MALVINAS entre la indiferencia y la responsabilidad
Por Eva Giberti |
La guerra de Malvinas reflotó sus recuerdos en las vísperas del viaje del Presidente y su comitiva. El hundimiento del "Belgrano", las donaciones destinadas a los combatientes que no llegaron a destino, los muertos que no pueden ser visitados por sus familiares en el cementerio de las islas, casi todo retornó en el horizonte de una negociación política-económica a cargo de las autoridades argentinas e inglesas. Más allá de la cual, la fotografía de una banderita argentina agitada por la mano de un niño, reiterada durante la guerra y repetida en la actualidad, funciona como símbolo de afirmación de nuestra soberanía y vincula a los chicos con la idea de una identidad nacional marcada por el despojo de las Malvinas. Aprendemos que somos parte de una nación cuando la soberanía y la ciudadanía recortan los límites del territorio en el que vivimos, así como del entorno y sus características; y cuando articulamos las memorias que reconstruyen la historia del país, las filosofías y las diversas formas de moral que caracterizan el estilo de vida de ese mundo en el que crecemos. Actualmente la nación se entiende como una forma de la soberanía, lo que al mismo tiempo implica la presencia de un espacio político asociado con la economía-mundo capitalista. Los textos que se ocupan de la identidad nacional configuran una multitud pero los últimos aportes, los de Giddens principalmente, apuntan a la relación entre el Estado, a cargo de la creación de la nación y la construcción de una identidad nacional merced a sus operadores simbólicos: el derecho y el mercado. Al mismo tiempo se abren interrogantes acerca de la crisis del Estado-nación. En paralelo con esta búsqueda de definiciones de identidad cultural, la modernidad potenció la individuación, y propició el reconocimiento de lo multicultural. Es decir que mientras "nos sentimos más argentinos" al defender el derecho que tenemos sobre Malvinas, para lo cual homologamos elementos que permiten la coincidencia entre los ultranacionalismos, las izquierdas y las derechas, reconocemos la necesidad de incorporar en nuestra cultura las diferencias que surgen de las diversas etnias que sobreviven en nuestro país, las diferencias que resultan de distintas prácticas religiosas y de diversas perspectivas culturales en todos los campos. Todo ello ocasiona un repertorio heterogéneo que genera tropiezos en la pretensión de una identidad nacional que pueda ser rigurosamente descripta. Sin embargo, ante el despojo de las islas Malvinas, la ciudadanía enciende sus reservas nacionales y argumenta en favor de su restitución, menos aquellos que se preguntan "¿para qué queremos esas islas? Tenemos la mitad del país deshabitado, ¿para qué más tierra?". Esta simplificación, que es la antítesis del nacionalismo fundamentalista, desconoce la importancia simbólica de la tierra de origen: formar parte de una nación o de un país mutilado por la intervención de una potencia avasalladora nos coloca en la posición de quien ha sido desprovisto de un bien propio por medio de la fuerza. También nos advierte acerca del escaso cuidado que nuestra nación le dedicó a esa porción de tierra antes de la invasión, y posteriormente, cuando desde el gobierno represor se diseñó una guerra que complicaría los intentos de la diplomacia. Esta perspectiva es la que corresponde añadir para preguntarnos acerca de la idea que teníamos respecto de las islas, cuando parecía que su reintegro no interesaba (no se les contaba su historia a los chicos ni a los adolescentes ni a los jóvenes), y posteriormente cuando un mandatario delirante y sus acólitos convocaron a los adolescentes y a los jóvenes para compaginar un rescate improbable. Dadas las actuales coincidencias ideológicas alrededor de las Malvinas, será conveniente aprovecharlas para revisar nuestras políticas históricas, teñidas por la indiferencia acerca de las islas. Las coincidencias actuales resultantes de un viaje presidencial esconden el registro de otra coincidencia: la indiferencia generalizada respecto de las islas antes de la guerra, y la indiferencia generalizada e instituida hacia los jóvenes soldados que regresaron de ellas, sin poder enarbolar sus banderas triunfantes. Retomar el discurso de Malvinas como efecto de un viaje presidencial sin evocar la historia de lo sucedido equivale a la imagen del niño de la fotografía que enarbola su banderita argentina contagiado por quienes lo rodean, adheridos a los estallidos emocionales. Esos otros pueden ser los miembros de una comunidad indiferente que escamotea de nuevo la presencia de estos jóvenes soldados para preocuparse exclusivamente por las tratativas de los políticos. Entonces, cuando los chicos de la guerra, transformados en los veteranos de Malvinas continúan siendo omitidos de la memoria respetuosa de la ciudadanía, cabe preguntarse si tendremos suficientemente claro qué significa construir una nación, cuyos ámbitos sobrepasan las fronteras de la soberanía y reclaman memoria histórica y responsabilidad moral, ajena a las indiferencias.
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