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AHORA SE TATUAN LOS MAYORES: DE ALIANZAS AL NOMBRE DE UN HIJO

Tatuajes con arrugas

Antes era cosa de chicos. Pero desde hace un par de años desde amas de casa a profesionales y jubilados se animaron a los tatuajes. Algunos optan por símbolos clásicos, otros prefieren el nombre de un hijo fallecido o la imagen de la mascota que murió.

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Por Alejandra Dandan

t.gif (67 bytes)  --Tito ¿por qué no te hacés un tatuaje? Vení, yo te llevo.

Don Tito quedó desencajado. A los 70 un intelectual no debería ni pensarlo. Pero la sugerencia sonó a provocación. La misma provocación que 50 años atrás le insuflaba otro muchachito para volverlo hombre. "Sentí lo mismo que cuando tuve mi iniciación --confía--. Tenía 16 años y un chico también me dijo 'vení, yo te llevo'". Como fisgón arrimó su status académico al underground de la galería Bond Street. "Llegué angustiado, no sabía qué iba a pasar --retrata--, qué me iban a hacer... era la misma angustia de entonces". Pero entró. Ideó un tulipán estilizado. Hoy esa flor está perdida en un brazo. Pasaron cuatro años y 27 tatuajes en el cuerpo. Don Tito Weissman no es el único hombre mayor que decidió plegarse a los rituales marcados por agujas de tinta. El 10 por ciento de los nuevos clientes del tatuaje son adultos. Desde hace dos años amas de casa, profesionales o jubilados suavizaron prejuicios y borraron la vieja imagen colectiva que ligaba el tatuaje a códigos tumberos marginales. Distinto a los más chicos acuden a los artesanos de piel con diseños preparados. Muchos piden tatuarse el nombre de un hijo muerto, la cara del boxer que pasó a mejor vida o una réplica del primer regalo matrimonial. Así, dispuestos a terminar con el llorón de portarretratos mudaron los diseños kitsch al propio cuerpo.

Como en cliché las posturas de los grandes se repiten frente a cada local. La mayoría llega por sus hijos en actitud profiláctica. Como Mirta. Su hijo de 24 años osó avisar en su casa que iba a tatuarse. La disuasión fue la primera conducta que adoptó la mujer de 49, autoproclamada moderna. Sin demasiadas alternativas diseñó una cuasi investigación sobre dermopigmentación. Idéntico movimiento repitió Mabel cuando su propio vástago la inquirió con el mismo reclamo. Dos años más joven que Mirta escuchó a un médico que tras una consulta le advirtió que "si no lo deja, señora, Lucas lo va a hacer después". Mabel metió narices y cuerpo en cada local de la Bond, sin siquiera intuir que pocos meses después le estaría comprando a Lucas la primera máquina para oficiar de tatuador.

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Tito tiene 70 años y ya lleva 27 tatuajes en su cuerpo

Mirta, en tanto, no quedó conforme con su propia investigación. El pequeño Matías tenía la decisión tomada y ella optó por exigirle --al menos-- un estudio de HIV tras el tatuaje y un segundo, dos meses después. Antes del resultado peregrinó hasta la medalla milagrosa "porque no sabés --refuerza--, yo tuve mucha fe". Pero el tribal de su hijo conjugó alquimias hipnóticas en la madre: "Una noche, cenando con mi marido y mi hijo, les dije que me iba a tatuar". La ocurrencia fue aprobada por Matías y regulada por su esposo. Su hijo le sacó turno. Mirta increpó al tatuador y preguntó hasta conocer cada paso esterilizador del ritual. Conforme, presentó su diseño: el mismo hipocampo que 26 años atrás le obsequiaba su marido. "Es que fue el primer regalo y para mí es signo de fidelidad", se acaramela. Pyo, el tatuador, aconsejó el sitio del animal: "Yo lo quería en la pelvis pero me dijo que era más seductor ubicarlo más arriba --se atreve--. Así si tengo una tanguita, la cabeza del hipocampo da la impresión de asomarse". Ser fiel tuvo un costo: descartó del vientre un retrato adorado de Salvador Dalí. "Soy una apasionada --provoca intempestiva-- de la relación que mantenía Dalí con Gala, pero no me lo iba a tatuar a él. ¿Te imaginás mi marido? Tampoco la pavada..."

