Por Martín Granovsky desde Londres
Es curioso: un
gobierno jaqueado por la venta de armas conseguirá su mayor logro diplomático mediante
la promesa de que podrá comprarlas. Durante la visita de Carlos Menem al Reino Unido, que
comenzará mañana por la tarde, el gobierno de Tony Blair guiñará un ojo a los
argentinos para darles a entender que buena parte de las restricciones vigentes desde el
embargo de 1982 podrán pasar a la historia. La palabra que ha usado el canciller Robin
Cook es relax. Relajar el embargo es la mayor contribución británica para
que, en la escueta agenda malvinense de su gira, el presidente argentino pueda llevarse
algo más que el recuerdo de las hojas amarillentas de los parques de Londres.
La visita es cada vez más simbólica para ambas partes: ya está claro que, como lo
adelantó en exclusiva Página/12 hace 20 días, no habrá ninguna negociación sustancial
sobre el problema de la soberanía, que aparece como el costado inquietante de una más
que apacible relación bilateral.
Las conversaciones para la compra legal de armas podrían comenzar el 10 de noviembre,
sólo nueve días después de la última actividad de Menem en el Reino Unido. El rélax
se llama Rolls Royce. Esa es la marca del motor de las fragatas que utilizan tecnología
similar a la británica.
La edición dominical del conservador Daily Telegraph reprodujo la alegría de los
militares británicos que ahora confían en asesorar a sus camaradas argentinos sobre la
forma de reestructurar las Fuerzas Armadas. Inclusive planean intervenir el año que viene
en el Operativo Unitas, de las marinas americanas.
Cook repitió ayer por la mañana, en un desayuno por televisión, que lo importante
es que el presidente de la Argentina ha expresado que lamenta profundamente la guerra de
las Falkland y que llegará aquí como un acto de reconciliación.
El secretario del Foreign Office aludía así al célebre artículo de Menem en el diario
amarillo The Sun, que éste tituló como un pedido de disculpas, y en cuya redacción los
miembros del gobierno inglés ya se jactan abiertamente de haber participado.
Con unos, relaciones carnales. Con otros, cartas de amor. Y con los terceros, los
isleños, una política de seducción que el propio Menem hizo atenuar ayer en el
reportaje que concedió a Télam (ver aparte) cuando dijo que también cuenta la opinión
de 35 millones de argentinos.
Menem, que había protestado en los últimos días contra el embargo como una acto de
discriminación injusta, según diplomáticos argentinos y británicos ya
acordó cómo será el monólogo que seguirá al monólogo inglés.
Los británicos dirán que la soberanía sobre las Malvinas no está en discusión.
Explicarán que el valor supremo es el deseo de los isleños, que el canciller Guido Di
Tella reconoció como superior a sus intereses, y dirán lo que todo el mundo sabe: los
isleños desean seguir siendo británicos y, entonces, impedírselo sería un acto
antidemocrático de la corona.
Menem le dirá Blair que la Argentina quiere discutir la soberanía sobre las islas, y tal
vez repita ante el primer ministro la idea, machacada la última semana por el Gobierno,
de que sería bueno avanzar hacia la soberanía compartida.
Los británicos insisten en que, al contrario, eso sería malo. El gobierno argentino no
ha logrado persuadir ni siquiera a los asesores diplomáticos de Eduardo Duhalde ni, menos
aún, a los de la Alianza, sobre que sea mejor una propuesta de soberanía compartida que
otra de soberanía a secas. Si ambas son impracticables, dicen los críticos en el
duhaldismoy en la Alianza, la primera tendría el defecto adicional de que concede a los
británicos un antecedente: la Argentina admite de derecho la jurisdicción que los
ingleses ejercen de hecho sobre las islas. Hasta ayer, al menos, la idea de Carlos Menem
no había conseguido entusiasmar ni siquiera a su hermano Eduardo Menem, a quien asesora
el consejero de Duhalde Mario Cámpora y a quien el Financial Times señala como el ala
dura de la Argentina en la comitiva de Menem.
La agenda (o la falta de ella) no incluirá ningún acuerdo sobre petróleo, dijo un
diplomático argentino de alto rango a Página/12, ni tampoco sobre pesca. El primero, en
rigor, no lo buscan ni los ingleses ni los argentinos, sobre todo desde que vienen
fracasando las perforaciones en los alrededores de Malvinas. Con el segundo ocurre algo
opuesto. Un británico muy bien rankeado en el Foreign Office no pudo ocultar un brillo en
los ojos cuando este diario le preguntó si lo que verdaderamente alegraría a la corona
es un tratado de pesca de largo plazo. Sería muy importante, dijo, pero
aceptó conocer que ésa es la única herramienta poderosa de la Argentina, que ahora
controla la zona donde nace el calamar y por acuerdo podría tener que compartirla, es
decir, perderla a manos británicas.
