"Voy a dormir nodriza mía"
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Por María Moreno "Mar del Plata, 25. En un espigón de la playa La Perla se ha encontrado un zapato que perteneció a Alfonsina Storni, por lo que se supone que la infortunada poetisa se arrojó al mar desde ese lugar, de acuerdo al propósito que había exteriorizado en algunas oportunidades. Se confirma que el cadáver de la poetisa fue descubierto flotando sobre el mar, a poca distancia de la playa, por un vecino de Balcarce llamado Goliat Gigante (sic)." Con esta nota, publicada el 25 de octubre de 1938, el diario Pregón de Buenos Aires informaba sobre el suicidio de aquella a quien el afecto popular despojara de su apellido llamándola simplemente Alfonsina. Un zapato perdido como en La cenicienta, el tardío salvataje de un "gigante" daban a ese final un efecto literario. Como otras glorias nacionales Alfonsina Storni había nacido en otra parte --en su caso la Suiza italiana-- en 1892. Muy pobre pronto supo acostumbrarse a ganarse el pan sin fijarse en que el solo hecho de pisar la calle constituía para una mujer, en la Argentina de principio de siglo, una actitud de pecadora. A sesenta años de su desaparición la crítica está empezando a sospechar que la poeta era algo más que un arquetipo popular de mujer emancipada. Más una artista cabal que una precursora, alguien que se ha elevado por sobre el destino que su tiempo ofrecía a su género y no un simple ejemplo de coraje. Se la recuerda jugando al truco en el Castelar, rompiéndose las medias contra las mesas rústicas del Génova, adonde iba con la banda de la revista Nosotros o yendo a "lo del médico" del brazo de Quinquela Martín. Se la asocia a un feminismo larval, a una poesía de hembra en celo pero sosegable en los declamados de salón, a un mito pasado por la boca de Mercedes Sosa (ver nota aparte). La crítica y poeta Delfina Muschietti, que está a cargo de la selección de las Obras Completas que próximamente publicará Losada, ha afinado sus lecturas rescatando además a la otra Alfonsina, la periodista. Ella recoge los trabajos que la poeta publicó en revistas como La nota , Caras y Caretas y Fray Mocho o en diarios como La Nación adonde ésta se muestra como una aguda editorialista de la vida cotidiana. Pero es su "densidad estética" --la expresión es de Beatriz Sarlo-- lo que Muschietti quiere rescatar: "Me alucinó la diferencia discursiva entre los poemas --que al principio yo veía como estereotipados-- y la voz periodística. Y esa lucha entre géneros se da sutilmente dentro de los poemas mismos. Lucha esquizofrénica entre lo que yo llamo 'la voz mendicante' o la de la 'pobre sensitiva' como Alfonsina se llama a sí misma y la de la que habla desde, por ejemplo, 'La loba'". Porque Alfonsina, recuerda Muschietti, "era capaz de escribir algo como 'Oye', en donde dice: 'Yo seré a tu lado silencio, silencio/ perfume, perfume, no sabré pensar,/ No tendré palabras, no tendré deseos, Sólo sabré amar' y, al mismo tiempo, 'La loba' donde afirma 'yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,/ Que yo no pude ser como las otras, casta de buey/ Con yugo al cuello'. Allí se aparta del rebaño, del coro, pero no sólo del poder masculino sino del de las mismas mujeres que se someten al sistema patriarcal. Estas dos voces se van tramando hasta llegar a los textos autoparódicos como 'Fiesta', donde la voz del poema luego de describir una idílica escena de playa con núbiles criaturas afirma 'Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco/ contemplo el mar lejano, negro y fosco...' o 'La ronda de las muchachas' que termina con un mordaz: 'desde viejas edades/ ¿Quién se puede quejar?/ Nos crían muy rosadas/ para el buen gavilán'." Muschietti prepara además un libro de ensayos adonde planea la provocación de colocar a Alfonsina en constelación con Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo. Allí se asombra del misterioso hecho de que estos tres autores tengan algo así como un libro perdido: Ortiz, El aura del sauce; Oliverio, Diario de un salvaje americano; Alfonsina, Poemas de amor, unas prosas profanas que ahora, según Muschietti, parece estar reescribiendo la uruguaya Marosa Di Giorgio. Muschietti descubre a la Alfonsina lúcida que cuando se le pregunta en 1919 quiénes son las grandes de la poesía latinoamericana responde: Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delmira Agustini. En 1938, invitada a Montevideo, ella será la cuarta estrella de esa "Cruz del Sur" poética. Alfonsina no nació en cuna de oro: fabricó sombreros, cantó en piringundines, fue empleada de farmacia hasta que algunos amigos letrados de dieron su ayuda creándole una cátedra en el Instituto Lavardén y otorgándole otra en el Profesorado de Lenguas Vivas. En rigor era maestra rural, recibida en Coronda y empleada intermitentemente, siempre utilizando el privilegio de su voz, un poco áspera y que carecía de los chirridos femeninos que exigían los manuales de urbanidad pedagógica. Su pobreza la hizo reírse desde muy temprano del "arte por el arte", una ventaja de rentistas, y a exigir su paga artículo por artículo, nota por nota. "Tenía una escritura muy rigurosa y con una mirada muy materialista --cuenta Muschietti--, siempre estaba develando lo que es ideología y lo ponía en contacto con condiciones materiales. En el veinte escribió en La Nación una nota sumamente irónica sobre por qué