Por Miguel Bonasso
Eduardo Duhalde
tuvo el 17 soñado: logró superar los nubarrones que le envió por la mañana el chamán
personal de Carlos Menem desde ultramar y conquistó el imprescindible lugar común del
glorioso día peronista; recuperó el mítico Día de la Lealtad y una Plaza
histórica que el oficialismo justicialista había cedido a Bernardo Neustadt y los
neoliberales del sí, convocando una audiencia que la Federal de Carlos Corach
estimó en 60 mil personas y los organizadores expandieron con similar rigor
científico a más de 100 mil entusiastas; dio un paso decisivo para sepultar a
Palito Ortega y ganarle la conducción del PJ al ausente de la Rosada, sin que se oyera
otra detonación que los festivos cohetes de la muchachada presente. Por segunda vez,
igual que ocurrió cuando lanzó el desafío del plebiscito provincial y desmontó el
proyecto reeleccionista de Menem, apostó fuerte y venció. Y sin embargo no convenció.
Ni a los observadores más agudos ni a una multitud apática, que prefiere la síncopa de
los bombos a la síntesis de las consignas. Acaso porque en el calor de la improvisación
se le escapó (o quiso que se le escapara) una frase reveladora que destacó en un
despacho la agencia oficial Télam: Estoy orgulloso de haber acompañado a Menem
para salvar la economía argentina. Ahora vamos a salvar al hombre argentino, a la familia
argentina. Una admisión acaso inevitable de la continuidad de dos liderazgos, que
es su mayor handicap. Y que puede sepultar su ilusión de regresar el próximo 17 de
octubre a la plaza mayor, como presidente electo de los argentinos.
Más allá de las descalificaciones simplistas y de las locas hipérboles de quienes lo
compararon con otras plazas peronistas, el acto del duhaldismo tiene una
indudable trascendencia en la actual coyuntura política. Aunque más no sea para decirle
al menemismo ausente, desde un palco ubicado a espaldas de la sede del poder, que aún es
posible convocar en nombre del peronismo histórico. Y a pesar de que esa
movida deba apoyarse en las muletas del aparato bonaerense. Tal vez porque
ésa sigue siendo, por inercia, por nostalgia o por falta de una alternativa que articule
la lucha social con la política, la identidad de los sumergidos de siempre más los
nuevos pobres que vomitó el modelo.
Es comprensible, entonces, que Eduardo Duhalde estuviera lleno de temores en los días que
precedieron al acto y que aún en el mismo podio, levantado como una onda marina con los
colores argentinos, casi a la altura del balcón de la Rosada, enronqueciera para aventar
los fantasmas. El jueves último, concentrado como los futbolistas en un lugar
convenientemente bucólico, seguía escuchando sugerencias de sus asesores. Tanto de los
más conciliadores, como del ala más dura con el menemismo que encabeza el único
gobernador que lo apoya hasta hoy, el santacruceño Néstor Kirchner. La asunción franca
de la deuda social, la recuperación de un Estado ya no extenso pero sí fuerte y la
crítica a quienes por intereses políticos o de negocios siguen defendiendo la política
económica, habrían sido los tópicos sobre los cuales habría machacado Kirchner. Y
fueron, en cierta medida, recuperados por Duhalde.
