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Por Marcelo Justo Simon Jenkins pertenece a una especie poco cultivada en Argentina pero con una gloriosa tradición en Inglaterra: la del polemista. Seguidor del creador de Gulliver, Jonathan Swift y, sobre todo, de uno de los escritores ingleses que Borges más admiró, Samuel Johnson, Jenkins publicó a principios de este año un artículo de media página en el conservador The Times que causó revuelo entre muchos de sus tradicionales lectores. El argumento principal, suficiente para generar controversia, era que Argentina y Gran Bretaña tenían que reanudar un "tango diplomático" que incluyera un debate sobre el tema de Malvinas. Como buen inglés, amante de las tradiciones, Jenkins situó el artículo en la estirpe del escrito por su maestro Samuel Johnson poco después de la ocupación británica de las Malvinas en 1765, donde fustigaba duramente a la oposición que quería iniciar una guerra con España con las siguientes palabras: "¿Qué hemos adquirido? Nada salvo un lugar desolado, una isla sin uso humano alguno, que envidiaría la vida de los exiliados en Siberia; de la cual el gasto será perpetuo y el uso ocasional". --¿Por qué Gran Bretaña tendría que dialogar con Argentina sobre el tema de soberanía? --No digo que lo tenga que hacer ahora. Gran Bretaña tiene que gastar unos 70 millones de libras anuales para mantener el regimiento en las islas. De hecho hay igual cantidad de soldados británicos que de isleños. Y hay una disputa de por medio. Ya que la vía militar está definitivamente cerrada, me parece inevitable que tarde o temprano se hable de esto. La intransigencia de los dirigentes isleños no puede dictar el gasto de defensa británico o la naturaleza de las relaciones bilaterales con Argentina. --¿Cuánta gente comparte su punto de vista? --No mucha. Hay que decir que la mayoría de los británicos se olvidaron del tema. Si se le pregunta a la gente de la calle seguro que dirá que todo debe ser olvidado por una generación. --Es un tema que preocupa sin embargo a ciertos sectores sociales de Gran Bretaña. --Sí. Los sectores con intereses económicos en Argentina seguramente preferirían que este tema desapareciera de la agenda política. Creo que entre la mayoría de la gente que piensa seriamente en el asunto están los políticos que preferirían que el tema no se toque por una generación y otro grupo, relacionado con temas argentino-británicos, que piensa que en algún momento se tendrá que llegar a un acuerdo, que no tiene sentido tener unas islas totalmente divorciadas de la metrópoli y que a largo plazo el futuro de las islas tiene que relacionarse de alguna manera con el vínculo que mantenga con el continente. --¿Qué peso tienen estos grupos? --Bastante peso en lo que respecta a la reapertura de lo que solía llamarse el acuerdo sobre comunicaciones entre Argentina y las islas, es decir el argumento de que debe haber lazos más profundos entre ambas partes. Y son un grupo importante porque la prosperidad de las islas depende en cierta manera de esta gente. Siempre creí que la estrategia argentina debería ser la movilización de este tipo de interés pero no para reanudar el debate de la soberanía sino simplemente para generar la confianza mutua necesaria, en el sentido de que una relación no va a terminar en una nueva forma de agresión. --En este contexto, ¿cómo ve la visita del presidente Menem? --Creo que la visita no es el mejor foro para reabrir estas medidas de confianza. De hecho la visita hará que mucha gente recuerde la guerra y se dé cuenta de que la cuestión de las Malvinas está de nuevo en la agenda, algo que preferirían que no fuera así. Es posible sin embargo que privadamente se pueda avanzar en algunos puntos sustanciales. Por ejemplo, en la negativa de los isleños a permitir que argentinos visiten las islas. --¿A su juicio entonces sería mejor que Menem no viniera? --No, pero sería mejor que no usara la palabra Malvinas/Falklands. Creo que hay muchos británicos que se sienten avergonzados de la guerra, que prefieren no recordarla y que piensan que fue un hecho tristemente ridículo del que Argentina nos forzó a tomar parte. Mi opinión es que lo importante de la visita es hacer hincapié en que Argentina es un país totalmente diferente, que es una democracia, que Buenos Aires es una ciudad cosmopolita y que no está obsesionada por esas islas. Cuando Francia se reúne con Gran Bretaña no se pone a hablar de las islas del Canal de la Mancha por más que estén más cerca del continente y sean más grandes que las Malvinas. Siempre pensé que esta obsesión era un signo de inmadurez de los argentinos. --En su artículo usted habla de un "tango diplomático" ¿Es posible avanzar por este camino? --En la visita que realicé a principios de año a Buenos Aires le dije al canciller y a otra gente, que tuve oportunidad de entrevistar, que a mi juicio lo de la soberanía no debía ser el problema principial. Les dije que estábamos en Buenos Aires, una ciudad de más de 10 millones de personas que aspira a ser sofisticada, y de lo que estamos hablando es de un grupo de dos mil antipáticos isleños en una isla hostil. Por supuesto que me dijeron que el sentimiento de la gente en Argentina sobre el tema es muy fuerte. Después de estar en Patagonia me cuesta entender por qué Argentina se preocupa tanto por las islas. Seguramente una cuestión de amour propre al igual que Gran Bretaña. Yo creo que en este momento lo más importante es hacer hincapié en la modernidad de la política exterior. El problema de la "charm offensive" (política de seducción de Di Tella) es que los isleños no son en absoluto "charming". De modo que habrá que ir creando confianza mutua: un paso de baile aquí y otro allá.
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