 

Alianzas para siempre

Como las dos mujeres, el paso adulto por los locales de tatuaje se hizo fuerte en los últimos años. Del total de clientes que pasan sólo por Bond Street un 10 por ciento son mayores de 40 años. Como aquel hipocampo que reemplazó a Dalí, los diseños son elegidos a veces con demasiada carga de sentido. La piel se vuelve soporte en ocasiones de compromisos matrimoniales: las parejas así pasan a tatuarse alianzas, corazones o soles. Angeles es tía de Lucas y hermana de aquella madre que revisó cada local de la galería. Siempre quiso un tatuaje y apenas su sobrino se atrevió a esculpir con agujas ella ofreció su espalda. Ahora son cinco iconos pintados cargados en el cuerpo. Y el próximo lo compartirá con su pareja: "Nos vamos a tatuar un ángel. El quería medio cada uno pero le dije que no, sería demasiada carga". El Ruso, en cambio tiene más de 70. Pasó una vez por uno de los locales de la Bond a marcar el nombre de su mujer después de su muerte. Hizo pocas preguntas, puso el brazo y su llanto acompasó las marcas que las agujas iban imprimiendo en el cuerpo.

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Angeles y su pareja piensan tatuarse un ángel cada uno

Pyo es uno de los tatuadores de la Bond. Está escondido detrás del pelo rasta y entre algunos perfiles de clientes habla de una mujer mayor que se decidió marcarse el nombre de su hija en el pecho. "La chica se iba a estudiar afuera y la mujer quiso ese tatuaje del nombre como una forma de permanecer en contacto". No son los únicos pedidos que huelen a exhumación. Tiempo después de aquella visita, una veterana de 65 entró al local con un molde. El papel tenía impreso también el nombre de una hija. Explicó al tatuador que su hija había muerto. "Vienen con nombres, retratos de familia y fotos de mascotas para que se las dibuje". La síntesis de Pyo se repite en cada local.

 

Té inglés y tatuajes

Aunque Tito no soporte "cómo los pibes se ponen esos pantalones que tienen el tiro a la altura de la rodilla", siente atracción por el mundo de "La Bond". Por eso hace unos días llegó al local del Alemán con champaña y caviar. "Porque sí, porque me gusta y además los chicos que se están tatuando nunca habrán comido caviar". Cada tanto se mete en la galería como alguna vez lo hizo en Ibiza: "En una escala muchísimo menor que en Ibiza te sentás en la galería y ves pasar gente".

Tito tiene una notebook en la mesa del comedor donde aguardan corrección unos cuentos. Sirve té inglés y se acomoda un colgante de mostacillas. "Qué por qué lo tengo... --ningunea-- y si otros usan corbata como terminación del cuello yo uso esto. Me gustó." Tito habla del crack del '30 y de un viaje a París promovido por su padre: con chofer, doméstica y una mamá vestida en soirée. Lleva una arandela colgada en la oreja. Es parte del ropaje que lo aleja hoy de aquel yuppie recibido de ingeniero que se encargó de forjar de pibe. "Era un yuppie, iba del brazo con mi mujer por Santa Fe con los cinco chicos y el boxer, no cualquier perro". La remera le tapa el tulipán aunque no puede silenciar el resto del cuerpo. Pasó tiempo hasta que un tatuaje traspasó el límite del vestido. "El Alemán me regaló una lagartija en el antebrazo: esa fue la provocación, porque el tatuaje está a la vista".