Ladies and Gentlemen, desde mañana, con ustedes, la diplomacia de los monólogos.
La sombra de Pinochet La
semana laborable que comienza hoy podría ser la semana de Sudamérica en el Reino Unido.
Esta misma mañana (ver páginas 4 y 5) abogados de Augusto Pinochet y querellantes
presentarán sus argumentos ante la Justicia y el jueves o el viernes podría resolverse
la competencia de Baltasar Garzón en la causa por las desapariciones del Plan Cóndor,
que coordinó la represión en el Cono Sur en la segunda mitad de los años 70.
Menem llegará mañana a Londres, y nada preocupa más a los diplomáticos encargados de
su viaje que una visita asociada a la suerte del dictador chileno. Como el gobierno de
Tony Blair tiene solo un interés moderado en aprovechar políticamente el caso Pinochet
le es útil con la Izquierda Laborista, pero le crea demasiados problemas con los
conservadores sus funcionarios han salido involuntariamente en ayuda de Menem.
Subrayan que la visita no tiene nada que ver con la extradición y no admiten la tesis de
Margaret Thatcher según la cual el Reino Unido no debe reconciliarse con la Argentina
mientras castiga al ídolo de los fascistas chilenos. El mismo Blair lo dijo en la
entrevista con Clarín que formó parte de la ofensiva de ambos gobiernos por desparramar,
aquí y allá, ondas de amor y paz.
Carlitosway
Por Mario Wainfeld
El presidente Carlos Menem tendrá una semana
viajada. Hoy asistirá en Brasilia a la firma del tratado de paz entre Ecuador y Perú.
Luego volará a Londres en pos de una cita que anhela hace mucho y, es posible predecirlo,
no saldrá como él soñó: el viaje no le dará un sitial de estadista, ni vendrá con un
pedazo de Malvinas o de re-re bajo el brazo.
La hiperquinesis es una marca de fábrica de su estilo, pero Menem no es el único peso
pesado de la política argentina que se desvela por viajar fuera del país. Fernando de la
Rúa, Eduardo Duhalde y Graciela Fernández Meijide también se han esforzado por mostrar
buenos contactos en el exterior. Se piensa que eso da aires de estadista y cosecha votos.
Hipótesis que tiene al menos dos contras: no se le conoce corroboración empírica alguna
e implica una subestimación del electorado, al que se supone pasible de creer que la
aptitud de gobernar se adquiere por contagio.
Para colmo, ambos viajes se complicaron. El mérito de haber sido garante de la paz entre
Perú y Ecuador se opaca por haber vendido armas a este último país (por añadidura,
sobrevaluadas y de mala calidad).
En el viaje a Inglaterra metió la cola la historia. La estulticia de Augusto Pinochet y
la tozudez de Baltasar Garzón relegarán al presidente al ingrato rol de segundón y lo
obligarán a ocuparse de su flanco internacional más patético: el de los derechos
humanos. Para dificultar aún más la cosa, algunos allegados lo persuadieron de pergeñar
una brancaleónica operación periodística cuyo símil conceptual sería que Margaret
Thatcher pactara algo con Crónica.
De todas maneras, salió la semana pasada en la tapa de dos diarios ingleses y ahora va
por más. Como ocurre con la mayoría de sus colegas, Menem tiene dos ambiciones
acumulativas: ocupar el centro de la escena mediática y recoger elogios. No logrará los
dos objetivos, pero tiene uno asegurado: por unos días será protagonista casi
excluyente. Y está convencido de que salir en la tapa de los diarios, aún para ser
criticado, es mejor que no existir. Ese piso le está garantizado al
presidente de los argentinos que como River, el equipo de sus amores cada vez
tiene más dificultades para ganar de local. |
MENEM SUGIERE MANERAS DE RECUPERAR LA
SOBERANIA
Buscar fórmulas imaginativas
Carlos
Menem aseguró ayer que no renunciará al reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas y
que intentará recuperarlas a través de fórmulas imaginativas. El Presidente
basó su pedido en una cláusula transitoria, que se incluyó en la Constitución nacional
durante la reforma de 1994, donde se nos obliga a retomar el camino de las
negociaciones por la vía pacífica.
En un intento de seducir al primer ministro inglés, Tony Blair, Menem incluyó otro
argumento para su propuesta: El gobierno británico ha mostrado que no le faltan
audacia ni valentía en casos como el de Irlanda (del Norte), donde se han dado pasos muy
importantes en un tema que sin dudas es más complejo de resolver que el que nos
ocupa, dijo en un reportaje a la agencia Telam.
