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Los Bee Gees en Argentina, el juego de cómo mantenerse vivo

El show que el trío angloaustraliano ofreció en Boca no se alejó de las pautas esperadas: la melodía pop como principal argumento, abundantes falsetes y explosiones de la fiebre patentada por Travolta.

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Por Eduardo Fabregat

t.gif (67 bytes)  Quizá suena a exageración, pero es una teoría atractiva: quizá en el futuro --quizá ya esté sucediendo-- Buenos Aires se convierta en el lugar preferido de los músicos extranjeros para vivir experiencias diferentes. Por lo pronto, los angloaustralianos Bee Gees deben estar lejos de arrepentirse de haberle concedido a esta ciudad el honor de ser la única escala latinoamericana de su gira Sólo una noche. El sábado por la noche --no podía ser de otra manera--, una Bombonera repleta le entregó al trío una buena serie de ovaciones, y un espíritu de entrega que se tradujo en un aire de reconcentrada atención o de voluntad festiva según fuera necesario. Para el observador imparcial, el veterano grupo y su público protagonizaron un espectáculo conjunto en el que todas las piezas encajaron, las dos horas de música transcurrieron sin mayores sobresaltos y todos se fueron conformes. Una cita tardía sin lugar a reproches.

Los hermanos Gibb, de cualquier modo, deben tener poco espacio para la sorpresa. Quizás acudiendo a ese lugar común de quitarse años cuando el tiempo avanza, el grupo declara llevar treinta años de carrera (lo cual no es poca cosa), pero su labor artística comenzó en realidad en 1955. Semejante currículum supone un apreciable rango de géneros, aunque aquí (y es de imaginar que en varios otros lugares) Bee Gees significa en primer lugar Fiebre de sábado por la noche y en menor medida, pero ahí nomás, un grupo experto en baladas de efecto instantáneo como "Massachusetts", "To love somebody", "For whom the bell tolls" o "Too much heaven". Con esos dos elementos y tanta historia encima, entonces, el lleno de la cancha de Boca no puede producir extrañeza.

Barry, Robin y Maurice Gibb hacen una apuesta que no entraña demasiado riesgo. Su obra tiene en la melodía pop su principal fundamento y recurso, una influencia inevitable para una agrupación que cobró ritmo profesional en plena fiebre Beatle. A diferencia de otros artistas que, también como los Beatles, quisieron dominar la mecánica pop para luego subvertir las cosas, Bee Gees prefirió el camino si se quiere más dogmático, el mismo que en los '90 encumbró --vía FM de orientación adulta-- a solistas como Elton John o Phil Collins. Conscientemente o no, el público que acudió en masa a la cita porteña comprende eso y le alcanza para vivir una noche disfrutable. Que comenzó apenas pasadas las 21 y a toda fiebre disco, con una larga introducción para "You should be dancing" (quizá el tema menos complaciente, musicalmente hablando, de Saturday night fever), el mismo título que cerraría la velada. En las nítidas pantallas que decoraban el escenario, toda referencia a aquel trip bailarín del frustrado Tony Manero (un Travolta imposibilitado de predecir cuánto debería agradecerle a Quentin Tarantino años después) despertó una inmediata ovación, como para que quedaran claras las reglas del juego. Como uno de tantos ejemplos, la gente aún no había terminado de aplaudir la imagen del fallecido hermano menor, Andy Gibb --en "Our love (don't throw it all away)"--, cuando el doblete "Night fever/ More than a woman" desató la tan mentada fiebre sabatina.

A sabiendas de que la posibilidad de levantar el clima estaba fácilmente en sus manos --más allá del tono siempre moderado del público--, el trío se permitió caer en largos pozos climáticos, como el excesivo medley que arrancó con "New York mining disaster 1941" y cerró con "Chain reaction", con los hermanos bien juntos al centro de la escena: aun eliminando seis de los 16 temas pautados, ese tramo se acercó bastante a la frontera del sopor. Por eso, la parte final descargó la mejor artillería y, antes de embarcarse en el caballo ganador que suponía el bloque de "Grease", "Jive talkin'", "How deep is your love" y el indestructible "Stayin' alive", el trío y su correctísima banda (con un guitarrista increíblemente parecido al Malevo Ferreyra) apeló a hits ajenos a Travolta, como "Tragedy" y el más reciente "You win again". Recién allí comenzó a apreciarse el esfuerzo que deben poner los hermanos para mantener sus tonos de voz, lo que no impidió una noche de abundantes falsetes.

En definitiva, tanto Bee Gees como el público hicieron un buen negocio. Pero, además, dos momentos de lo que se vio en las pantallas --un material pródigo en imágenes new age de paisajes, atardeceres, montañas y mares-- denunciaron que, más allá de toda la puesta en escena del mito, los hermanos Gibb poseen un rasgo de apreciable buen humor. El primero fue cuando durante "Inmortality" se vieron escenas de la grabación del tema junto a Celine Dion, en las que la pelada de Robin contrastó notablemente con su peluquín marca Elton John. El segundo fue cuando todo terminaba, y "You should be dancing" fue ilustrado con la mejor parodia que se haya hecho de Fiebre...: la inolvidable secuencia de Y... ¿Dónde está el piloto? en la que Robert Hays lanza al aire a Julie Hagerty, y ésta nunca aterriza. Parece que los Gibb saben que no es necesario tomarse las cosas demasiado en serio.

 

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