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“LA CENA”, DEL DRAMATURGO ROBERTO PERINELLI
Una comedia de tono kafkiano

La puesta de Roberto Villanueva, que se basa en las actuaciones, intenta demostrar que la normalidad de la vida familiar puede dar pavor.

En “La cena”, un pretendiente es acosado por los padres de la novia.
Entre grandes actuaciones, se destaca especialmente Claudia Lapacó.

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LA CENA

De Roberto Perinelli
Intérpretes: Claudia Lapacó, Roberto Martínez, Facundo Ramírez e Iris Pedrazzoli
Iluminación: Jorge Pastorino
Ambientación y vestuario: Stella Rocha
Concepción visual, diseño de sonido y dirección general de Roberto Villanueva
Lugar: Teatro del Pueblo, Diagonal Norte 943, viernes y sábado a las 21 y domingo a las 20

Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) Que la Madre surja de foro y recite ante el público una definición académica de la cucaracha es un dato imposible de obviar a lo largo de toda la obra. Es que la apertura es insólita, por su mezcla de formalidad y disparate. Tras un brevísimo apagón, que hace de cortina al prólogo, será el Padre quien con mayor énfasis describa vida y milagros de este insecto, que –según él– acecha, opina y debe ser aplastado. La pieza se presenta como una comedia familiar en la que una pareja ya madura recibe al novio de la hija, Margarita, a quien los espectadores verán recién al final de la obra. De la obsesión del padre por las cucarachas se infiere que la casa ha sido invadida por este insecto, “que tolera las radiaciones nucleares y es capaz de eludir un pisotón en 44 milésimas de segundo”. El hombre exige incluso al candidato –que extrañamente adopta posturas semejantes a las del insecto– que pisotee a ésa que invariablemente se les acerca y rápidamente escapa. En la reiteración del pedido, el que parece atrapado es el novio, por la aparente docilidad con que se apresta a cumplir el mandato. Esta obediencia sin embargo no lo hace más simpático a los ojos de los padres. Estos no lo quieren para novio. Un aire de locura recorre la escena y es posible intuir que Jeremías no ha sido el único humillado, que tal vez haya habido otros novios acorralados en otras tantas invitaciones.
La normalidad cotidiana puede producir pavor. ¿Se trata aquí de un conflicto generacional? ¿De una apropiación de por vida de la hija? La puesta de Roberto Villanueva –un director de admirable sentido plástico, minucioso en la marcación de actores– no apunta a una exposición analítica de esos temas ni de la condición de los personajes, aun cuando el texto de Roberto Perinelli tire líneas. Por ejemplo, al mostrar a la madre envidiosa de la lozanía de la joven, y a Jeremías narrando el argumento de una película de acción que habla de una muchacha secuestrada en una cabaña. Para entonces, Margarita se encuentra entre bambalinas, cocinando un pato para la cena. Esta opción no implica desatender el texto sino liberarse. En este caso, profundizando en los elementos más teatrales de la escritura: Villanueva subraya el juego entre apariencia y ficción, sin adicionar comentario alguno, manteniendo en cambio el suspenso y el sarcástico humor del original.
Los padres “condenan” de antemano al muchacho. Este es en principio la víctima de la cena. Sin embargo, a ellos también alguien los condena. Unos contundentes golpes dados a la puerta los desesperan. Antes, Jeremías había consultado el horóscopo, y saben que éste no los favorece. Pero ésa es una preocupación última, posterior a la teatralización del desprecio que sienten por el candidato. Así, mientras nada sucede “realmente” se les oye decir: “Usted me arranca a mi hija de mi lado y yo muero de tristeza. ¡Ah! Me parece tener un Vesubio en el pecho”. También: “Nadie aspira a comprender el abismo. Se lo ve y se tiembla, como yo estoy temblando”. Este es el leitmotiv de la madre, que cumple además los roles de enfermera, hija y mucama, inventando situaciones insensatas, exasperando, al igual que su cónyuge, la representación. Imagen dislocada de la realidad (acaso una forma de la supervivencia), esta parodia describe lecciones de escarnio y retrata personajes convertidos en objetos. La anécdota guarda una duplicidad irónica de enorme dureza y apunta –sin didactismo– a la desmitificación de la “normalidad” cotidiana. La teatralización, potenciada por Villanueva, permite al espectador fantasear con que la cena se está creando bajo su mirada. Percibe en todo momento la ficción, es consciente de que los personajes construyen “un mundo falto de mentiras y verdades”, y que los actores (espléndidos todos, especialmente la singular Claudia Lapacó) se admiten como tales en un juego escénico que conduce al absurdo y a la disolución de los personajes.

Coppola deberá gastar menos

t.gif (862 bytes) La Justicia californiana restó 60 millones de dólares a una sentencia por la cual el estudio Warner Bros. debía resarcir con 80 millones al director Francis Coppola, por una demanda vinculada con la película Pinocho. La jueza del Tribunal Superior del condado de Los Angeles, Madeleine Flier, ratificó ayer que los estudios deberán abonar a Coppola sólo 20 millones de dólares. Según Coppola, Warner no poseía los derechos de autor del guión de Pinocho, en el que estuvo trabajando en 1991, cuando parecía que la compañía iba a financiarla. Pero luego la empresa se negó a financiar el proyecto y más tarde dijo que tenía sus derechos exclusivos, cuando el director se la había propuesto a Columbia. Para la magistrada, los abogados de Coppola no probaron que Warner estuviese involucrada en una “conducta abusiva, premeditada o fraudulenta” en su manejo con Coppola, por lo que en lugar de los 80 millones de dólares iniciales, ordenó pagarle 20.


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