Siv Ekeren se decidió en agosto. Tiene 52. Veinte centímetros de piel fueron tragados por un "albatros errante". Es ama de casa, también su hija fue su vanguardia con tatuaje en el tobillo, pero Siv ganó con las proporciones. "Las mujeres de mi edad --farolea--, habitualmente deciden operarse. Yo no lo haría, con mi tatuaje me siento coquetísima". En otro extremo, uno de los viejos tatuadores de la Bond habla del paso de un hombre de 74 por el local. Nunca se había tatuado. Pidió un dragón y la réplica de San Miguel Arcángel en un brazo. Explicó lo indispensable: "Es lo único que me voy a llevar de este mundo". Claudia Pizzi es cultora del género con trece años de experiencia en el tatuado de piel. Promotora del "tatú bijou" (ver aparte) se anima a pensar este nuevo vínculo de los adultos y los pigmentos como "una efecto de la sociedad cada vez más cibernética que existe: frente a esta realidad deshumanizada el tatuaje es la vuelta a lo nativo, a lo compartido. Una reminiscencia al ritual porque también el tatuaje implica dolor y marca". Es el cuerpo en esta búsqueda el que aparece expuesto, una especie de sobreexposición exigida a gritos a raíz de la pérdida de identidad generada por la ausencia del otro. Por eso don Tito se tatúa aunque siempre responda: "Y por qué lo hago, per che me piace".


LOS TATUAJES QUE REEMPLAZAN LA BIJOUTERIE

La moda de las pulseras indelebles

 

Por A.D.

t.gif (862 bytes) Lucía tiene una pulsera pintada en el tobillo. La decisión de tatuarse no fue compleja: "Siempre me gustaron las tobilleras, así que pensé que podía tatuármela directamente". Le pidió plata a una tía, avisó en Esquel al resto de su familia, entró en el local, eligió el tattoo y entregó el pie. Aunque no es la única que tatúa este tipo de diseños, Claudia Pizzi dice haberle inventado el nombre: Tattoo Bijou. "Es simplemente la idea de reemplazar las joyas por un tatuaje". En Buenos Aires, impulsado desde las pasarelas, estos diseños se fueron imponiendo como moda. Las mujeres --no tanto los hombres-- reemplazan ahora aros, pulseras, cadenas y también alianzas por réplicas virtuales.

Las consumidoras de joyas pintadas son el 20 por ciento del gran clan de tatuados. En esta veta del tatuaje existen los clásicos: tobilleras y brazaletes son los más reclamados por adolescentes y jóvenes de hasta 30 años. En tanto, mientras comienzan a pedirse más anillos y aros, son pocos los tatuadores que se animan a dibujarlos. Cada una de esas imágenes pintadas se vuelven marquesinas de exposición permanente para el tatuador. La mano es uno de los sectores del cuerpo de mayor exposición y por lo tanto, desgaste. El pigmento en el dedo se desgasta y como un réquiem puede anticipar la pérdida del aura del creador. El bijou intenta reproducir en detalle los brillos que suele tener el metal y las precisiones decorativas de las artesanías.

"En muchas ocasiones, mujeres de edad o incluso modelos suelen utilizar el bijou como reparador de cicatrices o manchas", explica la cosmiatra Alicia Runza. Para Pizzi el bijou no es una cuestión de moda. De este modo la mujer busca quitarle al tatuaje cualquier vínculo con lo efímero. "Simplemente no es moda porque no pasa, queda para toda la vida. Lo que sí puede ser una moda es el diseño del tatuaje, como en este momento lo es lo tribal o los delfines en las chicas".

El bijou está ubicado en un punto intermedio entre lo que se considera el tatuaje en general vinculado a lo artesanal y la micropigmentación o maquillaje permanente como trabajo estético. El delineado de cejas, párpados y labios se convirtió en fuente de ingreso constante en los locales de tattoo. "Antes las mujeres grandes --cuenta un tatuador-- no se atrevían ni siquiera a pisar la galería". Mientras repinta cada pelito en la zona de las cejas de una mujer, Pyo dice: "En Pozzi les hacen el trabajo cobrándoles cuatro veces más, ahora vienen directamente con nosotros". En cada local de la galería Bond Street el diagnóstico se repite. Ahora ellas también se atreven a mezclar sus cuerpos voluptuosos entre lo rasta, lo fashion, lo tecno y underground fusionándose en el clan de los tatuados.

 

 

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