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LOS QUE ESCAPAN DEL DOMINGO CON UNA MOVIDA ETERNA
Después de hora

Lo llaman after hour, en inglés. Es una manera de hacer el sábado eterno, de bailar cuando los demás duermen y cuando muchos ya despiertan, hasta lograr que el domingo casi sea lunes. Es también la búsqueda del lugar, que puede ser un boliche o una fiesta, adonde sólo llegan los iniciados.

El sol despunta y para muchos empieza la noche, una noche que se va a prolongar en una eterna búsqueda.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (67 bytes) Pasó tanto tiempo desde las antiguas orgías dionisíacas. Las fiestas ya no son las mismas. Sin embargo, algún estertor de búsqueda queda. En Buenos Aires se experimenta en estos días con el after hour. Así se lo conoce, con ese nombre que viene de Londres. En castellano sería el después de hora, o la hora extra del festejo. Comienza cerca de las ocho de la mañana y puede durar hasta que otra vez sea de noche. Cuando se ponen los cubiertos de la mesa del domingo y desde la cocina mamá avanza con las ollas, en algunas casas o discos, en algunas quintas suburbanas, el éxtasis, lo lisérgico, o el simple ardor que provoca el sonido electrónico elevan a cientos por sobre los suelos aburridos. Como ocurría con los viejos acontecimientos, cuando las bodas duraban días, aquí sucede: la fiesta se prolonga. Esta vez la combinación del ansia juvenil y la química de las drogas de diseño hacen cada vez más difusos los límites del tiempo. La estructura del domingo muere en pos de la diversión y del escape a un crepúsculo amenazador. “Odio la angustia del domingo y el after la mata”, dice un chico aún bailando cuando el asesinato ya está consumado.
En la Avenida de Mayo (casi Carlos Pellegrini) a las siete y media todavía hay cola para entrar al sótano más famoso de la mañana, reducto oficial del after con nombre gótico: El Pantheón. En esos fondos reside por lo menos un ejemplar de cada especie de la fauna nocturna. Se mezclan desde los más cool hasta los más reventados, los más modernos, los más producidos, los más pasados, los más chicos y los más grandes. Hay habitués de 17 y hay quienes pasan los cincuenta. En El Pantheón la noche, de 12 a 7, suele ser gótica u ochentosa. Alternan The Cure y Madonna. Pero de día ya no hay pureza tribal. En este final se mezclan los vestidos, los estilos, los intereses, las procedencias. “Acá encontrás gente que busca un lugar donde no la miren como a desquiciados”, dice uno de los DJs de la Urban Groove, responsables del furioso sonido electrónico que retumba.
La cola avanza ordenada por los brazos de los de seguridad. El ocio comercial también impone la regulación porteril que evite el caos. “Esto funciona gracias a nosotros –dice Pablo, 25, patovica encargado del after, que para él no es lo mismo que ocuparse de la seguridad del boliche en horario de rutina–. Evitamos el descontrol. No hay gaterío ni puterío, si te encontramos con droga te vas.” Pablo tiene el mismo corte de pelo que sus compañeros de trabajo. Visten todos el mismo traje, las mismas camisas blancas. Es como si fuesen los malos de una película de James Bond. Y de la esquina el agente 007 viene llegando con una corona de pelos colorados en alto, como si fuesen rayos. Sobre la cara aceitosa, le cae la sombra de su visera natural. Para hablar levanta una mano. Quiere frenar la luz. Dice que no puede parar. “Yo nunca me quiero ir a dormir. ¿Para qué? Más tiempo de fiesta y es menos torturante volver a casa”, protesta. Se hace llamar John. Como con la mayoría cuesta que hable. Acusa 17. Hace puerta esperando que alguien de un OK para no pagar. En la mano muestra un jabón blanco humedecido, el viscoso secreto de su pelo. Aunque lo lleva camuflado en un envoltorio de Lux. Dice con verdadera jactancia que él entró directamente en la noche, sin ensayar “en la matinée para nenes”, y que hace dos años que “los domingos nunca” se acuesta antes de las once.
Nunca quisiera volver a casa es una revista de poesía llena de jóvenes que profesan el neobarroco y la deriva. La dirigen dos chicos, Gabriela Bejerman, de 25, y Gary Pimiento, 21. Sobre ese título y precepto, y quizás sobre la pretensión de fiesta, dicen: “Es la negación, es un acto de voluntad, que no tiene una dirección. Lo que queremos es que continúe y la misma continuidad va tomando distintas direcciones. Quizás no sean tiempos de concreción, pero la posibilidad del cambio es otra cosa, es un acto tan mínimo. Está ahí pulsante. Es poderosa y a la vez no significa nada, pero existe”.
Escapando del sol