Simultáneamente el gobernador bonaerense tenía que atender otro tablero: el apriete de
los barones provinciales (Alberto Pierri, Osvaldo Mércuri, Hugo Toledo y un inesperado
Felipe Solá) que le exigían abrir el juego de las internas locales temiendo, acaso, que
al estilo mexicano acabara descartándolos para ungir al verdadero tapado que
sería, en sus pesadillas, el vicepresidente Carlos Ruckauf. Que ayer aprovechó su
condición de presidente en ejercicio para asomarse brevemente al balcón de
la Rosada y hacer chistosamente la V de la victoria ante la multitud que
esperaba a Duhalde. La presión de los caudillos provinciales enfureció al virtual
candidato presidencial del justicialismo y eso se notó cuando postergó cinco minutos su
discurso y le pidió a la multitud que bajara las banderas. Porque quería hablarles a los
manifestantes y noa los cartelones. Una ráfaga verbal elípticamente dirigida a Pierri,
que no pudo cumplir su promesa de meter 80 mil asistentes, pero fue de lejos
el mayor proveedor de concurrentes. Una capacidad (esa de movilizar más que los demás)
que no siempre asegura el favor del príncipe y que a veces puede acelerar una caída en
desgracia, como lo demuestra el antecedente histórico de la JP de los setenta, que movía
mucha más gente que los gremialistas y no pudo impedir que el Viejo respaldara a
los burócratas sindicales y lanzara su anatema contra los jóvenes.
Duhalde llevó a la plaza sus apuntes bien masticados, pero ya en las alturas, incómodo
en su clásico blazer azul oscuro, de espaldas a la Casa Rosada y de frente a esa multitud
con la que había soñado en los últimos días, el temor al vacío lo hizo ampliar la
improvisación y refugiarse en una retórica que pretendía ser emotiva, pero no logró
hacer vibrar a la multitud. El discurso navegó a vuelo de pájaro por la historia,
exaltando a Perón y Evita, como únicos referentes del movimiento nacido en ese mismo
lugar hace 53 años y contuvo algunos juicios de valor novedosos en su discurso como sus
referencias, elogiosas, hacia la juventud maravillosa de los setenta y las
Madres de Plaza de Mayo. Así como una larga y dura crítica al terrorismo de Estado,
cuyos orígenes ubicó sugestivamente en 1974 cuando gobernaban María Estela
Martínez de Perón y el Brujo José López Rega. Después vino la previsible
crítica a Raúl Alfonsín y el final caótico del gobierno radical, muletilla que no
sólo le permite descalificar a uno de los socios de la Alianza, sino también defender la
segunda gran transformación operada por el justicialismo, que habría sido el
rescate de una economía colapsada. Duhalde ve esa transformación
macroeconómica el famoso modelo como un sólido edificio,
con poderosas columnas que los justicialistas no quisieron erigir para que una
minoría quede adentro y la mayoría quede a la intemperie, sino como una
construcción a la que tenemos que ponerle alma, justicia, amor y honestidad.
Proposición, esta última, con la que muchos podrían acordar, siempre y cuando se
explique, de manera precisa, cómo revertir lo que él mismo dijo: que en los ajustes hay
siempre ganadores y perdedores. Este detalle estuvo ausente en un
discurso donde, fuera de su genérico apoyo a la pequeña y mediana empresa, no afloraron
otras ideas concretas para resolver la crisis del desempleo que erosiona social y
culturalmente a la Argentina.
Sudoroso, sonriente, satisfecho por el fin de la lidia, el candidato saludó entre los
acordes de la Marcha y bajó del presidium. Eran las seis menos cuarto de una tarde
soleada y el momento climático apenas había durado 45 minutos. Atrás quedaban los
temores de incidentes que no tuvieron lugar y las aprensiones, a todas luces exageradas,
del menemismo.
Una plaza muy peronista
Un punto de rating son 30.000 televisores encendidos. Su traducción numérica varía
según el programa y los hábitos del espectador, pero obviamente equivale como mínimo a
30.000 personas (uno por aparato). Con toda la furia, Eduardo Duhalde convocó una
concurrencia comparable, como máximo a tres puntos de rating. O sea, menor al poco que
tenía Joaquín Morales Solá, muy inferior al de Mariano Grondona e indigno de ser
comparado con el de Susana Giménez. En términos mediáticos fue inexistente pero, aun en
la aldea global y televisada, la política sigue teniendo sus reglas propias, la Plaza de
ayer fue para Duhalde y los suyos un golazo que debe haber motivado el furor de Carlos
Menem y un toque de atención para sus distraídos (de eso, de Duhalde casi no
hablan) adversarios aliancistas.
