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Por Andrew Cawthorne desde La Habana Es casi imposible que William Shakespeare pensara en un futuro Fidel Castro cuando escribió La tempestad, hace cerca de cuatro siglos. Pero su notable obra teatral está aquí en el centro de un extenso debate, luego del estreno de La otra tempestad. La provocativa versión cubana de la obra clásica del autor de los siglos XVI y XVII parece cuestionar profunda y públicamente la realidad de la isla, con el consiguiente revuelo en los ambientes políticos, intelectuales y culturales. Aunque la obra es una alegoría, abierta a muchas interpretaciones, los posibles paralelos entre el personaje principal, Próspero, y la famosa figura de Fidel Castro no son demasiado sutiles. En la versión, Próspero es presentado como un hombre barbudo de mal genio que busca construir Utopía en una lejana isla tropical, pero que es considerado un tirano por sus críticos. La otra tempestad, que se presentó a teatro lleno en La Habana y ha recorrido Europa, Sudamérica y Asia, es uno de los muchos dramas de calidad producidos en la Cuba comunista que conservan cierta medida de ideas y cuestiones diferentes o disidentes, que raramente se ven en público en una sociedad todavía estrechamente controlada. Con poca publicidad oficial, se han estado presentando una serie de obras que satirizan las dificultades de la vida diaria en Cuba y cuestionan temas ultradelicados, como el abuso del poder y el derecho a rebelarse. Eso, en una sociedad cuya Constitución establece en el artículo 39 que: Es libre la creación artística siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución. El vibrante drama de Cuba es mucho más notable dadas las presiones materiales de la actual crisis económica, la que ha sido llamada, eufemísticamente, como el Período Especial. En cuanto a recursos para el teatro, no hay nada. Pero una riqueza de expresión ha salido de una pobreza material, dijo la crítica local de teatro Rosa Ileana Boudet. El teatro ha conquistado un espacio de libertad, de convivencia plural. El teatro cubano tiene una muy rica tradición de crítica y análisis, concuerda Raquel Carrio, coautora de La otra tempestad, que ganó el Premio Nacional de la Crítica de Cuba de 1997 y se presentó en el teatro Globe de Londres este año. En el teatro se da un fenómeno de debate social e histórico. Ese fenómeno es abundantemente evidente durante 1998. En una popular reciente producción de Calígula, del escritor francés Albert Camus, sobre un emperador romano enloquecido por el poder y el amor, el público rió y aplaudió cuando un personaje exhorta a los compañeros a tomar las armas para luchar por su libertad. Espérense, no es tan fácil, advierte otro ciudadano, mientras contempla las consecuencias y el entusiasmo se desvanece. En una muestra no programada de los rigores del Período Especial, el disfrute de este espectador de Calígula fue interrumpido por un corte de fluido eléctrico que terminó la función en la mitad. En un plano menos intelectual y alegórico, un escritor local favorito, Héctor Quintero, deleitó este verano al público en el Teatro Fausto de La Habana con una nueva comedia El lugar ideal, mofándose del auge turístico de Cuba y de la escasez de bienes materiales. En esta farsa ligera, una turista argentina simpatizante de Fidel alquila una habitación, ilegalmente, a una familia de la capital, y enfrenta algunas realidades chocantes sobre la Cuba que había idealizado hasta ahora. Por ejemplo, Homero, el hijo de la familia y mago de profesión, saca un conejo de su sombrero como parte de su actuación, pero es obligado un día a sacrificarlo para que la familia pueda comer. La única razón por la que no estamos presos por nuestras ilegalidades es porque a un pueblo entero no se lo puede encarcelar, dice la dueña de casa en un momento. La obra evita cualquier crítica directa a la jerarquía comunista, pero documenta con mucho humor (y en el fondo, con tristeza también) la lucha diaria de la gente por el sustento, y sus sentimientos a veces de ser ciudadanos de segunda clase comparados con los privilegiados turistas. En una escena final llena de ironía, la turista argentina, Isabel, llama a la familia cubana, ahora casi en la indigencia,desde una gran fiesta en Buenos Aires, copa en mano, para exhortarlos a que se mantengan firmes porque ellos son la inspiración de América latina. ¿Un simple chiste sobre la insensibilidad de un turista? ¿Un duro recordatorio de las carencias materiales para mucha gente de La Habana? ¿O una sátira del movimiento de solidaridad con Cuba en el exterior? El lugar ideal plantea muchos interrogantes provocativos. En la prensa estatal, sin embargo, hay poco espacio para la crítica social, aparte de la que obedece al pensamiento del partido. Entonces, ¿por qué las autoridades, que actúan con rapidez para limitar la disidencia política, se hacen la vista gorda o incluso alientan ese debate relativamente atrevido? Los partidarios de Castro dicen que es una prueba de que la libertad de expresión está viva y bien en Cuba. Agregan que el gobierno siempre dio prioridad, desde la Revolución, a las artes, en términos de subsidios y status, y destacan que incluso paga los sueldos de los actores que participan en las más provocativas de las obras. Al contrario, dicen los críticos de Castro, el gobierno permite cierta medida de pensamiento disidente en el teatro para dar una impresión de libre expresión en una sociedad de otro modo fuertemente censurada. Hacerlo en el teatro no es peligro, agregan, porque asiste poca gente y las obras no tienen un impacto social grande como, por ejemplo, la telenovela. Observadores independientes (y no hay muchos cuando se trata de Cuba) ven al teatro como una válvula de seguridad para la comunidad intelectual y artística, suficiente espacio para que no se frustren, pero no como para que amenacen al sistema. A pesar del ínfimo precio de la entrada (de cinco a 25 centavos de dólar), mucha gente a la que le gustaría ir al teatro no lo hace por la escasez de gasolina y transporte público, y la posibilidad de apagones o edificios sofocantes carentes de aire acondicionado. A veces, no es fácil, dice Carrio, empleando una muy usada frase moderna cubana minutos después de que su Próspero casi se desmaya en el ensayo por el calor.
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