La oscuridad es negra y roja, estroboscópica, música, hipnosis. Los que bailan rebotan como nenes sobre pelotas de goma. Unas bolas de cristal con focos rojos llenas de agua decoran la entrada. En el fondo del líquido hay una montaña de cadáveres de insectos. A Martín, 27, empleado de una importadora de bicicletas, le dan risa. Empezó con el tecno disco de Depeche Mode hace diez años. A esta altura sólo lo electrónico le resulta interesante. Le repelen el rock, el heavy, la cumbia. “Digamos que esto es un hobby fuerte. Digamos que esto es lo que más me apasiona. Digamos –define finalmente– que esto es para mí lo que para otros es el fútbol.” Martín tenía una novia, pero como esas mujeres que no toleran la pasión masculina por la redonda, ésta se resistía a su música. Por eso “fue”. Martín pica en alto junto a otros cincuenta sobre la pista alargada del Pantheón. Levantan las manos. Gritan junto a las sirenas. ¡¡UuUuuuuuuuoooooooooo!! Martín es níveo, tiene las ojeras de un recluso. “Acá entrás en comunión”, dice. Podría ser un monje. “Aunque ruidosa ésta también es una forma de lograr un estado de nirvana”, celebra. Salta desenfrenado en la pista. “Odio el domingo. El domingo –cuenta– me levanto cuando es casi lunes”. De todas formas gruñe por el eclecticismo del antro. “Era más selectivo. Ahora hay ‘estoncitos’, metaleros, gente que no tiene idea de lo que escucha”, diferencia. Como a él, a muchos otros no les gusta tanta variedad permitida por esa democracia que impone el mercado a cambio de diez pesos.
Patricia, Griselda y Paula caminan de ida. Vuelven a Moreno, Ramos Mejía y San Justo. El conurbano, donde el tiempo ha sido del Estado, de a tres se puede dejar atrás. Se trata de ultimar las energías de sus 18, 19 y 20. Están sentadas en la puerta de un garage y a pesar de lo tarde se preocupan del terreno libre que dejan las polleritas. Las bajan como lo hacen las mozas obligadas a mostrar las piernas antes de caminar hacia una mesa. “La disco te da tan poco tiempo...”, lamenta Patricia, bajo una especie de antiparra. “Saber que lo único que queda es ir a dormir es espantoso. Volver a casa con ese sol... Corrés al subte, pero después te morís en el tren, y morís sin haber disfrutado lo suficiente”. Dos metros más allá un insomne de estampa anabólica engulle una porción de tarta de verdura que estuvo fresca ayer en el kiosco de enfrente. Erardo, striper de 23, de Berazategui, quiere descender a los infiernos, pero sin hambre.
Cómo ser un after
El after de entrecasa de este domingo cuesta ser encontrado. Los suele haber espontáneos, en terrazas, patios de abuelas momentáneamente desalojadas, quintas en los alrededores de la urbe, un campo en Pilar. Desde las cinco el de hoy se insinuó en el Club 20.40, un nuevo lugar en Cabildo. Pero todos esos chicos que danzaban como desarticulados Rimbauds nada sabían. A las siete en Pachá un cara tatuada ocultó la dirección. En el Pantheón, Maximiliano, de 25, colocado con un ácido invita. El rumbo es una casona de Belgrano donde hace dos horas, a las nueve, comenzó el cumpleaños de Johana, la ex mujer de una estrella de rock. Unos doscientos han conseguido el dato y están yendo hacia allá. La endogamia de los after es un intento de “preservar el estilo y la armonía”, dice la dueña de la fiesta. O sea, procedé como un after, sé sumamente diferente. Y nunca te pelees, nunca dejes que las drogas te pongan de mal humor. No consumas cocaína, no es cool.
Son las diez y media. El cielo de Buenos aires se revuelve, vira al gris. Hace calor. La música se escucha desde la esquina. Hay gente en el patio de entrada. En el hall un mesón lleno de bateas. En el living comedor 200 personas bailan, gritan. Aplauden todos el ritmo endemoniado. Todos tienen sonrisas dibujadas. Bailan. Se prevé que esto durará hasta las ocho de la noche. En el patio hay una chica con un tatuaje deforme. Llueve. Hay azaleas en macetas. Y en la pared del fondo caen al piso, con el peso de las gotas, unas santarritas blancas. Johana mira a sus invitados, de los que conoce a la mitad, desde un balcón que da al patio. Pero lo que ve está lejos de ser popular. El acceso a las fiestas itinerantes y privadas es restrictivo. La consigna después del auge de las raves masivas –este año llegaron a juntar 20 mil personas en Parque Sarmiento– es “no invitar a cualquiera”. Así lo explica Rojo, que, obvio, lleva el pelo de ese color con el que está rebautizado. El, Johana y otros dos jóvenes socios piensan convertirse en empresarios de la mañana. Ya fundaron el “Radioactive After Group”, para bailar y ganar, dos verbos de combinación moderna.
Casi nadie toma alcohol. Llenan unas botellas de gaseosa vacías en la canilla y las pasan. Sólo tres toman cerveza que traen del almacén de la esquina. El agua corre como el bicho, las pastillas de éxtasis que obligan a moverse. El éxtasis que llega a Buenos Aires es mejor que el que se consigue hoy por hoy en Barcelona, dicen. Es caro. Sale 25 pesos. “A mí me gusta mucho lo lisérgico”, dice el chico sentado en el piso. Y describe. Si los ves desde acá podés creer que todos tomaron lo mismo. Pero no, cada uno elige. Muchos no toman nada. Hay chicas que se levantaron hace un rato. Lo dice casi a la una y media, cuando han parado la música porque cinco vecinos están en la puerta y llaman desde sus movicoms a la policía. La fiesta o lo que se prometía está a punto de terminar con la violencia con que se interrumpe un coito.
Ella, la chica del tatuaje, baila lo que le dicen sus oídos. Está más arriba que ninguno. Llueve bajo un sol blanco como algunas pieles, en la mañana del domingo. Miles de viejas se casan este día. Las gotas les mojan los velos y a esta chica la ponen hermosa así de fresca. La tocan y se deshacen, como los fuegos de artificio, justo antes de quemar los ojos. Así se la ve, a trasluz, desde el fondo del patio.