El jefe de Estado, que intentó borrar con el codo el párrafo de una carta que había
firmado y enviado al diario sensacionalista británico The Sun en el que solicitaba
disculpas por la guerra de Malvinas aseguró que el desarrollo del
conflicto bélico fue un intento de un gobierno de fuerza, que había arrebatado la
democracia a los argentinos, de manipular legítimas aspiraciones del pueblo por medios
violentos y anómalos.
El trato hacia los kelpers fue muy diferente. Menem les reconoció el derecho a libre
determinación, pero luego se apoyó en la ONU para contraatacar. Las Naciones
Unidas han establecido claramente que el de las islas Malvinas es un caso especial de
colonialismo en el que existe una disputa de soberanía y que, por sus características,
no admite la autodeterminación como una forma de solucionarlo,
manifestó el Presidente.
Otro dardo fue su reclamo para que la opinión de 35 millones de argentinos
también sea escuchada. A partir de esa frase inició una escalada. En esta época
de globalización que nos toca vivir, me resultan mucho menos comprensibles algunas
actitudes aislacionistas que conspiran contra sus propios intereses (en referencia a
los isleños), disparó el primer mandatario.
También rechazó cualquier posibilidad de que a los kelpers se les conceda una especie de
autonomía o que Gran Bretaña permita la independencia de las islas Malvinas. A pesar de
las reiteradas negativas del gobierno británico a que durante la gira presidencial al
Reino Unido se mencione la palabra soberanía, Menem volvió a plantar la
necesidad de conversar sobre el tema.
Aunque les ofreció una nueva relación basada en cuatro pilares: educación, economía y
negocios en conjunto, y olvidar la guerra de 1982. Ellos se beneficiarían
culturalmente al estrechar sus vínculos con una sociedad que reconoce un gran desarrollo
en esa materia. Además la intensificación del comercio con el continente les traería un
progreso económico más estable y por último, en lugar de viejos rencores, juntos
daríamos paso a una cooperación constructiva.
En el contexto de las excelentes relaciones bilaterales que en general mantenemos
con Londres, podemos ir dando pasos hacia el objetivo de sentarnos a conversar sobre el
tema como nos lo pide la ONU. La comunidad internacional ha encontrado vías para resolver
diferendos parecidos, y para todas las partes involucradas será bueno encontrar una
solución consistente, concluyó.
REPORTAJE A GARCIA del SOLAR
Menem no debería viajar
Es radical, pero a comienzos del
gobierno de Menem aceptó negociar con los británicos la reanudación de las relaciones.
Ahora, explica por qué el Presidente no debe ir a Londres. |
|
Por M. G.
Fue embajador en Naciones
Unidas, en Moscú y en Washington. Renunció dos veces a la Cancillería. El 1946, con el
primer peronismo. Y en 1966, por el golpe contra Arturo Illia. Lucio García del Solar
recién volvió al servicio exterior en 1982, cuando después de la guerra de Malvinas, a
la que se opuso, la Multipartidaria negoció su presencia en Estados Unidos para que
apoyara desde allí la transición a la democracia. En 1989, cuando Domingo Cavallo, el
primer canciller de Carlos Menem, lo llamó para normalizar los vínculos con los ingleses
que la guerra había pulverizado, aceptó enseguida. Soy un diplomático de carrera,
ya había trabajado a finales de Alfonsín en una fórmula de reserva de soberanía, esa
que habitualmente se llama paraguas, y me convocaba un gobierno constitucional. ¿Por qué
no iba a aceptar?
¿Por qué sí?
Para sacar a la Argentina de su aislamiento del mundo que cuenta en comercio y
finanzas. El Reino Unido ejercía una gran influencia en los organismos financieros.
Primero se firmaron acuerdos para levantar prohibiciones comerciales y reestablecieron
comunicaciones aéreas y navales. El Reino Unido se comprometió a no obstaculizar más en
los centros financieros los planes argentinos. Se aprobó un conjunto muy importante de
medidas que superaron inconvenientes derivados de la guerra. En ese momento la Argentina
no tenía posibilidad alguna de exigir una negociación de soberanía al país que había
ganado una guerra que nosotros provocamos. Lo más conveniente era poner esa relación en
un estado de normalidad para que después, con el tiempo, pudiéramos presionar en favor
de las negociaciones.
¿Con qué fuerza real?
Tenemos pocas posibilidades. Pero Menem, por ejemplo, no debe ir así a Londres.
Debió haber condicionado su visita al reestablecimiento de las negociaciones sobre la
soberanía interrumpidas en 1982. No es válido que porque ganaron una guerra de la cual
los gobiernos democráticos argentinos no son responsables los ingleses abandonen el
compromiso de negociar pacíficamente con la Argentina que habían aceptado ante la ONU.
