos por señoras aburridas en algún paseo de compras o que darán dentro de un año en televisión, como auguraba hace veinte Charly García: cortado y aburrido, a todo color. El imán de la película es la modosa Sandra Bullock, una chica muy shopping, que ha construido palmo a palmo, trabajosamente, esa imagen de mujer común y silvestre, buena, sensible, no demasiado inteligente, o al menos no tanto como para inquietar a los varones. Nada de femme fatale ni comehombres: la nueva estrella de Hollywood se empeña en demostrar que no hay que atravesar un mundo para llegar hasta ella. Bullock bien puede ser la vecina de al lado, la misma con que se tropieza a la salida del cine en el patio del comidas de Alto Palermo.

Pero sucede que Vientos de esperanza transcurre en Smithville, un pueblo perdido de Texas, que ni siquiera figura en los mapas. Allí regresa con pena y sin gloria Birdee (Bullock), que en sus teens supo ser la Reina del Maíz, la más linda del baile. Ahora acaba de sufrir la humillación pública de descubrir en uno de esos reality shows que su marido la engañaba con su mejor amiga. Y no tuvo otra cosa que hacer que meter a su pequeña hija en el auto, armar un bolso a las apuradas y volver muy deprimida a la casa de su madre (Gena Rowlands), una señora muy vital pero un poco excéntrica para las monótonas costumbres del pueblo.

Esa misma monotonía es la que caracteriza al guión de la película, incapaz de desarrollar alguna situación mínimamente interesante entre madre-hija-nieta, que no parece que tuvieran nada que decirse entre ellas, ni mucho menos algo que decirle al espectador. Cuando aparece ahí nomás, muy a mano, un galán de pueblo (Harry Connick Jr.), disfrazado a la manera del aviso de Marlboro, uno implora que no sea todo tan elemental, que aparezca algún conflicto, que ese hombre depare alguna sorpresa, algún vicio... pero no. Se tomará su tiempo, es verdad, a la manera en que se hacen las cosas tierra adentro, pero terminará sacándole un beso a la buena de Sandra y quizás, por qué no, la posibilidad de una vida feliz en común.

Lo único extraño, anómalo en Vientos... es el nombre del director, Forrest Whitaker. El magnífico protagonista de Bird, el rehén condenado de El juego de las lágrimas, el taimado capaz de ganarle una partida de billar a Paul Newman en El color del dinero ha demostrado en esos y en otros papeles que es un actor brillante. Como director supo ganarse el premio de la crítica en el Festival de Toronto con Strapped, un drama racial que no llegó a estrenarse en Argentina. Y ahora vuelve a ponerse detrás de las cámaras para hacer esta anodina propaganda de las virtudes familiares del sur profundo de los Estados Unidos, allí donde hasta hace poco todavía colgaban a quienes tenían su mismo color de piel.

 

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