 

DOS SOCIOLOGOS ANALIZAN LA EVOLUCION DE LAS FIESTAS
“Hay un malestar en esta cultura del trabajo”

Por C.A.

t.gif (862 bytes) “Hay un malestar en esta cultura de trabajo organizada como está, en la cual el día de fiesta no sirve porque lo que viene después es pura alienación. Que los jóvenes quieran escapar al domingo me parece un síntoma que no tienen sólo ellos, que lo tiene todo el mundo”, coinciden los sociólogos investigadores del Instituto Gino Germani Marcelo Urresty y Carlos Belvedere. En una entrevista donde disparan contra varios mitos del ocio y la fiesta explican qué ha sido en los últimos años de Baco y el festejo.
–¿La continuación de la fiesta es una práctica nueva?
B: –En realidad, lo más reciente es que las fiestas duren una noche y no que continúen. Hay una larguísima tradición de fiestas que duran un día seguido, incluso acá desde el “salir de naufragio” rockero de los setenta a las maratones que se hacían en New York City de los ochenta, o los amaneceres en la playa de Gesell. Históricamente las fiestas religiosas antes duraban semanas. Entonces yo no sé si pensar al after hour como una extensión de la noche, o pensar la noche actual como un recorte de la verdadera fiesta.
–Sin embargo hay novedades porque los consumos no son los mismos que antes.
U: –Es importante marcar que los estímulos químicos estuvieron siempre. Hay una historia de consumo de alcohol masivo en cualquier fiesta religiosa y popular de la tradición pagana o cristiana. También quemaban incienso porque acompañaba la quema de otras yerbas con olores difíciles de soportar, con una función por lo menos coactiva.
–En este avance sobre el domingo clásico, ¿qué es lo que se desafía?
B: –Hay dos cosas. Una fundamental es matar al domingo. Un día que no debería existir. Y la otra es la situación del que vuelve a casa, que está pasado de rosca, lo que puede significar muchas cosas, no sólo el consumo de droga. Ahora empieza a las tres, dura tres horas y hay que ir a otra, con lo cual hay que pagar otra entrada. Hay una proporción de gente que puede pagar dos o tres veces la entrada que otro no puede pagar ni una sola vez. Para que el negocio del ocio se vuelva rentable hay estrategias de segmentación.
–¿Cuál es la diferencia, más allá de la injerencia del mercado, entre la fiesta antigua y éstas?
B: –Una fiesta representaba ante sí misma como un cuerpo comunitario y renovaba vínculos. Todas las liturgias que se repetían de alguna manera volvían a poner en escena los vínculos originarios. Hoy en día estas fiestas son producidas por una industria del consumo, están secularizadas, o sea que perdieron sus valores.
–Quienes no participan de este tipo de ocio ven en el consumo de éxtasis una sexualidad exaltada.
U: –Las fiestas en la tradición son fiestas de encuentros corporales múltiples, de ruptura de los límites y del principio de individuación, habría que ver si eso está presente. En realidad más que fiestas eróticas éstas funcionan sobre la promesa de una erótica. La fuerza de atracción de la fiesta de alguna manera es esa promesa.
–¿Cómo influye en esto el consumo de drogas de diseño?
