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JEFF BECK DEMOLIO EL LUNA PARK
Señor de las cuerdas

Unas cuatro mil personas asistieron al recital instrumental que el músico inglés de 54 años lideró como una visita guiada por su  técnica, con la notable compañía de la guitarrista Jennifer Batten.

Beck es un virtuoso, pero no llega al punto de agotar con sus notas.
Completamente instrumental, el show fue un festival de la guitarra.

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Por Eduardo Fabregat

t.gif (67 bytes) Hacía escasos minutos que Jeff Beck había abandonado el escenario cuando dos escenas, centradas en targets radicalmente diferentes, dieron una buena pintura de lo vivido. En las primeras filas, un hombre en sus cuarenta comentaba: “Baratas, las dos horas de clase de guitarra”. En el pasillo central, otro recibía el comentario de su hijo, de escasos ocho o nueve años: “Papi... toca mucho”. El tono general, en rigor, era de asombro, y la frase más repetida era “este tipo no puede tocar así”. Curiosa sensación para un público innegablemente conocedor de lo que había ido a ver, pero adecuado resumen. Ese inglés de envidiables 54 años dio lecciones, y tocó mucho, y de una manera difícil de creer. Y, quizá lo mejor de todo, en ningún momento llevó las cosas al grado de virtuosismo agotador: aun teniendo todos los elementos para caer en la tentación, Jeff Beck se niega a quedarse en el casillero de los basquetbolistas de las seis cuerdas.
A través de su larga carrera, Beck ha sido definido como un músico brillante en lo que hace a la ejecución, pero con notables dificultades para plasmar un material convincente: reemplazante nada menos que de Eric Clapton en los Yardbirds modelo ‘65, a partir de ese momento su historial se compuso de agrupaciones fallidas, recurrentes anuncios de retiro, material solista desparejo y una pasión por los autos casi superior a las guitarras, que lo puso al borde de la muerte en un accidente en 1970. Pero ante todo y sobre todo, Beck es un guitarrista de excepción, dueño de una técnica que lo lleva a prescindir de púa y pedales, con un paladar exquisito para los matices sonoros. Eso fue lo que hizo estallar a un público fanático, cuando el veterano ganó el escenario y se trenzó en su primer duelo con Jennifer Batten –otro lujo–, dándole comienzo a una velada de esas que dejan el alma encendida.
En sus declaraciones previas, el guitarrista afirmó que el show que iba a ofrecer en esta ciudad estaba exclusivamente integrado por material nuevo, incluso sin título definitivo. Sin embargo –quizá afortunadamente-, la lista recurrió a algunos temas fundamentales para comprender que Beck, más allá de sus falencias compositivas, merece todo el respeto. En el Luna, el guitarrista incluyó cuatro canciones de Guitar shop (ganador de un Grammy al disco de rock instrumental) y otras cuatro de There & Back, un disco quizá menos sólido pero que también le permite lucirse. Pero además rescató pequeñas joyas de vieja data como “Blue wind” y “Led boots” (de Wired, 1976) y el bellísimo “Cause we’ve ended as lovers”, un tema firmado por Stevie Wonder y editado en Blow by blow (1975). Allí volvió a sorprender con ese toque que le permite, como en “Where were you”, hacer parecer un sonido sintetizado lo que en realidad es pura sutileza y notable digitación. Cuando a esos valores le agrega el slide -un adminículo temible en sus manos–, lo de Beck es sencillamente conmovedor.
Claro que el guitarrista tiene ese otro costado furioso que hace que a veces se lo confunda con un simple guitar hero. En pasajes como “Savoy” o “Space boogie”, se dedicó de lleno a rockear, apoyándose en el salvaje contrapunto con Batten. La ex integrante de la banda que Michael Jackson trajo a Argentina –cabello de dos colores y actitud entre guerrera e inocente– es una chica de armas tomar, que tanto puede disparar colchones sintetizados u órganos Hammond desde su instrumento, como volverse unhuracán eléctrico que justifica su presencia junto al maestro. Entre ellos dibujaron varias cabalgatas distorsionadas a dúo, pero también protagonizaron una serie de toreos memorables, buscándose e invitándose a “responder” al otro, en un juego que llegaba a dejar al bajista Hope Taylor y al baterista Alexander como meros obreros que propiciaban el sostén. Así se fue cargando de electricidad el aire en una noche sin palabras, pero no por ello con excesivas notas. Lo que no impidió que, saliendo lentamente y meneando la cabeza, aquel padre le concediera el concepto al pibe: “sí, hijo... toca mucho”. Y bien.

 

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