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SUBRAYADO
Mala noticia peor negocio
Por Julio Nudler

Es sabido que los periodistas vivimos de las malas noticias porque el público las prefiere a las buenas, o eso es al menos lo que suponemos. Pero la economía de mercado, que es tan vindicativa como otras religiones, nos convierte en víctimas de esas mismas malas noticias. En el caso de los especializados en economía, una novedad que siempre bienvenimos es el comienzo de una crisis y su posterior agravamiento. Sin embargo, como vienen de explicar Aline Sullivan y Philip Segal, los diarios son las primeras víctimas de los derrumbes bursátiles a los que, eufóricos, consagran grandes titulares.
Esto es así porque los periódicos suelen vivir de la publicidad, y éste es el primer gasto que las empresas reducen cuando el clima económico se ensombrece. Esta correlación, que vincula estrechamente la suerte que corre un editor a la de la economía local, está llevando a que los empresarios del papel entintado busquen desarraigarse, comprando diarios de otros lugares y, sobre todo, mitiéndose en otras ramas no gráficas del negocio. Huyen así del castigo de los especuladores, que ven con malos ojos a la empresa cuya fortuna está atada solamente al periodismo y, peor, en un único sitio.
No hay, sin embargo, ninguna vacuna segura. Dow Jones, que publica The Wall Stree Journal, además de algunas revistas, y participa en el negocio televisivo, ha estado echando gente y recomprando sus propias acciones para apuntalar su precio. En un extraño reciclaje, las caídas del índice Dow Jones abatieron a Dow Jones empresa. En todo caso, la contaminación del periodismo por los negocios se extiende como el aceite en el capitalismo. Los editores tienen un ojo en su diario y el otro en los demás intereses que poseen, con lo que para ellos verdades hay más de una.
Dentro de este negocio cada vez más global, la Argentina es una plaza relativamente modesta, con 2,3 millones de diarios vendidos cada jornada (números de 1997), que no son muchos al lado de los 72,7 millones de Japón, los 56,7 millones de Estados Unidos, los 25 millones de Alemania, los 24,9 millones de India y los 18,4 millones de Gran Bretaña. El dato para Brasil es de 6,9 millones.
Los editores tuvieron suerte dentro de todo porque el diario es un bien no transable: no se puede importar un periódico extranjero y dejar de leer el local. La apertura, por tanto, no los afectó como a los fabricantes de juguetes o cami-sas. Quién sabe si en ese caso les hubiese ido mejor. Pero los capitales se mueven, y el lector argentino ya casi no sabe –como no lo sabe el europeo ni el estadounidense– en qué otros negocios anda el dueño del diario que lee.

 

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