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“CULEBRON TIMBAL”, UNA ATIPICA MEZCLA DE COMIC CON ROCK
La cruza de Gabo y Tarantino

El director de la agrupación, Eduardo Balán, cuenta el sentido del trabajo que presenta hoy, intentando retratar como un mundo mítico, entre literario y cinematográfico, el violento conurbano bonaerense.

Eduardo Balán se crió en San Martín y trabaja en asentamientos populares del conurbano.
“En el Gran Buenos Aires hay experiencias solidarias muy novedosas y muy poco convencionales.”

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Por Fernando D’Addario

t.gif (67 bytes) Un delincuente hiperviolento pero querible, una curandera, un mozo de bar, un mutante indescifrable, son algunos de los personajes que encienden el universo mágico de Culebrón Timbal, un grupo que utiliza la estética del comic y la ética perdida del rocanrol para pintar su aldea: el Gran Buenos Aires. Cada vez que el Culebrón sube al escenario, resulta complicado definir los límites entre realidad y ficción. Será porque le esquivan al circuito tradicional del rock y tocan –por ejemplo– en Fuerte Apache. O será, quizás, porque sus shows capturan desde lo sobrenatural la vida cotidiana de un territorio aparentemente inexpugnable para los espíritus convencionales. La cuestión es que con esta banda nunca se sabe. En medio de un concierto aparece por ahí un púlpito de madera, y un puñado de “celebrantes” que integran una secta misteriosa reparte estampitas con oraciones a San Tortita Negra (el delincuente hiperviolento pero querible), y se suceden sorteos y milagros, atravesados por una música que deambula entre el blues duro, el funky y un aire de murga. La realidad, en cambio, nunca necesita presentación. Hay quienes recuerdan que poco después de que los fans de la banda descubrieran al mítico Tortita Negra del comic, los diarios dieron cuenta de la muerte (muy verdadera) de Sopapita, aquel personaje del barrio Carlos Gardel que pasaba por la puerta de la comisaría de Caseros a tiro limpio.
El Culebrón editó, por separado, un CD y un comic (que presentarán hoy en Duro Pavimento, Chacabuco al 500), pero es imposible desprender una historia de la otra. Eduardo Balán, 33 años, maestro de escuela criado en el partido de San Martín, explica en la entrevista con Página/12 que los personajes que escribió intentan retratar “todo lo que el conurbano tiene de indescifrable, de imprevisible, de jodido en algunos casos y también de inquietante. Pero además de ese componente pesado, en el Gran Buenos Aires hay muchísimas experiencias organizativas solidarias, muy novedosas y muy poco convencionales, que sólo se entienden desde adentro”. Es por eso que las letras del Culebrón son alucinadas crónicas suburbanas que jamás caen en el panfleto contestatario. “No queremos ser la banda que baja línea”, subraya Balán, quien emplea parte de su tiempo en una organización que trabaja en asentamientos populares. “Preferimos plantarnos en el terreno del misterio, y que nuestra propuesta global no pierda consistencia.” Y si no que le pregunten a los miembros de la secta, la enigmática Hermandad del culebrón infinito: aseguran que cambiarán la historia de la humanidad, así que conviene prestarles atención.
–¿Por qué eligió retratar experiencias suburbanas desde lo mítico y no desde lo real?
–Porque ése es el lenguaje más fiel para explicar lo que es el conurbano. A la salida de la iglesia de San Cayetano están las santerías donde se venden estampitas de San Cayetano, pero también símbolos de la macumba y del umbanda. Y más allá están los saunas, las bailantas. Y Gilda, la heroína que se convirtió en santa. Todo eso mezclado. Eso genera una cosa que no sale de la sociología ni de la política convencional. No sé, es una mezcla de García Márquez y Tarantino.
–Hay quienes comparan la mística de Culebrón Timbal con la que se generaba en los primeros tiempos de los Redondos de Ricota.
–Quizás tenga que ver con esa cosa de ritual que se establece, y con cierta simbología propia, que hace que los encuentros con la banda sean siempre una especie de fiesta circular. Pero hasta ahí llegaron las coincidencias.
–En los últimos años se habla mucho de alternatividad. ¿Cuál es su idea al respecto?
–El público del rock alternativo banca posiciones ideológicas concretas. Hablan del Che y de la revolución. Y es una “traición” que las bandas de rock les respondamos sólo con acciones políticamente correctas dentro de las reglas del mercado, es decir letras contestatarias, festivales a beneficio, solidaridad declarativa o donaciones artísticas.Tenemos que construir, abajo del escenario, un circuito de producción y distribución territorial de bienes culturales alternativos que no esté regido por el fin de lucro, sino por la relación con los conflictos sociales y las organizaciones de la gente.

 

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