Duhalde tuvo ante sí, en un día que le terminó saliendo peronista, un mapa de su base
social y política. Convocó y movilizó a los propios, a quienes son, dicho esto con
respeto por su libre albedrío, peronistas de toda la vida y en muchos casos desde antes
de nacer. La misma gente que pobló la Plaza de Mayo en el 45 o en el 52.
Hombres y mujeres humildes, familias del socorrido conurbano bonaerense que hacen
muchísimo por no caer en la marginalidad y que, en buena medida, lo logran por ser
tributarios de tradiciones de lo que un gorila brillante, el historiador Tulio
Halperín Donghi llamó la Argentina socialmente peronista: la obstinación
por la educación sistemática, por el ascenso social, por la vida estructurada de
casa al trabajo y del trabajo a casa, consigna nacida en tiempos exóticos en que
los pobres tenían ambas cosas.
La misma gente de siempre, eso sí, vestida de otro modo porque el masivo aporte a la
Plaza del peronismo bonaerense también fue interna y chicana. No uno, sino
varias decenas de aparatos pujaron por posicionar sus banderas y sus candidatos con un
merchandising electoral propio de la década: gorritos, pancartas, remeritas de
surtidísimos colores honrando a ignotos aspirantes a intendentes de cien pueblos o a los
dos mayores aportantes de columnas: el papelero Alberto Pierri y el improbable ecologista
Osvaldo Mércuri. Un anticipo de una interna de impresentables que le dará al gobernador
más de un dolor de cabeza.
Duhalde no ganó aún la interna, pero los símbolos y las convocatorias pesan y más de
un dirigente justicialista que ayer no estuvo se habrá mordido los labios. Duhalde sigue
perdiendo las elecciones nacionales pero está en carrera y hace meses que viene en
ascenso, acertando en apuestas fuertes.
Hace casi quince años, en la avenida 9 de Julio, frente a una concurrencia diez veces
mayor a la de este sábado (o algo así, porque los números de la calle son más
fascinantes pero menos precisos que los del rating) Italo Luder dijo ser candidato a
presidente del peronismo en elecciones libres es ya ser presidente de la nación. Se
equivocaba porque confundía una alta posibilidad con una certeza. Ser candidato del
peronismo es como ser Boca, tener asegurado un gran protagonismo y la exigencia de ganar
siempre, no la garantía de lograrlo. Duhalde ayer juntó a los suyos, a los ya
convencidos. Semejante convocatoria no le bastará para derrotar la Alianza pero sí
mejora sus perspectivas de encabezar una fuerza que no es imbatible electoralmente, como
pudo corroborar el soberbio Luder, pero que sí tiene, como el Ave Fénix, una envidable
capacidad para renacer de sus cenizas. |
Desde el palco, vieron
la interna ya ganada
Con la misma falta de entusiasmo de sus bases,
los dirigentes duhaldistas vieron a su líder imponerse en el peronismo.
Plaza llena, corazón frío,
escaso entusiasmo y pasión.
La imponente producción no se tradujo en fervor masivo. |
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Por Felipe Yapur
El palco para los
invitados especiales, como la Plaza de Mayo, estuvo colmado. Y al igual que las personas
que participaron del acto, los invitados tampoco aplaudieron el discurso de Eduardo
Duhalde con la efusividad y la emoción de los que escuchan al líder. Sin embargo, los
presentes coincidieron en que a partir de ahora la conducción de Duhalde es indiscutida.
Es por ello que uno de los voceros del candidato aseguró, sin poder disimular su
alegría, que con las cien mil personas presentes la interna ya se ganó, en
obvia referencia al otro aspirante a la presidencia, Ramón Palito Ortega.
El palco, que se fue llenando de a poco, estuvo convenientemente separado de la multitud
por una doble valla de madera que, llamativamente, nunca fue desbordada a pesar de que
muchos de los militantes estaban subidos a ella. Una señora dijo, mientras se protegía
del sol con un papel, que es un acto tan civilizado que hasta no parece que fuera
peronista.
