LA CENA |
De Roberto Perinelli
Intérpretes: Claudia Lapacó, Roberto Martínez, Facundo Ramírez e Iris Pedrazzoli
Iluminación: Jorge Pastorino
Ambientación y vestuario: Stella Rocha
Concepción visual, diseño de sonido y dirección general de Roberto Villanueva
Lugar: Teatro del Pueblo, Diagonal Norte 943, viernes y sábado a las 21 y domingo a las
20 |
Por Hilda Cabrera
Que la Madre surja de
foro y recite ante el público una definición académica de la cucaracha es un dato
imposible de obviar a lo largo de toda la obra. Es que la apertura es insólita, por su
mezcla de formalidad y disparate. Tras un brevísimo apagón, que hace de cortina al
prólogo, será el Padre quien con mayor énfasis describa vida y milagros de este
insecto, que según él acecha, opina y debe ser aplastado. La pieza se
presenta como una comedia familiar en la que una pareja ya madura recibe al novio de la
hija, Margarita, a quien los espectadores verán recién al final de la obra. De la
obsesión del padre por las cucarachas se infiere que la casa ha sido invadida por este
insecto, que tolera las radiaciones nucleares y es capaz de eludir un pisotón en 44
milésimas de segundo. El hombre exige incluso al candidato que extrañamente
adopta posturas semejantes a las del insecto que pisotee a ésa que invariablemente
se les acerca y rápidamente escapa. En la reiteración del pedido, el que parece atrapado
es el novio, por la aparente docilidad con que se apresta a cumplir el mandato. Esta
obediencia sin embargo no lo hace más simpático a los ojos de los padres. Estos no lo
quieren para novio. Un aire de locura recorre la escena y es posible intuir que Jeremías
no ha sido el único humillado, que tal vez haya habido otros novios acorralados en otras
tantas invitaciones.
La normalidad cotidiana puede producir pavor. ¿Se trata aquí de un conflicto
generacional? ¿De una apropiación de por vida de la hija? La puesta de Roberto
Villanueva un director de admirable sentido plástico, minucioso en la marcación de
actores no apunta a una exposición analítica de esos temas ni de la condición de
los personajes, aun cuando el texto de Roberto Perinelli tire líneas. Por ejemplo, al
mostrar a la madre envidiosa de la lozanía de la joven, y a Jeremías narrando el
argumento de una película de acción que habla de una muchacha secuestrada en una
cabaña. Para entonces, Margarita se encuentra entre bambalinas, cocinando un pato para la
cena. Esta opción no implica desatender el texto sino liberarse. En este caso,
profundizando en los elementos más teatrales de la escritura: Villanueva subraya el juego
entre apariencia y ficción, sin adicionar comentario alguno, manteniendo en cambio el
suspenso y el sarcástico humor del original.
Los padres condenan de antemano al muchacho. Este es en principio la víctima
de la cena. Sin embargo, a ellos también alguien los condena. Unos contundentes golpes
dados a la puerta los desesperan. Antes, Jeremías había consultado el horóscopo, y
saben que éste no los favorece. Pero ésa es una preocupación última, posterior a la
teatralización del desprecio que sienten por el candidato. Así, mientras nada sucede
realmente se les oye decir: Usted me arranca a mi hija de mi lado y yo
muero de tristeza. ¡Ah! Me parece tener un Vesubio en el pecho. También:
Nadie aspira a comprender el abismo. Se lo ve y se tiembla, como yo estoy
temblando. Este es el leitmotiv de la madre, que cumple además los roles de
enfermera, hija y mucama, inventando situaciones insensatas, exasperando, al igual que su
cónyuge, la representación. Imagen dislocada de la realidad (acaso una forma de la
supervivencia), esta parodia describe lecciones de escarnio y retrata personajes
convertidos en objetos. La anécdota guarda una duplicidad irónica de enorme dureza y
apunta sin didactismo a la desmitificación de la normalidad
cotidiana. La teatralización, potenciada por Villanueva, permite al espectador fantasear
con que la cena se está creando bajo su mirada. Percibe en todo momento la ficción, es
consciente de que los personajes construyen un mundo falto de mentiras y
verdades, y que los actores (espléndidos todos, especialmente la singular Claudia
Lapacó) se admiten como tales en un juego escénico que conduce al absurdo y a la
disolución de los personajes.
Coppola deberá gastar menos
La Justicia californiana
restó 60 millones de dólares a una sentencia por la cual el estudio Warner Bros. debía
resarcir con 80 millones al director Francis Coppola, por una demanda vinculada con la
película Pinocho. La jueza del Tribunal Superior del condado de Los Angeles, Madeleine
Flier, ratificó ayer que los estudios deberán abonar a Coppola sólo 20 millones de
dólares. Según Coppola, Warner no poseía los derechos de autor del guión de Pinocho,
en el que estuvo trabajando en 1991, cuando parecía que la compañía iba a financiarla.
Pero luego la empresa se negó a financiar el proyecto y más tarde dijo que tenía sus
derechos exclusivos, cuando el director se la había propuesto a Columbia. Para la
magistrada, los abogados de Coppola no probaron que Warner estuviese involucrada en una
conducta abusiva, premeditada o fraudulenta en su manejo con Coppola, por lo
que en lugar de los 80 millones de dólares iniciales, ordenó pagarle 20. |
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