U: –No todas, pero las drogas de diseño llevan a un goce individuado no colectivo. Algunos de los estímulos químicos tienden a individualizar. Antes la función de la bebida tenía que ver con romper los lazos individualizantes, hacer que los sujetos perdieran sus ataduras y se encontraran liberados. El alcohol se ha refuncionalizado a partir de la experiencia de la droga y su consumo hoy consiste más en una inyección que en el acto de beber. El éxtasis es convulsivo a nivel neuromuscular, se los verá riéndose, bailando aunque quizás sea artificial. Lo que se ve es el resultado de una preparación previa que incluye asumir los riesgos,comprar, tomar. Es falso que el consumo de droga es para idiotas atrapados por un fantasma más fuerte que ellos, como si toda la droga fuese heroína. –¿Hay algo de liberador en este tipo de festejo?
–Son fiestas privatizadas con el pago de la entrada, con un aparataje de personas especializadas, evitando que se produzca “el descontrol”, como si el descontrol fuera algo malo. Porque desde un punto de vista de la producción de la mercancía fiesta, el descontrol es negativo porque interviene en el proceso productivo, incrementa el costo de producción. Si la fiesta es privada para entrar en una casa tenés que ser del grupo y de la clase. Esto no tiene nada que ver con la fiesta popular donde participás sólo por el hecho de ser pueblo, aun cuando está producida por el Estado. Allí todas las rarezas juntas hacen una gran mezcla donde los afectos se multiplican. La pregunta es ¿éstas son fiestas? Tienen la apariencia, pero pensando en el origen de la fiesta como motor social de vínculos con el origen, éstos son simulacros.
–¿Qué valor tiene la preparación de la fiesta más allá del resultado?
U: –Tal vez el dato más importante sea esa voluntad, una pulsión por encontrarse, por divertirse, por experimentar con el propio cuerpo y por acercarse a los otros de cualquier manera, no sólo sexual sino espiritualmente, porque la comunión en una fiesta es importante. Remite a esa idea originaria de formarse un cuerpo mítico, un cuerpo que es de todos y de ninguno al mismo tiempo. Ese es el espíritu de la orgía báquica.
–Habría que ver si la propuesta es la fiesta o la muerte del domingo.
B: –Quizás en vez de matarlo lo vivimos. Hubo un tiempo en que las semanas no tenían esta forma, porque había un San lunes de tradición medieval, mediterránea, cristiana, muy importante. Vivimos en un mundo secularizado, el domingo tiene esta forma porque nadie puede soportar el lunes. Hay un malestar en esta cultura de trabajo organizada como está en la cual el día de fiesta no sirve como día de fiesta, porque lo que viene después es pura alienación. Que quieran escapar al domingo me parece un síntoma que no tienen sólo ellos, que lo tiene todo el mundo. Por eso el fútbol estásiendo extendido desde las dos de la tarde hasta las tres de la mañana. El after hour del fútbol empieza después de “Fútbol de primera”.
U: –También la lectura del diario tiene como objetivo pasar el domingo. Podés vivir tranquilamente el lunes sin haber tenido las revistas del domingo en tus manos, sin la agenda, sin los suplementos, sin embargo tienden a multiplicarse el mismo día. Cada cual en su casa tiene su consumo privadito y de ahí no sale, uno recluido en la discoteca, otro abstraído frente al televisor o la radio siguiendo su jornada futbolística, y los otros recluidos en los distintos suplementos cambiando de estímulo para no pensar en el lunes.
B: –Se constituyen rituales privados, la pequeña manía personal, ponerse las pantuflas, leer su suplementito, cada uno utiliza sus acciones sin coordinarlo socialmente.

 

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