Mientras se esperaba la aparición del candidato, que para hacerlo tuvo que trepar por
unas escaleras unos siete metros, fueron llegando al palco alguna de las personalidades
especialmente invitadas. Luis Rubén Di Palma, Hugo Gatti, Ubaldo Matildo Fillol y Carlos
Chino Tapia representaron al deporte. En cuanto a los actores que llegaron
sólo fue posible ver a Rubén Stella y Rudy Chernicof.
Por supuesto, el grupo de los políticos fue el grupo más numeroso y muchos se
emocionaron al ver llegar al histórico dirigente Andrés Framini, que en un momento se
estrechó en un abrazo con su viejo rival, el metalúrgico Lorenzo Miguel. El único
gobernador en la plaza fue Néstor Kirchner que estuvo siempre junto a su esposa, la
diputada nacional Cristina Fernández. También se los vio a Juan Carlos Dante Gullo,
María Laura Leguizamón, Augusto Alasino, Rodolfo Frigeri, José María Díaz Bancalari,
Alberto Pierri, Osvaldo Mércuri, Saúl Ubaldini y al ex interventor de la Policía
Bonaerense, Luis Lugones. El que brilló por su ausencia fue el ex secretario de
Agricultura y Ganadería Felipe Solá y los dirigentes del MTA Juan Manuel Palacios y Hugo
Moyano.
La nota del palco la puso la cantante Sandra Smith que, mientras leía las adhesiones de
las diferentes agrupaciones que estaban en la plaza, tuvo la desgracia de confundir al
candidato Eduardo Duhalde con Eduardo Menem. La blonda animadora, que se ganó todos los
silbidos de los presentes, salvó el tropiezo con una inmensa sonrisa y una disculpa.
Cuando el candidato subió al palco todos se aprestaron a escucharlo y el auditorio fue
bastante apático cuando tuvo aplaudir. Una vez que Duhalde terminó su discurso llegó el
momento del análisis. Para el ministro de Gobierno de Duhalde y uno de los que aspiran a
reemplazarlo, José María Díaz Bancalari, aseguró a Página/12 que fue fiesta completa
y que la presencia de tanta gente superó cualquier expectativa. En cuanto al discurso,
éste sostuvo que el gobernador no eludió su responsabilidad en las políticas que
aplicó Menem. El no es como la Alianza, que ahora abraza la estabilidad a pesar de que
nos dejó solo cuando la aplicamos. Díaz Bancalari se apresuró a destacar que si
se hace una profunda lectura del discurso se comprobará que no hicimos un acto en
contra de Carlos Menem.
Yo no aplaudí cuando se hizo referencia al orgullo de haber participado de las
políticas de Menem, explicó a este diario Cristina Fernández de Kirchner. Pero
advirtió que Duhalde hizo algunas referencias muy importantes: El discurso saldó
algunas deudas del peronismo como cuando hizo referencia a la dictadura y a los
desaparecidos. Además hizo una buena descripción de los perdedores y ganadores del
modelo y anunció una nueva y mejor distribución del ingreso. En tanto Osvaldo
Mércuri, que llegó acompañado de un grupo de seguidores que le abrió paso a como dé
lugar, el candidato representa la continuidad de la doctrina justicialista para
afrontar los desafíos del siglo XXI.
Fue un discurso al corazón de los peronistas, dijo Julio Bárbaro, uno de los
hombres que participó de cerca en la redacción, y señaló que noera el momento
para propuestas. Esto se hará mientras se desarrolle la campaña.
Un discurso sin
sorpresas
Eduardo Duhalde pronunció un discurso que duró exactamente 30 minutos y sólo fue
interrumpido en dos oportunidades. A continuación, las frases más importantes:
* No estoy solo en la trinchera.
* Quiero decirles a nuestros opositores y quiero que escuchen bien: estoy orgulloso
de haber acompañado a Menem para salvar la economía argentina. Y ahora vamos a salvar al
hombre y a la familia argentina.
