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La medicina de Tyson es volver

Negarle la vuelta al boxeo hubiera sido un castigo extra. Es un caso tan polémico como el conflicto de la NBA o el Sexgate.

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Por Emilio Coppolillo Bianco

t.gif (67 bytes)  "Mike Tyson está mentalmente apto para retomar el boxeo. El riesgo de que reincida es débil", es la síntesis del informe del equipo médico del hospital general de Massachusetts, que examinó al ex campeón de los pesados durante seis días. En ese informe se basó la Comisión de Boxeo de Nevada para devolverle la licencia.

La polémica por la habilitación conmovió a la opinión pública de Estados Unidos, tanto como la contraversia NBA: patrones-jugadores y apenas por debajo del affaire Clinton-Lewinsky, habano incluido. Al igual que con el ex gobernador de Arkansas las opiniones sobre el boxeador nacido en Brooklyn son bien divididas: se lo toma o se lo deja, frase muy al gusto de una sociedad tan afecta al uso de las categorías "bueno" o "malo", como si fuera un bebé en la posición esquizoparanoide según la concepción de Melanie Klein. Pero a la hora de juzgarlo, ¿cuánto es lo que influye su conversión al islamismo, el nuevo enemigo desde la caída del Muro de Berlín? ¿Cuánto es lo que pesa el tatuaje de Mao que luce desde su salida de la prisión de Indiana? ¿Cuánto gravita su imagen de "negro malo", lejos del modelo de los "negros buenos" como Jordan o Woods? ¿Cómo pueden escandalizar sus declaraciones a Playboy cuando se calificó como "una persona que lleva mucho odio adentro"?, proviniendo de un hombre al que el rencor lo acompaña desde su pobre y triste infancia en el Bronx, carente de sostén familiar, que fue internado en un reformatorio a los 12 años, que salió del anonimato para transformarse en un producto comercial, valorado por los millones que produjo y cuya mayor parte terminó en los bolsillos de otros.

"Estar en el hueco fue bueno, pero el boxeo es mi salvación", dijo alguna vez Tyson, refiriéndose a sus tiempos de prisión. Y para una persona que vivió enfermo de "soledad", el boxeo es un vehículo para reorientar su vida, por supuesto con un acompañamiento terapéutico. Negarle esa posibilidad, hubiera sido cometer el mismo error que se cometió con la adicción a las drogas de Maradona o Caniggia. En una sociedad en la que la polaridad premio-castigo es glorificada, Tyson pagó de verdad. Pagó con tres años de cárcel su delito de violación, el mismo por el que, en circunstancias muy parecidas, no se pudo condenar a John John, el hijo de John Kennedy. Tyson ya pagó con una vida careciente hasta aquí del valor más importante: el afecto. ¿Cuánto más es lo que tendrá que pagar?

 

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