¿Cómo es posible que el Reino Unido haga un acto inamistoso como el de negarse a una
reunión anual para conversar sobre fórmulas, en la misma forma en que reúnen con los
españoles por Gibraltar y lo hacían con los chinos para Hong Kong?
Pero Menem quería ir a Londres. Tomó él la iniciativa.
Sí, en el marco de ilusiones muy fuertes. Menem creyó que la normalización de
relaciones, absorbida sin resistencia por la Argentina, abriría también las puertas de
la negociación sobre la soberanía. Y la verdad es que nuestras buenas relaciones no
bastan para tener la capacidad de persuasión, digamos, Arabia Saudita, India o Canadá,
aunque es probable que si los intereses comunes adquieren un volumen mayor nuestra
influencia ante el gobierno británico y ante la City pueden llegar a tener el poder
necesario para que a los británicos les convenga modificar su posición en el tema de las
Malvinas.
¿En qué plazo?
Largo. Siempre lo he dicho. Los gobiernos que han querido acelerar soluciones,
incluso en cierta medida el de Alfonsín y el actual, no lo lograron. Piénsese, en
cambio, en Gibraltar, una larga negociación con distintas situaciones. Por ejemplo, con
trabas de España a los habitantes de Gibraltar para el movimiento de personas y aviones.
¿La Argentina debería hacer lo mismo con los malvinenses?
Vista la oposición cerrada de los isleños a reestablecer el tipo de comunicaciones
que había entre las islas y el territorio continental argentino antes de 1982, la
Argentina podría obstaculizar el acceso a las islas que se hace por avión, desde Chile y
desde Uruguay, mediante la no concesión del permiso para utilizar el espacio aéreo. Es
una medida antipática, que el Gobierno nunca quiso utilizar. Los británicos deLondres
protestarían. Pero también protestan por Gibraltar y eso no impide que sean socios de
España en la Unión Europea de la OTAN. En la relación bilateral, cuando los británicos
quieren algo hacen sentir que si no lo logran se podría perjudicar la relación. Otra
medida antipática sería pescar excesivamente en las fuentes de reproducción del
calamar, en nuestra costas al norte de las Malvinas, interfiriendo el proceso migratorio
natural de esa especie hacia las islas, que es donde se pesca como base de los grandes
beneficios económicos que han transformado las islas. Esa medida sería contraria a la
obligación de colaborar en la conservación de las especies ictícolas, que forman parte
de la defensa del medio ambiente. El gobierno, con buen criterio, piensa que iniciativas
de esa naturaleza, agresivas contra los malvinenses, no ayudarían a que los isleños
abandonaran su rechazo a los contactos con el territorio. Pero en política exterior hay
formas sutiles, reservadas, elegantes y claras de enviar mensajes a la otra parte. Claro
que esto es contradictorio con un canciller que durante años ni pronunció la palabra
soberanía.
¿Por eso ningún dirigente de la Alianza viaja mañana a Londres?
Viajaría si hubiera una política de Estado con diferencia de matiz, no de fondo,
entre los partidos. La política de Menem es extremista.
¿Por qué extremista?
No tiene en cuenta ninguna tradición diplomática. El símbolo son las relaciones
carnales, con la Argentina perdiendo independencia de criterio y alejándose de los otros
latinoamericanos.
¿Usted hubiera sido más antinorteamericano que Menem?
Menem tuvo un reflejo atinado: se dio cuenta de que, terminada la guerra fría, los
Estados Unidos pasaron a ser la única nación líder, y eso obligaba a producir cambios.
Pero al aplicar esa política Menem descartó los reaseguros de una diplomacia
independiente, como la solidaridad con el resto de América latina y sobre todo la
coordinación con los países del Mercosur. El problema de las relaciones carnales es que
la visión del mundo de Estados Unidos, una gran potencia comprometida con otras regiones,
no puede ser la misma que la de los latinoamericanos. Entonces, no es conveniente aceptar
siempre las decisiones del Departamento de Estado. Otra cosa que impide una Política de
Estado es el uso interno de la diplomacia. Cuando estaba planteada su primera reelección,
Menem improvisó una salida para los Hielos Continentales. El apuro llevó a un error que
con el tiempo se ha rectificado. También se usa la política externa para la interna
cuando el Presidente habla de una solución en las Malvinas antes del 2000.
¿Quién tiene razón en el caso Pinochet? ¿El juez Garzón o el gobierno chileno?
Las dos partes tienen razón. Y lo positivo es la tendencia a crear mecanismos
internacionales para injuiciar a quienes a han hecho víctimas de sus violaciones de los
Derechos Humanos.
¿Cómo debiera resolverse el caso?
Es importante que los responsables de genocidio tengan su castigo.
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