las maestras se casan jóvenes y la ecuación que hace es que la corbata que enamora a la maestra en realidad esconde a un empleado con 250 $ de sueldo. La mujer "que se dejó las canas" en tiempos en que florecían las flappers de melena oxigenada a la garçon y que empezó escribiendo en formularios de correos sabía que las condiciones materiales hacen que para ser un cisne rubendariano no hay que ser "pato". Por eso alguna vez gritó por escrito, a tono con los enunciados de Roberto Arlt, en pro de un arte sin tiempo para el lujo de la bella escritura, pero con la fuerza de un cross a la mandíbula: "Lanzada a la corriente de la vida, como la mayor parte de las mujeres de las ciudades modernas, a la conquista del diario puchero, añorando siempre la protección de un ala masculina, que deserta, porque en la dura lucha por el centavo que caracteriza al siglo, apenas si tiene energía para protegerse a sí mismo". Muschietti descubrió un artículo donde Alfonsina se adelanta a Virginia Woolf cuando al escribir Un cuarto propio concluía que las mujeres para ser novelistas debían tener un cuarto propio y 500 libras al año. Alfonsina argumentó con ideas parecidas casi diecisiete años antes explicando la emergencia de tantas poetas mujeres en la imposibilidad material de enfrentarse al tiempo arduo de la novela. En un cuento escrito en primera persona por una araña llamada Cuca que es asesinada por quien la cuida, Alfonsina, por boca de insecto, deja claro su credo de pobre: "Cuando matan a la araña --cuenta Muschietti-- uno de los personajes que está en el hotel dice algo así como 'pobre tarántula' haciendo el elogio del ocio, la intimidad, la vida contemplativa, entonces el cuento cierra con algo así como 'Yo, Cuca, escribo esto para venderlo y te demuestro que los hombres no vivimos en vano como bichos'. En ningún momento cae en el mito de la literatura por la literatura". La loba amó y mucho. En la lista figuran Horacio Quiroga, el periodista casado y rosarino del que tuvo un hijo y algún ejemplar más romántico como el que, en el puerto de Montevideo, la despidió encendiendo desde el muelle luces en forma de corazón mientras ella se alejaba rumbo a Buenos Aires, según testimonio de Juana de Ibarbourou. Por eso en 1927, cuando el crítico Edmundo Guiburg destrozó su obra El amo del mundo por considerar que dejaba muy mal parados a los hombres, Alfonsina respondió aireada: "¡Me he pasado la vida cantando al hombre! Trescientas poesías de amor, Guiburg, trescientas, todas dedicadas al bello animal razonador. ¿Por qué no me han agradecido esto, antes, en largos y particulares artículos de loa, así como ahora se enconan conmigo, según usted, porque trato mal a uno, a uno solo, a un caso, mientras sigo adorando al resto, dispuesta siempre a morir por el magnífico enemigo?". Si bien Alfonsina no se casó, tampoco parecía amiga del matrimonio contra el que lanzaba pullas y mofas de soltero calavera. "Clarissa Daloway, el personaje de Virginia Woolf --dice Muschietti-- le explica a su amiga que, cuando están juntas, las dos son felices porque se sienten protegidas de la catástrofe del matrimonio que se avecina, como hablando desde una complejidad horizontal que las protege de eso que inevitablemente va a llegar. Y Alfonsina piensa lo mismo. A veces utiliza el recurso de la carta, por ejemplo Carta de una joven novia, adonde devela los peros del matrimonio. O el del decálogo como el de la niña cazanovios, formado por una suerte de diez mandamientos y donde uno es 'no robarle a la amiga el novio pobre'". En 1935 un médico le detectó un cáncer de un pecho. Se lo extrajeron, pero luego rehuyó el tratamiento. Con ironía declaró que, en lugar del pecho perdido, va a colocar una lata vacía y a dispararse. Le cuenta el chiste a Manuel Ugarte y lo recoge Graciela Gliemmo en su biografía-ensayo Alfonsina Storni: el cerebro y la pasión. Alfonsina --dicen-- era par de los varones aunque no encontrara en ninguno de ellos un amor simétrico que ella pudiera reconocer como tal, impar entre las mujeres --era la loba, la oveja descarriada, la loca que canta en el dancing, la que no tiene plata para comprarse medias--. Cuando muere, no sólo sigue siendo una mujer "despareja" sino que le falta un pecho. En su poema final 'Voy a dormir', que envía un día antes de su suicidio a La Nación, se permite una pequeña venganza, ella que tanto esperó: hacer esperar: "Ah, un encargo,/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido". En los textos de Alfonsina, en su leyenda, siempre aparece un exceso de coacción: la pobreza, las dificultades de vivir contra el rebaño, lo inevitable de ser diferente y su precio. En ese caso el motivo de su suicidio --una enfermedad incurable-- no sería más que una oportunidad, el suicidio, un acto de soberanía. Alfonsina se toma revancha sobre ese ineludible cuerpo a cuerpo con los otros y el mundo, adelantándose con un gesto al fin de la metástasis: la muerte. Y esa soberanía la saca de la pequeñez de quien teme el dolor, la degradación, la huida del deseo de los otros, sobre todo la excluye del suicidio "femenino". Para el psicoanálisis la muerte no tiene inscripción en el inconsciente: no habría correlato entre suicidarse, perder la vida de la propia mano y elegir la muerte. Por eso Alfonsina dejó escrito en su mesita de luz: "me arrojo al mar" y no "me mato".
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