* En apenas 9 años construimos un sólido edificio, con poderosas columnas. Pero no
lo hicimos para que una minoría quede adentro y la mayoría a la intemperie. Lo hicimos
para que la Argentina sea un hogar que cobije a todos. Ahora a esta construcción tenemos
que ponerle alma, justicia, amor y honestidad.
* Los programas estructurales tienen ganadores y perdedores. Hasta ahora el esfuerzo
lo hicieron los trabajadores y los pequeños productores.
* Tenemos que hacer un más justo reparto de la riqueza.
* Tenemos que construir una nueva moral de Estado.
* Se trata de agregarle al desarrollo económico, justicia social, es decir juntar
lo que hicimos en la época de la revolución y lo que acabamos de hacer al recuperar la
economía.
* Este es un peronismo de pie, incontenible y victorioso y el año que viene los
recibiré en esta plaza, y es promesa, como presidente electo de todos los
argentinos. |
Arriba soñaban la presidencia, en la Plaza con la
gobernación
Fueron casi dos actos: el de los
que sueñan con ver a Duhalde presidente y el de los que sueñan con sucederlo. Todo el
aparato del peronismo bonaerense luchó por los espacios en la Plaza y mostró su
poderío.
La Plaza de Mayo selló con
banderas, gorros y remeras de los aspirantes a la gobernación en el 99.
La organización del acto tuvo el sello duhaldista. Todo fue previamente pensado y
ordenado. |
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Por Fernando Almirón
Mientras arriba del palco
Eduardo Duhalde soñaba con el despacho presidencial de la Casa Rosada que estaba a sus
espaldas, abajo, en la Plaza de Mayo, los dirigentes del peronismo bonaerense sólo
pensaban en la gobernación de su provincia. En estos términos se podría afirmar que se
desarrollaron dos actos, en los que tanto los de arriba como los de abajo hicieron
ostentación de cotillón electoral a manos abiertas, y de una contundente convocatoria de
personas sin atisbo de alegría en sus rostros, las que escucharon otras ni siquiera
eso desinteresados el discurso del gobernador mientras atormentaban sin cesar el
parche de los bombos.
Los primeros en llegar fueron las delegaciones provinciales. De todos modos la mayor parte
de la Plaza fue poblada con el arribo de los bonaerenses, cerca de las tres de la tarde.
Cada dirigente justicialista de la provincia de Buenos Aires se ocupó no sólo de
encabezar su propia columna, más o menos numerosa, también quedó demostrada la especial
dedicación que pusieron para que sus seguidores estuvieran debidamente identificados con
una remera, un gorro, una pancarta, una bandera o, en el peor de los casos, una humilde
vincha. Lo importante es que se pudiera saber a simple vista a quién le pertenecían cada
uno de los convocados. Lo mismo pasó con los decorativos globos. Cada uno de las
gigantescas bolas y los dirigibles que flotaban sobre la concurrencia consignaban el
nombre de uno u otro aspirante al sillón de La Plata: Hugo Toledo, Felipe Solá, Raúl
Othacehé, Hugo Curto, entre otros. El vicepresidente fue más discreto, en sólo tres
pasacalles estratégicamente colgados se consignaba: Ruckauf gobernador.
Los tironeos entre dirigentes para quedarse con una porción de los méritos del acto cuyo
éxito se descontaba comenzaron la semana pasada. Alberto Pierri, Osvaldo Mércuri y
Felipe Solá, tres precandidatos a la gobernación de Buenos Aires, anunciaron durante una
conferencia de prensa, el jueves pasado en el hotel Bauen, que aportarían 80 mil
asistentes al lanzamiento presidencial de Duhalde. A cambio le reclamaron elecciones
abiertas para elegir al futuro candidato a la gobernación de la provincia por el
justicialismo. En realidad lo que estos tres dirigentes temen es la designación a
dedo de Carlos Ruckauf para el cargo, una idea que cobra cada vez más fuerza en el
entorno duhaldista.
Aunque es difícil comprobar si cumplieron con su promesa, lo cierto es que las columnas
que encabezó Osvaldo Mércuri, a la que le seguía otra aún más numerosa, con Alberto
Pierri al frente, cubrieron holgadamente todo el sector de la plaza que da sobre Hipólito
Yrigoyen. Otras llegaron detrás de José María Díaz Bancalari, Manuel Quindimil, Aldo
Rico y Graciela Gianestassio. Todas ellas se caracterizaron por la predominante presencia
de mujeres y niños, y por la pobreza evidente de sus integrantes.
La organización del acto tuvo el sello duhaldista. Todo fue previamente pensado. Un mapa
indicaba los lugares de concentración previa y las calles por la que cada agrupación se
sumaría al acto. 1900 policías de la Federal se ocuparon de la seguridad exterior,
mientras que la custodia de la plaza estuvo a cargo de 200 agentes del gremio que agrupa a
los vigiladores de la provincia. En cada uno de los accesos a la plaza se acumulaba una
enorme pila de botella de agua mineral de todos los tamaños, las que se retiraban
gratuitamente. Algunos vivos acarrearon packs enteros de ellas y después, cuando se
acabó el agua y el calor arreciaba, vendían las botellas a 0,50 cada una entre los que
se encontraban cerca del palco. Trescientos baños químicos de color amarillo fueron
dispuestos en las calles adyacentes, mientras un dispositivo de parlantes competía con el
retumbar incesante de bombos y redoblantes, los que no dejaron de sonar ni aun cuando
Duhalde pronunció su discurso.
No hubo cánticos ni gritos. La presencia no fue acompañada por la euforia. En realidad
sólo una porción de la Plaza escuchó al gobernador,los que estaban más cerca del
orador. Los demás esperaban las pausas del candidato para ver cómo una máquina lanzaba
por los aires miles de papelitos con la bandera argentina, y unos pequeños paracaídas
que eran disputados como trofeos cuando descendían sobre la gente.
Al finalizar el acto, sobre las veredas de la plaza quedaron tiradas banderas y pancartas
de corrugado plástico con la foto y el apellido de uno y otro político. Ninguna figura
se salvó de las huellas que dejaron a su paso una multitud de humildes zapatos y
zapatillas en su desconcentración.
PALITO LE DESEO SUERTE A SU CONTRINCANTE
Todos los actos son importantes
Desde San
Juan, donde está realizando una gira proselitista con vistas a las internas en el PJ,
Ramón Ortega le deseó la mejor de las suertes a Eduardo Duhalde, su rival en
la lucha por la candidatura presidencial para 1999. Respecto de lo ocurrido ayer en Plaza
de Mayo, Ortega dijo que todos los actos del 17 de octubre son importantes para el
justicialismo. Agregó que Duhalde tiene gran convocatoria en Buenos Aires y
esto es bueno porque el peronismo necesita estar movilizado para recuperar la
mística.
Sobre la posibilidad de compartir con Duhalde una fórmula presidencial, Ortega la
admitió con una condición: Siempre y cuando yo la encabece. Sin embargo,
después reconoció que dejará en manos del partido la decisión final.
Mientras tanto, en Buenos Aires, los referentes del orteguismo eludieron opinar sobre el
discurso de Duhalde y se limitaron a puntualizar que un acto importante de ninguna
manera define la interna.
El diputado Mario Das Neves, quien se encontraba en su provincia, Chubut, aseguró que ni
siquiera vio el acto por televisión. Cuando supo que el duhaldismo calculó en 100.000 el
número de asistentes acotó que los diputados nacionales que apoyan al gobernador
bonaerense hablaban de reunir 150.000, dando a entender que hubo menos gente
que la esperada. Hay que tener en cuenta que han movilizado en todas las provincias
porque se trataba de un objetivo muy importante para ellos, sostuvo Das Neves.
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